Los guiones de Oriol Paulo para Los ojos de Julia y Secuestro, dirigidas por Guillem Morales y Mar Taragona, respectivamente, y sus dos largometrajes como director y guionista, El cuerpo y Contratiempo, dejando de lado su trabajo televisivo, entregan una idea global de cómo Paulo concibe el thriller, independientemente de que sea él o no quien se ocupe después de la realización.

Durante el 2016, con diversos resultados, pudimos ver como el thriller en España parecía ser, junto a la comedia, el género con más repercusión en taquilla, así como, desde determinado punto de vista, disfrutar de cierta buena recepción crítica, algo que no ha sido producto de una moda sino el resultado de unos años en el que el género ha ido, con mayor o menor fortuna, asentándose en la producción española. Pero junto a un cierto intento de realizar un conjunto de película con un sentido más allá del mero trabajo con los tropos del género, independientemente de cómo hayan sido después los resultados, también tenemos películas, como las mencionadas, en las que Paulo surge como un nombre propio a tener en cuenta a la hora de evaluar no solo su última película, Contratiempo, sino también lo que representa dentro de esta coyuntura.

Contratiempo comparte con ellas un diseño de producción casi idéntico –y que tiene mucho que ver con la productora televisiva detrás de ellas- que conlleva un sentido estético que atraviesa de forma transversal todas las películas. Una fotografía metalizada, algo televisiva si se quiere, que busca crear un hiperrealismo representacional de cierta frialdad visual. Realizaciones asentadas en un desarrollo narrativo calculado y más basadas en el guion y en sus giros argumentales que, salvo detalles y momentos muy aislados, no presentan personalidad alguna. No hay nada en ellas, generalizando, que destaque más allá de un convencionalismo visual que persigue la funcionalidad de las imágenes creando un espectáculo cómodo, fácil de seguir y consumir. El trazado de los guiones de Oriol, quien conoce al pie de la letra los tropos del género, acoplándose a ellos de forma tan aguerrida como con una total falta de riesgo y de búsqueda de algún de variación sustancial, acaban imponiéndose para dar forma a las películas.

Por otro lado, en todas ellos surgen elencos con nombres que son un claro reclamo para el público, lo cual no es malo per se, pero acaba aumentado, más si cabe, la sensación de prefabricación del producto. En Contratiempo, Mario Casas surge como lo hiciera en su momento Hugo Silva en El cuerpo, por ejemplo, presencias de unos actores que, a todas luces, acaban encontrándose con personajes que superan sus cualidades actorales pero que, a buen seguro, acabarán propiciando aquello que se persigue con ellos. Junto a ellos, algún nombre de ‘prestigio’, como Bárbara Lennie o Ana Wegener en Contratiempo, o, el ya insoslayable en estas producciones, José Coronado. Actores que parecen paliar cierto complejo de género: como si se quisiese dotar a unos thrillers de un aura de calidad, de prestigio que oculte su naturaleza genérica.

Ahora bien, no se debe dudar que, por ahora, la maniobra más o menos funciona dentro de unos parámetros, aunque, desde luego, no el artístico. Cierto es que Paulo mira de cerca a cierto thriller norteamericano de los noventa, con el ojo puesto en el efecto sorpresa final antes que en el camino que se debe transmitir hasta llegar a él, todo una excusa para crear una tensión, no siempre conseguida, que explota en un final pretendidamente impactante. En Contratiempo, quizá la más compleja de todas las escritas por Paulo, aunque igualmente decepcionante, e incluso irrisoria en ciertos momentos, intenta crear un relato que va mutando alrededor de unos acontecimientos en busca de una verdad que nunca llega a aparecer. Paulo intenta jugar con el espectador a través de un relato que va cambiando, rompiendo expectativas, cuestionando su propia construcción. La idea, que se presiente y se puede en algún momento agradecer, sin embargo, acaba ahogada por su propia artificialidad, por la torpeza del guionista y del director por querer impactar antes que, realmente, narrar. Dejando de lado que una de las claves de la película es tan evidente desde el principio que, en su revelación, uno no puedo por más que entender que, como la historia que narra Contratiempo, todo ha sido un dispositivo bien calibrado para conseguir epatar con unos elementos que se presentan como juegos representaciones y, sin embargo, no son más que una mera maraña de cambios argumentales que no conllevan a nada.

La nueva película de Paulo muestra, de nuevo, otra tendencia, otro camino, para el thriller español, que, con intermitencias, se presenta como buen vehículo para la taquilla pero que, en verdad, no aporta nada al género más que la constatación de lo tarde que, en ocasiones, se absorben las influencias externas y, sobre todo, la incapacidad, a partir de ellas, de crear algo diferente, personal. Contratiempo, tanto en sus imágenes como en su planteamiento narrativo, con gran torpeza, es una película cuyo aspecto cuidado, casi sofisticado, acaba resultado falsario, como decíamos, respuesta a un complejo de querer ser algo más que lo que realmente se es.