Si a algo bueno nos ayudan los cambios de año o los cambios de ciclo es probablemente a parar un poco, y mucho más en este año de pandemia, y hacer un pequeño análisis sobre lo que hemos hecho en los últimos meses, una pequeña revisión de lo que somos, de cómo es nuestra vida, de lo que queremos ser, de lo que queremos superar, conseguir o mejorar. Es el tiempo perfecto para hacer balance y mirarnos a nosotros y mirar al mundo que nos rodea con un poco de calma y perspectiva; porque el ritmo imparable de la vida cotidiana rara vez nos deja tiempo y lugar para dedicarnos a esos menesteres trascendentes que no tienen que ver con la parte prosaica de la vida, pero que son igualmente indispensables, y mucho más en tiempos de incertidumbre y de miedo. Ya decía Sócrates que las vidas analizadas son las que más merecen ser vividas.

A veces son las situaciones más críticas las que nos llevan a percibir las cosas con más claridad, y, por supuesto, a distinguir lo indispensable de lo accesorio. Hemos tenido un año extraño, duro, fatal  en buena parte del planeta. Estamos viviendo circunstancias enormemente adversas, no sólo por la pandemia, sino también por sus posibles inmensas consecuencias que aún es muy pronto para poder valorar. Existen veinte mil datos, informaciones, teorías, dudas y algunas certezas sobre el significado de lo que nos está ocurriendo. Son muchísimos los interrogantes, es muy grande el miedo y muchas las respuestas que tarde o temprano querremos entender e interpretar.

Por otro lado, más allá de la actualidad sanitaria siguen existiendo muchísimas reivindicaciones por hacer, infinitas injusticias que denunciar, numerosísimas batallas que librar para mejorar este mundo tan maravilloso y a la vez tan maltratado que habitamos. Nos preocupan instituciones, como la monarquía, que continuamente dejan en evidencia su carácter antidemocrático, parasitario y abusivo; nos siguen indignando los expolios que hace la Iglesia al patrimonio español en su incesante apropiación de los bienes públicos; nos inquieta el futuro y la crisis económica y social que derivará del parón en la pandemia, y las miles de familias que quedarán ancladas en la miseria, nos intranquiliza el difícil futuro que les espera a las nuevas generaciones.

También nos inquieta el daño incesante que seguimos causando a la naturaleza, a pesar de que el deterioro es ya tan intenso que hemos provocado un cambio climático de consecuencias imprevisibles. Y nos asusta todo lo que leemos sobre las graves consecuencias del 5G para la salud y para el mundo, y la inconsciencia humana que nos hace adictos a las nuevas tecnologías mientras ni nos preocupa que se estén talando los bosques a una velocidad demencial. La nueva tecnología no es vital. Los árboles nos son necesarios para respirar. Nos aterra el golpe de Estado de Trump contra la democracia, y el auge de las extremas derechas.  Son tantas las cosas que hay que mejorar o que cambiar de nuestro mundo que da vértigo.

Sin embargo conviene centrarse no en aquello que no podemos modificar solos, sino en eso que podemos cambiar en nuestra pequeña esfera cada uno de nosotros mismos. Cambia tú para que el mundo cambie, decía Mahatma Gandhi. Y es por eso que las pequeñas introspecciones en nosotros mismos, ahora, en momentos de vértigo, nos pueden reconciliar con el mundo caótico que nos toca vivir, pero, sobre todo, con nosotros mismos. El cristianismo acabó con la filosofía grecorromana y con el Oráculo del Templo de Delfos cuyo lema tallado decía literalmente: “conócete a ti mismo y conocerás el mundo”.

Ese lema, convertido actualmente en una de las grandes herramientas de la psicología para mejorar la vida de las personas, tendría que generalizarse y grabarse en nuestra conciencia personal y colectiva para entender que sólo se puede transformar aquello que se conoce bien, que sí somos capaces de cambiar cosas; que la impotencia que sentimos ante las circunstancias adversas se puede convertir en potencia que torne las cosas en un nuevo rumbo. La Teoría del caos del matemático y meteorólogo Edward Norton Lorez  afirmaba desde la ciencia que todos los acontecimientos están relacionados y repercuten los unos en los otros, haciendo bueno el antiguo proverbio que afirma que “el leve aleteo de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo”.

 Así son las cosas, tenemos el poder para a través de pequeños cambios producir grandes transformaciones. Una sola persona apenas puede cambiar nada que no se limite tan sólo a su universo personal, pero muchas personas haciendo lo mismo pueden transformarlo todo. La historia está llena de ejemplos, tanto en positivo como en negativo. Ante la incertidumbre que estamos viviendo tenemos la posibilidad de no poner las esperanzas en las acciones de otros y empezar por nosotros mismos, de convertir nuestros miedos en fortalezas, nuestras ansiedades en acciones, nuestras dudas en inquietudes y en metas. No podemos pararnos a sentirnos víctimas. El victimismo es derrota. Tenemos el poder para transmutar las crisis y los problemas en oportunidades. Porque nada es como otros nos cuentan. El mundo es como le pensamos. Tengamos en cuenta nuestra responsabilidad personal, porque la mejor manera de aspirar a un buen futuro es inventándole.