Hay propuestas que en su día despertaron el entusiasmo pero que después, con el paso del tiempo y a pesar de sus indudables cualidades, su vigencia ha acabado diluyéndose por no decir que han envejecido mal. Y al revés, trabajos que pasaron casi desapercibidos en el momento de su estreno pero que décadas después y por razones inexplicables se han revalorizando hasta alcanzar el estatus de obra maestra. Son algunas de las cuestiones que puede suscitar el visionado de un film como The Neon Demon ya que de alguna manera emana la inevitable pregunta de si es una de esas obras que dan una nueva vuelta de tuerca al lenguaje narrativo y visual, además de constatar el talento de Nicolas Winding Refn o, por el contrario, tan solo un sofisticado juego visual llevado a cabo por alguien que es consciente de la devoción que le profesa una parte del público independientemente de su indiscutible capacidad creativa. Interrogantes que llevan a platearse si su responsable es un autor sobrevalorado o si en realidad hay un poco de cada una de todas estas cuestiones.

Tampoco hay que olvidar que todos los grandes creadores tienen sus “accidentes artísticos”. Afirmación que puede conllevar al planteamiento de hasta que punto The neon demon transita por esas tesituras y en cuyas intenciones, aunque sean de manera inconsciente, se entremezcla una cierta aspiración a convertirse en film de culto con la, quizá también, autocomplacencia de un autor que se sabe alabado, algo que parece constatar esa suerte de marca de fábrica, NWR, con la que ha firmado el film y que corresponden a sus iniciales, independientemente de los valores de la película así como de esa vocación experimental que desprende.

Sin embargo uno de los atributos más interesantes de The neon demon es ese carácter de cuento de hadas con toques mitológicos que emana su trama. Desde esa aureola de ingenuidad que exhala la efigie de la joven aspirante a convertirse en modelo, Jesse (Elle Fanning), a quien se la muestra casi como una Valkiria en la primera sesión que realiza con un consagrado fotógrafo del mundo de la moda (Desmond Harrington); hasta su relación con esa suerte de mezcla entre hada madrina y bruja que es Ruby (Jena Malone), una maquilladora cuya “varita mágica” son los cosméticos con los que transforma la apariencia de los rostros y que reparte su tiempo entre embellecer a las modelos antes de sus sesiones fotográficas y acicalar los cadáveres en la morgue. Pero también hay un ogro (Keanu Reeves), el encargado del motel donde se hospeda Jesse aunque su presencia sea secundaria; una suerte de príncipe destronado, Dean (Karl Glusman) un aspirante a fotógrafo que le hace las primeras instántáneas a Jesse; unas hermanastras, candidatas, al igual que la protagonista, a convertirse en modelos y rivales en su ambición por ser las escogidas por el diseñador de renombre quien, casi como un dios, decide quien de ellas asciende al Olimpo de la moda y quien no; e incluso hay hasta un mago, el mencionado fotógrafo consagrado quien a través del objetivo de su cámara deifica a la muevas musas.

A partir de estas premisas Winding Refn concibe un fresco sobre los entresijos de un mundo aparentemente resplandeciente, deslumbrante, pero artificial, ilusorio y efímero a través de la metáfora, de la sugerencia, con una imaginería muy estilizada, minimalista en algunos momentos, sofisticada en otros, creando asimismo unas atmósferas hipnóticas, inquietantes a veces e incluso hasta siniestras, acentuadas, además, por la no menos turbadora música electrónica compuesta por Cliff Martinez.

The neon demon desprende reminiscencias del cine de David Lynch tanto por esa vocación por explorar los entresijos del lenguaje como en la propia concepción visual que el cineasta danés, además, lleva a tal extremo de estilización, de sofisticación, que a veces da la sensación de que ha buscado más el impacto visual en el espectador que imprimir una mayor hondura emocional a los personajes. Y es aquí, en la propia concepción artística, donde puede surgir una nueva cuestión: ¿cuándo la naturalidad se convierte en artificio? ¿Cuál es el límite entre la pincelada suelta, ágil y la pincelada forzada? ¿Entre lo sutil y lo rebuscado? Es decir, ¿qué es lo que hace que una obra sea una obra de arte?

Porque The neon demon precisamente zigzaguea entre estas ambivalencias y no solo en el terreno visual, sino en la propia estructura argumental que serpentea entre lo metafórico, lo críptico y lo artificioso a pesar de sus atractivas premisas y de sus logros.