La larga disputa entre ERC y JxCat y entre ERC y las entidades presenta esta semana una balance algo más vistoso de lo habitual. Oriol Junqueras contradice a Puigdemont y Torra, apostando por el diálogo como única alternativa y no por la confrontación con el Estado (vía desobediencia) como hacen el presidente autonómico en el cargo, el ex presidente residente en Waterloo, la presidenta de ANC y el presidente de Òmnium. Luego, Jordi Sánchez, diputado suspendido y encarcelado como Junqueras, le reprocha a éste que quiera hacer política de partido con la sentencia por haber sugerido que unas elecciones (a las que Torra se niega) podrían constituir una respuesta adecuada a la decisión del Tribunal Supremo.

Las diferencias entre los dirigentes en prisión preventiva se han ido manifestando de forma discreta, muchas veces por boca de otros, pero en la actual fase de caos indisimulado entre ERC y sus socios de gobierno y de Procés las apelaciones ya son directas, amenazando el último reducto de respeto conjunto por parte de todas las familias soberanistas. La disminución del número de inscritos para la manifestación del 11 de septiembre da una idea del desencanto existente entre la base independentista, atribuible al desconcierto de sus dirigentes para plantear un plan de futuro y a la falta de resultados de la política seguida a partir del otoño del 17.

Las cifras de asistentes mejorarán a última hora (como cada año) pero el espectáculo de desavenencias ofrecido esta semana ha sido notable, aunque no hay que pensar que estamos ya ante el desenlace de esta crónica de un divorcio mil veces anunciado. El poder (autonómico) les une y así seguirán hasta perder la mayoría parlamentaria suficiente para controlar la Generalitat. Sus conflictos puedan acelerar la perdida de esta institución, despreciada abiertamente por el actual presidente, aunque en última instancia el sueño de la república catalana les hará olvidar sus rencillas, hasta que estas lleguen a ser inolvidables.

La contradicción se ha apoderado este agosto del gobierno catalán, como nunca. Un presidente de la Generalitat que avisa a los suyos de la muerte del diálogo y el advenimiento de una etapa de confrontación pacifica con el Estado español para la que hay que estar preparados y dispuestos a los sacrificios pertinentes y un vicepresidente de la misma Generalitat que, fiel a las directivas del presidente de su partido, apuesta por el diálogo e incluso por la utilización de la justicia de dicho estado para reclamar los atrasos financieros correspondientes al gobierno autonómico del que Torra se quiere desentender para poder dedicarse a jornada completa a la conquista de la república.

Finalmente, la portavoz de ERC, Marta Vilalta, pretendió frenar lo que ella misma calificó de “dinámica autodestructiva” del independentismo, asegurando que no hay porque contraponer confrontación y diálogo (es una trampa, dijo, aunque no explicitó quién tiende la trampa), pues, a su juicio, ambas banderas forman parte de la buena política para avanzar, sin especificar tampoco si el avance es hacia la república o hacia el cobro de la deuda pendiente del Estado. Este mensaje, emitido como el de Torra en la Universitat Catalana d’Estiu de Prada de Conflent, es un bálsamo destinado únicamente a los independentistas; difícilmente los llamados a dialogar (el gobierno de Pedro Sánchez) pueden dar por bueno este juego de palabras, especialmente tras la experiencia de la Declaración de Pedralbes, un texto corto pero suficiente para que los unos interpretaran que abría las puertas a hablar de todo (o sea la autodeterminación) y los otros creyeran que estaba meridianamente clara la limitación del diálogo a las posibilidades del ordenamiento constitucional vigente.

Precisamente el retorno al “espíritu de Pedralbes” es la solución propuesta por Jordi Sánchez, presidente de la Crida ideada por Puigdemont, como mínimo para cambiar el voto de JxCat a una eventual investidura de Pedro Sánchez, pasando del no a la abstención, como ERC. El diputado suspendido y cabeza de lista de JxCat no ve exactamente como la portavoz de ERC la relación entre conflicto y diálogo. No se trataría de agitar las dos banderas al unísono, si no más bien “de incrementar el conflicto para ganar el diálogo que ahora se niega y después ganar la solución al conflicto, la autodeterminación”.

Tampoco coincide Sánchez exactamente con Torra, para quien el diálogo ya es un imposible y solo queda la confrontación con el Estado por vía de la desobediencia civil permanente; en otras palabras, desequilibrar al estado hasta hacerle claudicar. Este es el objetivo del jiu-jitsu no violento de Gene Sharp, uno de los grandes triunfadores de las sesiones de la universidad de Prada, el think tank de la industria independentista, tal como lo bautizó Quico Sallés, uno de los cronistas más atentos a las fallas internas del movimiento. La molestia constante hasta hacer perder los estribos al gobierno central, este es el nuevo camino anunciado por Torra, una vía que él ya practicó con sus tres negativas a la Junta Central a retirar unas pancartas del balcón de la Generalitat que acabó por guardar hasta pasadas las elecciones.