Uno ya solo rinde cuentas a sus muertos. Ni himnos ni estatuas, sino estas llanuras infinitas, las llanuras de mis antepasados, son los verdaderos monumentos a la libertad. Estoy en la Tierra del Pan zamorana. El mar de secano y ovejas que ahora cruzo es un paisaje similar al de mi pueblo. Estrechuja y sinuosa, la carretera se estira entre una repetición de rastrojos, que hacen más verano al verano, mientras los mosquitos se suicidan alegres contra la luna del coche. Hasta el punto de que, cuando freno en una calle de Palacios del Pan, bajo la sombra labriega de un corralón, el cristal podría exponerse en una de esas galerías de arte empalagositas y posmodernas.

Palacios del Pan está a algo más de una hora de mi pueblo, donde no he nacido, pero donde sí nació este rumor interior de antepasados que me levanta con su dura sangre de adobe y piedra. He venido hasta aquí porque le debo obediencia al sentido de la solidaridad y la justicia que me inculcaron mis muertos, más vivos que muchos cadáveres que hablan en las tertulias radiofónicas o en la tribuna parlamentaria.

Y también me he llegado a Palacios, desde el otro extremo de la provincia, porque somos muchos a los que nos indigna la rapacidad de Iberdrola, esa gusanera donde se retuercen y engordan las larvas del capitalismo más repugnante, y disculpen el pleonasmo. Iberdrola es un conde Drácula hídrico. Sin retortijones de conciencia, le chupó el agua al embalse de Ricobayo, del que vivían pequeños negocios y bebían pueblos enteros, para cebar su faltriquera, como ya denunciamos en este digital.

Desde aquel artículo, el precio de la luz ha ido subiendo incansable, monótonamente (este año, el recibo será un 25% más caro). Dicho de otra manera, lo que es una necesidad, la luz, se va convirtiendo en un lujo. De nada ha servido reducir el IVA. De hecho, el precio del megavatio/hora es cuatro veces más caro que en 2020, cuando el IVA estaba al 21%. Se imponen, por tanto, otras medidas. Y urgentemente.

Pero Teresa Ribera volvió a salir el otro día en la tele con sus modales de institutriz, y en su confusa encíclica de micrófonos nos contó que a Iberdrola, por si no nos habíamos enterado, le falta “empatía social”. Esta fue toda la exégesis que le hizo al asunto. Porque de intervenir el precio de la electricidad, nada de nada (técnicamente se puede y moralmente se debe). Y de crear una empresa pública que gestione las concesiones hidroeléctricas a medida que estas expiren, lo iremos viendo cuando lleguen las calendas griegas. A lo mejor es que doña Teresa está esperando a tener edad de trabajar para ponerse la cofia y el delantalito y largarse a servir en las saletas y antecámaras del palacete de Iberdrola. Más o menos como ya hicieron, al entrar en los consejos de administración de las eléctricas, Calvo Sotelo, Felipe González y Aznar, por mentar solo a tres presidentes del Gobierno y no eternizar esta crónica citando la veintena larga de ministros del PP y del PSOE que empujaron las puertas giratorias.

Palacios del Pan es un pueblo muy joven, aunque esté lleno de viejos. Nació mediáticamente hace solo unas pocas semanas, pues hasta entonces no existía, como tantos otros pueblos de la España ninguneada —dejemos esa horterada de la España vaciada y empecemos a llamar las cosas por su nombre—. Fue entonces, hace poco, ya digo, cuando Iberdrola desahució el agua del embalse de Ricobayo para producir energía a precio de barro y vendérnosla a precio de oro. Y Palacios del Pan, al igual que casi otra veintena de municipios deshidratados y escoñados por Iberdrola, comenzó a salir en las búsquedas de Google Maps y en los artículos de prensa. Lo mismo que Ricobayo, Muelas del Pan, San Pedro de la Nave, etc.

