Hay mañanas en que, al despertarnos, Dostoievski resucita en nuestra sangre. Días en que la realidad plagia los primeros capítulos de Crimen y castigo, aquellos en que, como recordarán, Raskólnikov asesina a la vieja usurera a hachazos porque se considera a sí mismo un ser superior más allá del bien y del mal, y en la anciana no ve más que un “insecto” que merece la muerte. Tal vez hechizado por una ilusión de omnipotencia similar a la de Raskólnikov, Bernardo Montoya violó y mató a Laura Luelmo. Una joven que había hundido en la maleta sus pinceles profesorales y la niebla románica y parda de Zamora, su ciudad, y había emigrado al sur en busca de la felicidad laboral que le prometía su particular California Dreamin’, que para ella no estaba en el Pacífico, sino en un pueblecito aceitunil de Huelva, donde había encontrado trabajo. En el instituto de Nerva, iba a enseñarles a los alumnos la historia visual de la humanidad, desde Altamira a los emoticonos de Whatsapp, y a demostrarles, como en el célebre poema de Keats, que la belleza es verdad y la verdad, belleza. No pudo. La muerte, travestida de psicópata, de Raskólnikov de carne y hueso, la estaba aguardando frente a su casa.

El de Laura Luelmo ha sido otro más de los viles asesinatos que engrosan el, por desgracia, numeroso santoral femenino de víctimas del terrorismo sexual. Pero no menos abyecto que el crimen de Montoya es el comportamiento de Pablo Casado. Cualitativamente, la bajeza es idéntica en los dos casos, solo varía en grado; porque ambos, tanto Montoya como Casado, han utilizado a Luelmo para sus fines. Aquel, para satisfacer sus oscuros instintos libidinosos; y este, despreciando por el camino la petición de respeto que rogaba la familia de la joven, para sus intereses partidistas.

No menos abyecto que el crimen de Montoya es el comportamiento de Pablo Casado

Sorprende —o no— que un partido como el PP, que siempre se ha jactado de solidarizarse con las víctimas del terrorismo de ETA, como si el resto de los que amamos la democracia no lo hubiéramos hecho también, demuestre en este caso tan poca solidaridad con la familia Luelmo. A lo mejor es porque Casado solo conoce el significante de la palabra, pero no el significado, que es hacer todo lo posible por reducir el sufrimiento de otro ser humano. Eso es la solidaridad y no dar palmas telegénicas ni gritar consignas volátiles.

Ahora bien, está claro que algunos políticos anteponen su neurosis electoralista al respeto por el dolor de una familia que acaba de perder a un ser querido. Y así, sin rubores ni retortijones de conciencia, tanto Pablo Casado como Santiago Abascal, el Tirano Banderas de Vox, ese que lleva un revólver discreto y megalómano bajo el sobaco, se han apresurado a utilizar miserablemente el cadáver de Laura Luelmo, aún caliente (¿cuántos votos valen los veintiséis años sin vida de la profesora?), para hacerle la autopsia en directo y pedirle al Gobierno que no derogue la prisión permanente revisable.

Oportunamente, Sánchez le recordó a Casado que el asesinato de la joven ha ocurrido estando en vigor la prisión permanente, impuesta a capón por el PP, y que, visto lo visto, poco o nada disuasoria es. Por su parte, la formación de Vox en Zamora se negó a no contribuir con sus fiebres en la historia universal de la infamia, y en las redes sociales acusó al PP y al PSOE de “favorecer con la ley a los delincuentes”. Es mejor, claro, construir un cadalso en el programa de Ana Rosa Quintana y ajusticiarlos en directo, que la Constitución solo existe para que la cumplan los independentistas catalanes. En fin, en esta necia competición por ver quien gana la medalla de oro del lumpen moral, Echenique no se quedó a la zaga. Y no sigo porque todo esto da asco.

La solidaridad no es dar palmas telegénicas ni gritar consignas volátiles

Pienso que la solución al terrorismo sexual, que a menudo también desemboca en la muerte de la víctima, no radica en endurecer las penas, ni únicamente en exigir que el culpable las cumpla de forma íntegra, ni en la vigilancia minuciosa de los exconvictos peligrosos, como sugiere Carmen Calvo. La solución es prevenir. Y la esperanza se asienta en la educación, en desarrollar en los adolescentes un fuerte sentimiento ético, que obviamente no se conseguirá ni con prédicas ni a base de exámenes, sino haciendo que nuestros hijos se metan emocionalmente en el pellejo de otros. ¿Cómo? Pues a través de la literatura, del cine, de documentales, de reportajes periodísticos. Es la única manera de ampliar la experiencia emocional y afectiva del alumno. Así lo cree el filósofo norteamericano Richard Rorty. Y yo, también. En Oliver Twist, por ejemplo, hay más enseñanzas morales que en la Ética de Spinoza. Y en la foto de la niña del napalm, de Nick Ut, más verdad que en todos los sesudos ensayos sobre los horrores de la guerra de Vietnam.

Y es que, al margen de consideraciones sociales, culturales, raciales, sexuales y económicas, todos sin excepción compartimos algo más que la certeza de la muerte. Todos alguna vez hemos sido calumniados, despreciados, humillados. No olvidar este sentimiento común, e impedir reproducirlo en otros, es la base de la ética, de la solidaridad. ¿Utópico? Puede. Pero también fue utópico abolir la pena de muerte. También lo fue el sufragio universal femenino. También, la enseñanza elemental para todos. Y valieron la pena esas utopías. De otro modo, seguirán menudeando los Raskólnikov y habrán sido en vano las muertes de Laura Luelmo y de tantas mujeres.

La solución al terrorismo sexual está en la educación, en desarrollar en nuestros hijos un fuerte compromiso ético

Lo que ha sacado a flote el asesinato de la profesora zamorana es la culpabilidad implícita de toda una sociedad. Desde la irresponsabilidad política al fracaso de los sistemas educativos y penitenciarios, pasando por la negligencia de muchos padres, que se desentienden de sus hijos, siguiendo por la bajeza de las redes sociales y terminando en ese periodismo que caga mierda amarilla. Pero no nos preocupemos, que ya llega la Navidad, y nuestra mala conciencia desaparecerá con el cava y la tarjeta Visa. Nos despertaremos el día de Año Nuevo amnésicos y felices. Y, entonces, a Laura Luelmo no la habrá asesinado nadie, porque, excepto para su familia y su novio, jamás habrá existido.