Llevo años defendiendo públicamente a los homosexuales y celebrando con ellos el Día del Orgullo gay, siempre que puedo y como buenamente puedo. No soy homosexual, pero defiendo a capa y espada a los homosexuales, simplemente porque defiendo a capa y espada los derechos humanos y el derecho indiscutible a la diversidad y a la diferencia, y, por tanto, a que cada uno pueda ser quien es. Y me duele que a día de hoy haya que seguir defendiéndoles y exponiendo los argumentos irrebatibles que justifican tal defensa. Porque es como si hubiera que salir a defender a los que tienen los ojos verdes porque los que los tienen negros no reconocen ni aceptan que los primeros tengan sus mismos derechos. Es así de simple.

La diversidad es una Ley universal inherente a la naturaleza, de la que somos parte. Despreciar la homosexualidad y pretender que todo el mundo sea heterosexual es como pretender que todos los seres humanos tengan el mismo color de ojos, que todos los jilgueros sean amarillos y que todos los bosques sean sólo de robles. Es totalmente imposible, ya digo, negar la biodiversidad, la maravillosa biodiversidad que forma parte de la esencia misma de la vida, en todos los aspectos, incluida la condición sexual. Desde que el mundo es mundo un porcentaje de la población mundial de todos los lugares y de todos los tiempos, que es aproximadamente el ocho por ciento, es homosexual. Y ello ha sido y es así, y siempre seguirá siendo así, independientemente de que se tengan o no que esconder por el odio de los intolerantes y los totalitarios.

 Recordemos que hace unas décadas, en la dictadura franquista, en España ser homosexual conllevaba inevitablemente ser perseguido por la ley, ser rechazado por la sociedad, ser internado muchas veces en psiquiátricos, ser repudiado por la intolerante moral religiosa, y casi siempre ser condenado a una vida enormemente dura; la elección era esconderlo y llevar una vida inhumana de represión, o mostrarlo y acabar marginado, repudiado o encarcelado.  Vidas tan duras, aun a día de hoy, que el porcentaje de suicidos en la población LGTB es muy superior al de los suicidios en la población en general. Hace unos años, en 2014, el científico y epidemiólogo Travis Salway descubrió que la causa principal de muerte en hombres homosexuales es el suicidio, muy por encima del resto de dolencias y enfermedades.

¿Qué hay detrás de tanto sufrimiento y de tanto dolor por tener una condición sexual diferente a la de la mayoría? Es evidente que la moral religiosa y la intolerancia que defiende y propaga están detrás. Las religiones, como todos los idearios totalitarios, sólo contemplan un único modelo de vida, el suyo, y rechazan absolutamente cualquier otro modelo que se independice de sus normas y de sus paradigmas. Y, como todos los idearios totalitarios, rechazan y persiguen la diversidad y la pluralidad inherente a la vida. Aunque, como decía el filósofo Mijail Bakunin, la diversidad es la vida y la uniformidad es la muerte.

Pero aquí estamos en el siglo XXI y en estas cuestiones de la condición sexual se siguen arrastrando prejuicios medievales. El lema de la semana del Orgullo Gay de este año ha sido: “Ama, hazlo con orgullo”. Sólo en los países cultos y laicos, con democracias firmes y asentadas, la homofobia no tiene espacio ni lugar. En España los ataques homófobos contra esta celebración han estado muy presentes también este año, tanto en la calle como en las redes sociales, lo cual retrata la calidad humana de nuestra sociedad.

Cuanta más presencia religiosa en un país mayor es la intolerancia y el rechazo a todas las minorías, especialmente al colectivo homosexual. Es muy lógico y nada extraño si tenemos en cuenta que desde la Iglesia se siguen vertiendo ideas de rechazo contra ese colectivo, se sigue rechazando la diversidad y la diferencia, y se continúa divulgando que la homosexualidad es una enfermedad. La insania no está en una u otra condición sexual, sino en el abuso, en las conductas perversas o depravadas y en la horrible pederastia que las religiones ni persiguen ni condenan. En los países musulmanes, por obra y gracia del Islam, se mantiene la práctica de lanzar al vacío a los homosexuales desde torres o acantilados. Así de espirituales son las religiones.

La cuestión de fondo, sin embargo, es el rechazo y la persecución de quienes consideran “diferentes”. No sólo homosexuales, sino todo tipo de colectivos y minorías: artistas, gitanos, científicos, escritores, poetas, inmigrantes, gente sensible, gente libre, gente inteligente… todos son sospechosos de ser “diferentes” y molestan a los intolerantes y a los mediocres. En realidad, les recuerdan a los del triste pensamiento único que el mundo y la vida están repletos de maravillosa variedad, que todos formamos parte de lo mismo, que todos somos diferentes pero iguales a la vez, que la diferencia no es un peligro, es riqueza y es belleza, y que el peligro es el odio y la intolerancia. Y que el amor siempre es amor, y amar siempre es motivo de orgullo. Y es motivo de orgullo ser quien de verdad se es, lo cual es el objetivo primero de todo ser humano. Ya lo decía el poeta Píndaro en el siglo IV antes de nuestra era.