Cierro la puerta del coche y callejeo hacia la plaza mayor. En Palacios del Pan se celebra esta tarde, último viernes de agosto, la primera protesta de la sociedad civil zamorana contra Iberdrola. Durante el trayecto hacia la plaza, hablo con Ignacio Rodrigo, al que no conocía. “Lo de la hidroeléctrica puede que sea legal, pero no es ético ni moral”, acusa. Explica que él ha trabajado para Iberdrola, y le está agradecido a la empresa, “pero una cosa no quita la otra. Dejar a los pueblos sin agua y arruinar los pequeños negocios que viven del embalse no se hace. Iberdrola se llena los bolsillos a costa de vaciarnos los nuestros. Por eso estoy hoy aquí”. Ignacio Rodrigo es alto y jubilado. Y socialista, a pesar de militar en el PSOE. Es el portavoz de este grupo político en el ayuntamiento de Muelas del Pan, donde ejerce una oposición de buldócer. Con diez como este, pienso antes de despedirnos, la provincia de Zamora estaría salvada.

Son casi las ocho. Hay una luz de mermelada de albaricoque en las copas de los plátanos municipales, enfermos de oído. Falta poco para que se inicie la marcha. Voces, banderas, megáfonos, periodistas, políticos locales y autonómicos, un cuajarón de gente en la plaza mayor. La responsable de todo esto es Lidia Pechero, alcaldesa de Palacios del Pan, menuda y brava como esos púgiles que Ignacio Aldecoa sacaba en sus cuentos. Ha sido ella la que ha despertado a Zamora. El lema de la concentración, común a todos los pueblos afectados por el chiringuito de Sánchez Galán, “Iberdrola seca la provincia”.

Comienza la marcha. Un ramal de gente, una espesura de pancartas, un matorral de banderas van bajando poco a poco por la llanura. Algunos arrastran los pies como en un funeral. Porque esta protesta tiene mucho de réquiem. De hecho, el prólogo de la comitiva es un todoterreno que tira de una plataforma cubierta por una tela negra sobre la que descansa un sobrio ataúd de pino, arropado por la bandera zamorana, dentro del cual van el cadáver del agua que asesinó Iberdrola y el futuro de tinieblas de la provincia. Delante del todoterreno, un tractor arrastra un pequeño remolque. En él, un muchacho se sienta en la fingida poltrona de un consejo de administración. Las pancartas y megáfonos se reflejan en sus gafas de espejo. En las manos, un puñado de billetes. Sobre la cabeza, un rectángulo rojo sujeto por dos tablas en el que se lee: “Iberdólar”.

La marcha se detiene en el fondo del embalse, desoladoramente seco. Ni un charco ha dejado Iberdrola para que canten las ranas. Aquí abajo estuvo el primitivo Palacios del Pan, antes de que, en 1935, lo anegaran para siempre las aguas de la hidroeléctrica. Hoy no queda nada de aquel pueblo, a diferencia de lo que ocurre con La Pueblica o San Pedro de la Nave, cuyas viviendas y calles y muros de pizarra han aflorado con el vaciado del embalse. Y no queda nada porque sus vecinos desmontaron piedra a piedra sus casas y se las llevaron en carros a la nueva ubicación de Palacios del Pan, unos tres kilómetros más arriba de donde estamos. Lidia Pechero recuerda a dos vecinas que solo abandonaron sus casas cuando el agua les llegó por las rodillas. “No nos dejemos pisar”, exige, clama, exhorta.

La alcaldesa les echó a nuestros aplausos un discurso seco, fuerte, lapidario, senatorial, como el de un tribuno romano con menos latín y más rabia. Acogedoras y amarillas como la llanura, sus palabras fueron un llamamiento a la resistencia y a la libertad.

Y esto es lo que hay que hacer. Echarse a las calles. Apiñarse en pueblo. Que, como cantan Los Chikos del Maíz, “la belleza está en la barricada, no en Gucci ni en Prada”. A ver para cuándo lo de Palacios en Barcelona y en Madrid.