A los cocineros michelín, y otros tantos que aspiran a la condecoración de la rueda, se les empieza a ver la cara marrón de su negocio: explotan a sus trabajadores. Si, utilizan a los aprendices de cocina como si fueran clinex. Y lo cantan (tal cual) a los cuatro vientos sin remordimiento alguno y sin complejos, como Aznar. Jordi Cruz, la megaestrella de Master Chef, el dueño del laureado ABaC, de cuatro restaurantes más y un gimnasio; el guapo que explota su imagen a los altos precios de la publicidad gracias al altísimo conocimiento que le da la tele, se expresa así:

"Un restaurante es un negocio, pero si toda la gente en cocina estuviera en plantilla no sería viable" (...) "tener aprendices no significa que me quiera ahorrar costes de personal sino que para ofrecer un servicio excelente necesito muchas manos. Podría tener solo 12 cocineros contratados y el servicio sería excelente pero si puedo tener a 20 será incluso mejor". Como otros conocidos chef enfatiza que, aparte de "los conocimientos que no podría adquirir nunca en un master, que la mayoría no podría pagar", les proporciona comida y alojamiento.

¿Qué tipo de alojamiento? La vergonzosa cantada en este otro repliegue del fango laboral la proporciona otro chef rutilante, el gaditano Ángel León, el hombre que, además de vendernos el mar como jamás pudo hacer su paisano Rafael Alberti, nos quiere convencer que el alojamiento que proporciona a sus 16 aprendices (que tampoco cobran un chavo) en un piso ocupado de literas hasta en el salón y donde el óxido y la mugre son los reyes de la casa (repase el expresivo reportaje que Elconfidencial publicó hace unos días), no solo lo considera "digno", "idóneo" y en perfectas condiciones de habitabilidad, sino que amenaza: "Si quieren (los chicos), que se vayan, Aponiente no obliga a estos practicantes a estar en el".

Como podemos ver, se expresa a la manera de un Trump de los fogones y con la determinación de aquel hombre espantoso que fue Jesus Gil. Pero lo más lacerante es que esta práctica parece generalizada en el segmento de filósofos a la chanfaina. Da la impresión de que los ideólogos y líderes de estos templos de las sensaciones desconocen el significado de palabras tan usuales y corrientes hasta hace muy poco tiempo como salario, jornada laboral, horas extraordinarias, seguro de enfermedad, convenio, vacaciones... Será por ello que todos los michelines callan tras saltar estas liebres podridas a la luz pública. Silencio de sepulcro en espera de que la olla que cuece siempre en su lumbre lo deshaga todo.

Hasta vernos sorprendidos por este desnudo integral que evidencia la selva laboral donde lanzan a tantos chicos (¿se corregirá alguna vez el gigantesco desfase entre oferta y demanda de empleo?), se nos venía contando que la inviabilidad económica de estos refectorios cardenalicios modernos era compensada con la explotación de servicios de restauración paralelos y masivos (catering, bodas, bautizos...) a los que prestan su rutilante nombre, junto con la realización de un buen número de bolos por el mundo: demostraciones gastronómicas, salones, ferias y servicios para ricos caprichosos, sean estos reyes o traficantes.

Ahora se descubre que los oros en sus dedos no se los colocaban solo estas nobles, esforzadas y artísticas tareas, sino otras más oscuras que conjugan con la explotación laboral.

P.D.- Cuándo la policía o la inspección de trabajo descubre tinglados infumables de este corte -pongamos que orientales hacinados en sótanos inmundos o naves industriales recónditas- los responsables de tales calamidades se esconden o huyen si pueden. Estos chefs niegan la evidencia con la soberbia bruta de los viejos aperadores de labranza. A lo que se ve, servir a los poderosos del siglo XXI refina  poco.