Existen cocineros españoles que conocen al apóstol que más le gustaba el cordero asado y el postre que hacía perder el sentido al tierno San Juan; los vasos de vino que  tomaba en cada ágape santo Tomás, el desconfiado, y cuál era el pescado preferido de Judas Iscariote. Saben, además, que Jesus, al entrar el Domingo de Ramos en Jerusalén a lomos de una borriquita, notó como si algo le amenazara y, mira, se le encogió el estómago. Pero, claro, el predicador de Nazaret no era de mucho comer, era más bien consumidor de verde y devoto del picoteo de almendras y anacardos; le gustaba el pan de trigo integral y bebía mucha agua. Quizás por ello se mantenía delgado y era más espigado que su apostolado y, por supuesto, más despierto que ninguno de ellos. Pero en ocasiones se ponía místico. Los profetas apócrifos dicen que ese trastorno le acudía como consecuencia de los olores intensos de la primavera, el tiempo que más horas dedicaba al sermón y la parábola.

En fin, podría continuar con esta salmodia chusca y hasta pringosilla de la Judea en tiempos del Dios de los cristianos, pero creo que es suficiente. En realidad, los renglones precedentes los he traído a modo de timbrazo para llamar la atención sobre la existencia de criaturas "muy imaginativas" que
encargan todos los años por estas fechas a un cocinero de postín que diseñe, cocine y sirva la Ultima Cena que, según su mejor entender, se sirvió en la
noche que Cristo se despidió de sus apóstoles. Desconozco si existen vestigios históricos creíbles de aquel hecho (que igual ni siquiera sucedió) pero doy por seguro que leyendas y martingalas mil habrá para aburrir. Tantas como espinas extraídas de la corona de Cristo existen diseminadas por todo el mundo y huesos de santo reposan en millares de criptas, capillas y sacristías.

Pero lo que si estoy seguro es que los David Muñoz, Mario Sandoval, Paco Roncero, Ramón Freixa y otros se lo tomaron muy en serio en años pasados a fin de quedar como Dios en el canal Historia el viernes santo a las diez de la noche. Este año el chef en suerte es Quique Dacosta; la triple estrella de Denia y el canal de televisión, que nos desvela las grandes batallas y otros tantos vicios de nuestros antepasados, anticipan en rueda de prensa el acontecimiento. Espoiler absoluto. Cuentan que: "Recuperará la cocina mediterránea elaborando cinco platos inspirados en algunos alimentos que
pudieron formar parte de aquel menú: el pan y el vino, las carnes, pescados y verduras o las frutas". Añaden que reflejan "la austeridad, el dramatismo,
la belleza y el misterio que le transmite este banquete". "El cuerpo (de Cristo) se representa creando una oblea a modo de pan ácimo, y la sangre es
vino tinto fondillón (...) Los pétalos de las flores del almendro transmiten la parte emocional del momento (...) Las lágrimas derramadas serán agua de
mar y vegetales de hoja amarga..." ¡Ahí es nada, Opera en la Scala! Intentan transmitir un acontecimiento notable cuándo en realidad manosean sobre un
humo ramplón.

A esta "cima increíble" están llegando los grandes samuráis de la marmita; ya no saben qué demonios inventar para que se note su presencia, y pedalean
hasta los platós más iluminados del mundo para promocionar la marca de arroz o aceite que mancha su pecho de paloma gentil. Son como deportistas que no entrenan en gimnasio o profesores que desconocen el encerado. Menos mal que en cuaresma, por aquello de la purificación y la abstinencia, nos vedaron las carnes con sus vísceras y otras grasas, y descubrimos platos suculentos hasta entonces inéditos. De entre todos ellos (centenares ) dos se escaparon del molde y hace centurias que caminan junto a nosotros todo el año: el potaje de vigilia (garbanzos, espinacas, bacalao y huevo cocido picado)  y las torrijas: el pan bendito del pagano.

Lo dicho, cocina de vanguardia bajo los olivos intuidos del huerto de Getsemani. ¡Qué bonito!