El primer rayo de sol que asoma con la primavera es el dorado carbónico de la cerveza. Las birras huelen el calorcito cual animales hibernantes y lanzan sus grandes campañas promocionales a la manera de redes festivas para cazar nuevos consumidores. Llevamos muchos años siendo espectadores o partícipes de algo que parece un ritual. Estas ofensivas comerciales de primavera las arrancaban siempre las grandes multinacionales del lúpulo. La caterva de marcas que arrastra ese monstruo belga llamado Ab Invec (Águila, Becks…), Miller Coors (Fosters, Crispin...) o Heineken, (en España, Cruzcampo, esa cervecera mítica que sus dueños sevillanos y señoritos la soltaron solo por dinero).

El pisotón de posicionamiento en sus territorios fue tan inmenso que transmitían la sensación de que solo existían ellas. Su presencia llegó a ser tan abusiva que más parecían ofensivas militares. En Madrid, por ejemplo, la Mahou -que aguanta ofertas que parecen preparadas por el ángel negro más listo de los cielos, llamado Satanás- aparecía por todas las bocacalles de las plazas como si de un fantasma rubio, deseado e infinito se tratara.

Pero no, el pulso multinacional cervecero -aun siendo tan poderoso hoy como un Leviatán- no logró aplastar con sus musculosos tentáculos a todas las
empresas cerveceras españolas. Ahí están Damm, Estrella de Galicia, Ambar y otras que persisten, resisten y se extienden por toda España. Y resulta
milagroso que esto pueda estar sucediendo, porque en casi ningún sector económico, sea financiero o industrial, las empresas granilleras -casi siempre
familiares- han resistido el empujón (y la atracción del puñado de plata ofrecido) de la globalización económica.

Los grandes lo intentan todo, incluso la homogeneización del gusto. La crisis económica, que martillea sobre todo al sur de Europa, ha volcado en los lineales de la gran distribución y los millares de colmados chinos ríos de hectólitros de cerveza blanca, generalmente holandesa, que parecían asegurar el arrasamiento de las marcas propias. Pero no va la cosa por ahí. Ganan por carácter, por la pura determinación de resistir y permanecer, porque lo hacen bien. Sus novedades las convierten con enorme rapidez en símbolos locales, en diferenciales positivos auténticos que sus libadores tradicionales y las nuevas capturas hacen suyos como elementos de diferencia y distinción.

En estas prácticas de claro éxito comercial vienen llamando la atención los gallegos de Estrella de Galicia desde hace algunos años. Se cuelan en el territorio Mahou por rendijas invisibles al ojo común ¿Cómo lo harán? Porque, prácticas comerciales inconfesables aparte, que las debe haber y haylas, (¡Cuántos locales existen en los que solo se bebe una marca de cerveza, una cola, un ron, un solo whisky!, mogollón), lo cierto es que los
gallegos de Estrella, una empresa familiar más que centenaria y dicen que modélica en muchos aspectos, expeditiva y a destajo, destacan en los últimos
tiempos imponiendo una cerveza que no es excepcional -como no lo son ninguna de las que aquí he citado- pero que se cuela, fresquita y suave, como un
capricho curioso por las colmenas nerviosas de los barrios más tradicionales de Madrid, al menos, y acaso otras viejas ciudades. Parece que su marketing
y distribución estuvieran en manos del mejor comercial gallego, que es mucho decir, sabiendo como todos conocemos que el astronauta Neil Armstrong al pisar la luna lo primero que le asombró de su paisaje fue observar el paso cauto de un gallego vendiendo ojos por aquellos lares.

La empresa familiar tiene esas cosas. Como el perro pastor menudo arrea con mayor velocidad y tino al ganado, esta impone su estrategia y se despliega
en el territorio. Frente a los pesados mastines que son las multinacionales –hechos más para luchar a muerte- estas se defienden como los guerrilleros. Conocen el terreno mejor que nadie y cuando pueden dan el golpe. Bar a bar, tienda por tienda; este mes un barrio, el que viene otro. Y si son gallegos los que van de descubierta…. Preguntemos a Amancio Ortega hasta donde le ayudan los hijos de Breogán a construir ese imperio llamado Inditex.