El fútbol es un reflejo de la sociedad. Con sus intereses, sus pasiones, sus corruptelas, sus lealtades, sus traiciones, sus amores y sus odios. Con su pueblo llano y su élite. Mal hacen los que, recurriendo a un argumento ad hominem, ningunean la frase del futbolista del Barça, Gerard Piqué: “En el palco del Madrid se manejan los hilos del país”.

Conocida es la historia del General Batet, aquel militar que se opuso al golpe de estado franquista, y que le costó su condena a muerte. Fue fusilado en Burgos en el año 1937. Antes de esto, su hijo, con quien estaba enfrentado, para dar un disgusto a su padre, no solo se afilió a Falange, sino que llevó la rivalidad al terreno futbolístico. Para combatir el simbolismo que el Fútbol Club Barcelona siempre había encarnado, fundó una peña del Real Club Deportivo Espanyol, la Peña Ibérica, según cuenta en su libro sobre Batet el excelente escritor benedictino Hilari Raguer. Y mientras el hijo de Batet se sumaba a la ultraderecha, el presidente del Barcelona, Josep Sunyol, era asesinado simplemente por eso, por ser presidente del Barcelona. El enfrentamiento en el fútbol es el enfrentamiento en la vida

Y si el fútbol, o la Liga, es la vida, como decía aquel anuncio de Mahou, no puede ser inmune al avance de la ultraderecha.

La semana pasada, en el Estadio de la Cerámica, durante el partido Villarreal – Espanyol, los ultras de este último equipo, como se puede ver en un vídeo que circula por las redes sociales, cantaron el Cara al sol, para terminar, gritando un “España una, España grande, España libre”, que pone los pelos de punta. Lo más preocupante es el tibio comunicado que ha emitido el club, en el que solo se remite a lavarse las manos.

El Espanyol, con el paso de los años, había logrado sacudirse el estigma de equipo facha. Como símbolo, nada mejor que la llegada de José Montilla, un presidente perico y de izquierdas en la Generalitat. Durante su presidencia, se inauguró el estadio Cornellá - ElPrat como seña de un nuevo tiempo.

Ni el Espanyol, ni ningún otro club y, mucho menos, la Liga de Fútbol Profesional pueden darse el lujo de volver a coquetear con el fascismo

Ni el Espanyol, ni ningún otro club y, mucho menos, la Liga de Fútbol Profesional pueden darse el lujo de volver a coquetear con el fascismo. Y, por supuesto, tampoco con el machismo, que todo va de la mano. La ridícula sanción de 24.000 euros a un club con un presupuesto de casi 80 millones, por una lamentable pancarta que ponía “Shakira es de todos”, no parece que sea de gran ayuda.

En Italia se suele decir que no todos los hinchas de la Lazio son fascistas, pero todos los fascistas son hinchas de la Lazio. Quizá se podría extrapolar a nuestro país, porque no se puede evitar que un fascista sea hincha de tu equipo. Pero sí se puede y se tiene que evitar arroparles, alentarles o, simplemente, mirar hacia otro lado. Sería muy triste y muy peligroso que aquí se produjera una imagen similar a la del ex laziale Paolo di Canio, haciendo el “saludo romano”, amparado por su club.

Esperemos que la directiva del Espanyol tome nota, que no deje todo en un comunicado y que tome cartas en el asunto de manera firme. El fútbol lo necesita. Es decir, la sociedad lo necesita.