Estamos todos agotados. Es cierto. La situación a la que nos está abocando la inédita realidad de la Pandemia del COVID 19 (por mucho en que se empeñe la Real Academia de la Lengua me niego a convertir en femeninas todas las enfermedades y los males del mundo), es tan anormal como significativa. Anormal porque, frente a otros retos, esta plaga nos está poniendo a prueba como especie y cambiando nuestros hábitos y realidades como sociedades. Sin embargo, en todo esto, que nos retrata individual y colectivamente en la asunción de nuestras responsabilidades o no, hay algo que, desafortunadamente, no ha cambiado: el egoísmo o la estupidez, o ambas cosas, de un nutrido número de nuestro congéneres. Si bien es cierto que también la generosidad y el compromiso de muchos se materializa en gestos de entrega, solidaridad y ayuda, es la falta de asunción de la realidad y nuestra parte alícuota de responsabilidad la que está matando tanto o más que el virus. El caso de España es especialmente sangrante, y en el circo que se monta en el Congreso de los Diputados, se manifiestan las fieras y alimañas a las que no les importamos lo más mínimo, más allá del rédito político que creen que puedan sacar de una situación de crisis y caos sin precedentes.

Asia, en especial Japón y China, ya nos han dado una lección magistral, un guantazo sin manos, en cuanto a la gestión del problema. En especial China a la que, con todos los peros que queramos y debamos ponerles por falta de democracia, respeto de derechos humanos, y demás garantías, se ha atajado con disciplina férrea el asunto de confinamientos, pruebas diagnósticas, rastreadores y controles de los espacios comunes. Como resultado, en el lugar donde se desató esta pandemia se tienen controlados los índices de contagios con casos bajísimos, y la paulatina y lenta vuelta a la “nueva normalidad”, con garantías y responsabilidad, ha conseguido que en el último trimestre su economía haya crecido un 5% mientras se hundían las del resto del mundo.  En Europa, sin embargo, la vieja y resabiada Europa que lo sabe todo, cada gobierno se desconfinó según le vino en gana,  con las legítimas presiones económicas de todos los sectores, en especial de hostelería y turismo, y el resultado es una segunda ola desbocada y un hundimiento económico abisal. Casi todos los países afrontan ahora una nueva reclusión de sus ciudadanos: Francia, Holanda, Chequia, Irlanda, Alemania, etcétera.

La canciller alemana Ángela Mérkel le daba una lección de patriotismo a los suyos y a los ajenos, de la que podían tomar nota los desnortados democratacristianos españoles del señor Casado. Mérkel, que ha decidido confinar toda Alemania el mes de noviembre, para empezar,  decía  entender la “frustración” y la “desesperación” en particular de los empresarios que deberán cerrar durante todo noviembre sus negocios a causa de las nuevas restricciones. Argumentaba que  “está bien, es importante, es irrenunciable” que las medidas para combatir la pandemia “sean públicamente discutidas, públicamente criticadas y públicamente cuestionadas en cuanto a su proporcionalidad” y agregó que “el debate crítico no debilita la democracia sino que, al contrario, la fortalece”. Sin embargo, se mostraba durísima  en su toma de postura  contra los negacionistas  de extrema derecha, Alternativa por Alemania, los únicos que no han apoyado las medidas, cuando afirmaba que “las mentiras y la desinformación, las conspiraciones y el odio no sólo dañan al debate democrático, sino también a la lucha contra el virus de la que dependen vidas humanas”.

En España se ha logrado aprobar la prórroga del estado de alarma por seis meses revisables, con los noes de VOX y Foro por Asturias, análogos a los filofascistas alemanes de Alternativa por Alemania, y la vergonzosa abstención del PP de Casado, en complicidad con los independentistas catalanes de JXCAT y los vascos EHBildu, qué extraños compañeros de viaje, o no… Está claro que la supuesta vuelta al centro del PP no era más que un espejismo de Pablo Casado; un golpe de efecto publicitario que no podía durar porque, en la naturaleza de este joven líder están las mismas aspiraciones reaccionarias de aquellos de los que pretendían despegarse, del señor Santiago Abascal y jauría, que nacieron y se independizaron en el propio seno del PP nostálgico de la Dictadura franquista. Siempre supe que, como escribió el dramaturgo inglés: “el mejor disfraz del vicio es el de la virtud”, pero es estomagante que los que pretenden demoler el gobierno, las instituciones y la democracia, con pretextos de preservar las libertades y la Constitución, nos pretendan hacer comulgar con ruedas de molino.

Llegados a este punto, todos sabemos que la estupidez, la mentira y el egoísmo, matan más que el virus. Una pena que este microscópico adversario no fuera más selectivo, y acabara con los necios, los malos, los egoístas, los oportunistas o los negacionistas. Saldríamos así reforzados de esta crisis como sociedad y como especie. Por el contrario, a los hechos diarios me remito, estamos condenados, como en el mito de Sísifo, a arrastrar la pesada carga de la culpa propia y ajena, a despeñarnos una y otra vez, para nada.