De una bacteria desobediente a la Bonoloto. Este es el curso de la historia. Puro azar. Ya nos lo advirtió Heráclito: “Todo fluye”. Y para ejemplificarlo, legó a los manuales de filosofía un eslogan que está a medio camino entre un anuncio presocrático de BMW y un koan zen. Nos habló, como se sabe, de un río de aguas nómadas e hiperactivas que era siempre el mismo y otro, y en el que, por tanto, jamás podías bañarte dos veces. Lo único que no cambia nunca, venía a decir el pensador fluvial de Éfeso, es que todo cambia. Llevaba razón. Basta con asomarse a un telediario y ver cómo en poquísimo tiempo el Congreso de los Diputados, esa casa de la palabra, como higiénicamente lo definió Borrell, se ha convertido en la leonera del grito.

Por su parte, los biólogos opinan que la vida tal como la conocemos hoy, es decir, con los madrugones, los retrasos del metro, el alegre IRPF, las toxicomanías digitales y otros Sálvame delux a cuestas, surgió de una bacteria desobediente. Una inconformista microscópica que, al reproducirse, originó una mutación con una serie de ventajas evolutivas de las que carecían sus compañeras más pusilánimes. Y aquella prevaleció sobre estas, claro. Al disgusto que vino después lo llamamos historia.

En la vida política nacional —ese híbrido entre la frase de Heráclito y las bacterias subversivas—, ocurre lo mismo. Todo cambia. Algunos partidos que nacieron con perdurable vocación de mármol, como UPyD, murieron repitiendo el lamento del replicante de Blade Runner, aquel Leonard Cohen en versión ciborg: “Todo esto se perderá en el tiempo como lágrimas en la lluvia”. Tal vez le espere el mismo final ensopado y tropical a Podemos —acaso el más mutante y arlequinesco de nuestros partidos— después de la espantá de Errejón. De ahí que los arúspices se hayan apresurado a desentrañar el porvenir de la formación morada en las casquerías. Y si uno ve la crónica de la muerte anunciada de Iglesias en un hígado de cerdo, otro distingue en unos callos de vaca un futuro de vino y rosas para la izquierda New Age de Carmena y Errejón, quien en lo único en que se ha equivocado ha sido, no en abandonar la nomenklatura podemita, sino en haberlo hecho ahora.

El errejonazo ha dejado a un PSOE más asustado por los votos que perderá Podemos que por los que este pudiera arrebatarle

Efectivamente, a pocos meses de las elecciones municipales y autonómicas, el errejonazo ha dejado a un PSOE más asustado por los votos que perderá Podemos en mayo que por los que este pudiera arrebatarle. Porque si tal cosa ocurre, y no es improbable, entonces no saldrían los números para una alianza de izquierdas en municipios ni autonomías. Anticipándose a este temor para conjurarlo a tiempo, los socialistas intentarán seducir a Ciudadanos, ese partido ambiguo, ideológicamente hermafrodita, que tiene en Rivera a un Groucho Marx de múltiples principios de bazar marroquí.  

Ahora bien, mientras Podemos se suicida pensativamente, sobrevive como un barco fantasma o gana batallas después de muerto —ya se verá—, tal vez el partido que más puede favorecer al PSOE es Vox, y no tanto por lo que propone como por lo que representa: la ausencia absoluta de moderación en todos los ámbitos. Incluso a la hora de financiarse. Si el Cid del Cantar no tuvo retortijones de conciencia para engañar a los judíos Raquel y Vidas a cambio de dinero, Vidal-Quadras tampoco hizo ascos al oro rojo de Irán, a pesar de que la ley de financiación de partidos políticos prohíbe las donaciones de organizaciones extranjeras. Un oro procedente de un grupo opositor cuyo dios no era Alá, sino un Kaláshnikov.

Pero también Vox muta y cambia, como el laborioso río de Heráclito y aquella bacteria transformista. De modo que gracias a los tejemanejes de Vidal-Quadras y a las explicaciones de Ortega Smith, sabemos que Vox se convierte a marchas forzadas en una formación progresista. Para empezar, estos neodemócratas ya no incluyen en su odio hiperactivo y racial a toda la morisma, sino únicamente a la morisma que no tiene dinero. Es un avance. Ahora solo falta que Alice Walton, la mujer más rica del mundo, les regocije la nómina con una calderilla de miles de euros para que los salvapatrias solo odien a las mujeres que no salen en Forbes. También sería otro avance.

Por su parte, el PP de Casado, a tenor de las homilías hiperventiladas en la reciente convención nacional, se aznariza y radicaliza. No es de extrañar, por tanto, que solo los viejos votantes aplaudieran esa esclerosis múltiple y no los improbables nuevos, pues el PP demostró, una vez más, ser incapaz de construir una ideología de centro derecha para del siglo XXI.

El PP demostró, una vez más, ser incapaz de construir una ideología de centro derecha para del siglo XXI

En efecto, hechizado por la izquierda, su política se cifra en reaccionar compulsivamente contra aquella. Nada más. Eso explica la fuga de votos a Vox y el que un dirigente popular llegase a decir, y debe subrayarse doblemente en rojo, que muchos de los postulados de Vox están ya contenidos en los del PP. Normal. Vox constituye el lado oscuro, la sombra, lo reprimido del PP, y Abascal es el míster Hyde de la derecha cimarrona que fascina y repele a la vez a Pablo Casado. Algo que inquieta a ciertos jerarcas del PP con ideas menos radicales que su líder, un partido que involuciona darwinianamente. Lo suyo es todo un viaje a la semilla, como en el cuento de Alejo Carpentier, durante el cual no encontraremos a un Casado amigo de la mesura ni émulo de Merkel, quien no solo fumigó a la ultraderecha alemana, sino que antepuso la moral a las estrategias partidistas en el tema de la inmigración.

Pero a Casado, más atento a prodigar la sonrisa pavlovianamente condicionada por su gabinete de prensa que a otros menesteres, le importa un bledo el país. De lo contrario, apoyaría a cierra ojos los presupuestos de Sánchez. Y le exigiría después que los cumpliera, en el caso de no hacerlo. Mola más, sin embargo, ir de lobo feroz asustando a los ancianos y a los ingenuos con el cuento de que viene el buenismo rojo de Caperucita y nos devorará a todos. 

Así las cosas, para una gran mayoría de españoles, solo dos formaciones encarnan la cada vez más necesaria moderación: el PSOE y, según se levante ese día, Ciudadanos. Sánchez el Contradictorio está condenado a entenderse con Rivera el Multiusos, el líder de un partido voluble como el río de Heráclito e imprevisible como una bacteria díscola. Estamos a merced de los mutantes.