Esta semana hemos sabido que en septiembre los mossos d'esquadra detuvieron a un hombre en Terrassa, acusado de estar preparando un atentando contra el presidente del Gobierno. En la vivienda del presunto asesino se encontró un amplio arsenal, que incluía armamento de guerra y rifles de alta precisión. El detenido iba a entrenar cada semana a un club de tiro y, aunque parece que no va para campeón olímpico, está considerado como un experto tirador. Divulgó su idea criminal en un grupo de whatssap, a la búsqueda de colaboradores.

Con todos estos datos, uno podría esperar que al día siguiente los periódicos de todo el país abrirían sus portadas con la noticia de que un peligroso "terrorista" había sido detenido antes de que pudiera llevar a cabo un magnicidio. Pero no, en los datos que les he expuesto falta uno que resulta fundamental y que explica la tibieza, rozando con la indiferencia, de la inmensa mayoría de los medios de comunicación: el detenido es producto nacional y de extrema derecha, es decir, muy nuestro.

Pocos medios lo califican de terrorista o, simplemente, criminal, y la mayoría se decantan por calificativos como "loco" o "desequilibrado". El angelito tiene 63 años, es hijo de un exalcalde franquista y estaba organizando esta travesura de intentar asesinar al presidente del Gobierno de España, porque se había disgustado mucho mucho con la idea de que el Generalísimo fuera exhumado del Valle de los Caídos. 

¿Se imaginan los titulares y el espacio que hubiera ocupado esta noticia si en lugar de ser un español muy español, hubieran detenido a un musulmán, un radical izquierdista o un independentista catalán o vasco?  Estoy convencido de que hubiéramos pasado del grado cuatro de alarma en el que nos encontramos, al cinco de forma inmediata. Se hubiera detenido e interrogado, al menos de forma preventiva, a todos los participantes en el chat de simpatizantes de VOX en que el lumbreras dio a conocer sus intenciones; y nos hubiéramos desayunado durante semanas con los escandalosos comentarios de los tertulianos anunciando el fin de nuestra civilización.

Pero no se preocupen, ese señor que tenía un arsenal de guerra en su casa, se entrenaba semanalmente en tiro y buscaba colaboradores para cometer un atentado contra el máximo mandatario del país, no es más que un buen patriota cabreado, un pelín exaltado, con su punto de gilipollez, pero ni mucho menos un peligroso terrorista capaz de limpiarse los mocos con la bandera de España.