Francia tiembla ante la escasez de mantequilla. Este titular con apariencia sensacionalista es cierto. No se habla de otra cosa en el país vecinos las últimas fechas. Es una referencia fija en los informativos y el motivo de conversación más recurrente. En tanto aquí nos partimos la lengua rajando de Cataluña, ellos discuten sobre "le beurre". La escasez de mantequilla, pues, une a los gabachos tanto o más que la Marsellesa. Y yo me pregunto, ¿existe un alimento que convoque al español tanto como la mantequilla al francés?

Una respuesta automática nos diría que es el aceite de oliva. Pero no es cierto. Hace demasiados años qué sustituimos el gran óleo de la tríada divina con suma facilidad así que escasea o sube de precio. Nos adaptamos con enorme rapidez al aceite de soja, de la misma manera que incorporamos a nuestra dieta las más variadas grasas animales o vegetales.

En esto los españoles también somos distintos a nuestros vecinos europeos más próximos. No tenemos un plato que nos abrace a todos (¿la tortilla de patatas con sus variantes?) y ni siquiera una bebida más allá del agua. Los gustos y los platos que nos identifican (?) los han decidido los extranjeros. La paella, el salmorejo y la sangría. Y claro, que todos hablamos y reímos a decibelio batiente. Pero preguntemos a un castellano por la paella o a un vasco por la sangría. Aaaaggg. En cambio el forastero si manifiesta una opinión que se extiende en los últimos años: "En España se come muy bien". En toda España. Aunque nosotros matizaríamos una frase tan rotunda, nos gusta oírla. Se nos valora por nuestra diferencia, por la diversidad de gustos, platos y menús ... que todos están buenos.

Pero había arrancado este comentario con las vicisitudes que pasan los franceses en este trance de escasez de mantequilla. El pavor que les produce observar los lineales de sus tiendas vacíos de sus tacos amarillos tiene variados culpables, aunque destaca de entre todos uno. Resulta que la grasosa mantequilla (22 litros de leche de vaca para obtener un kilo) viene ganando aprecio desde que, una vez más, la última evidencia científica  confirma que lo que ayer fue la grasa del infierno que nos atascaba la arteriosclerosis de colesterol demoniaco, hoy es un  balsámico para nuestro sistema digestivo y el mejor lubricante para nuestro riego sanguíneo.

De nuevo la ciencia, llega tanto para derribar tabúes como levanta nuevos muros de incomprensión. Así que la mantequilla se pone de moda porque es saludable, tomada con moderación, y China arrambla con ella, en Norteamérica se dispara el consumo y Francia se queda sin leche para fabricarla. Estamos en un caso similar al renacer de aceite de oliva de hace lustros: la mala grasa que en realidad era una bendición

La ciencia -como podemos comprobar- se ve arrastrada por el comercio mundial y la moda en un mundo ultra comunicado y mentiroso. Aquellos que tratamos de reflexionar al hilo de los acontecimientos recelamos de todo. Pronto recuperaremos a Descartes, el filósofo de la duda, como única guía para andar por este mar de cristales. A estas alturas, quién lo diría, lo más atinado pudiera ser fiarnos más de nuestro instinto y costumbres que de las mil "evidencias científicas". Porque aquí cumple recordar que nadie indicó a la madre la temperatura del biberón para su bebé, ni cuál era el grado de acidez razonable del vino que bebimos. Nadie. Todo estuvo gobernado por la observación, el hábito y la costumbre.

Los nuevos tiempos nos obligan a conducirnos de esta manera. ¡Dios, quien fue el canalla que ordenó achatarrar el sentido común para  sumirnos en el desconcierto de las "evidencias científicas"¡