A Pablo Casado, presidente del PP, no le interesa establecer pactos de Estado con el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. No es de su agrado, comprometerse en propuestas sobre inmigración, infraestructuras, violencia de género, ni, por supuesto, en las relativas a Cataluña. Como dijo a la salida, no se fía de Sánchez, aunque a veces lo intente.

Antes había saboreado el perfume de La Moncloa. Como heredero de Rajoy Brey probó los sofás que algún día espera disfrutar como titular, se hizo la foto de rigor y, hasta pronto, debió pensar, porque la izquierda debe estar de paso. Y más todavía, cuando Sánchez le cedió la sala de prensa de la Presidencia del Gobierno. Allí, radiante, expuso sus escuetos puntos de vista como si se encontrara en casa. En suma, puro postureo.

Había saboreado el perfume de La Moncloa. Como heredero de Rajoy Brey probó los sofás que algún día espera disfrutar como titular

Mal servicio hará Casado al país y a su partido si se enroca en su particular tablero de ajedrez en el que parece no desear contrincante alguno. Mientras, rellena la dirección del PP con algún nombre, cuanto menos chocante, como el del alcalde de León, Antonio Silva, que ha saltado a la palestra por sus sospechosas conversaciones con el constructor José Luis Ulibarri, imputado en la trama Gürtel.  Si el nuevo presidente del PP quiere hacer gestos que le alejen de la corrupción de su partido, no ha acertado con el nombramiento del alcalde Silva. Mientras, sobrevuela sobre su cabeza el cada vez más complejo asunto de su cuestionado máster.

Todo esto ha coincidido con la última encuesta del CIS, que da una ventaja de casi diez puntos al PSOE sobre el PP. Don Manuel Fraga debe estar bramando, allá donde se encuentre. Casado puede encontrar ahora apoyo en el orientador José María Aznar, espejo en el que el nuevo PP se mira complacido. Mientras, en el noroeste de España, otro popular, el presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Nuñez Feijóo, escucha, observa y espera.