Este martes, en el Congreso de los Diputados, con motivo del Día de los Ángeles Custodios, el ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, condecoraba a 11 agentes de la Policía Nacional con la Cruz al Mérito Policial. El ministro elogiaba de dichos agentes su “destacada trayectoria profesional” y alababa al cuerpo por sus “dos siglos de historia al servicio de España”.

De esos dos siglos, Fernández Díaz debería haber descontado los últimos cuatro años en los que el cuerpo parece haber estado “al servicio” del Partido Popular y de los caprichos del ministro. Porque justo en ese momento, a unos pocos metros del acto, se aprobaba la reprobación de toda la oposición al ministro, también por su “trayectoria profesional” como guía turístico de los recovecos más oscuros del Estado.

El desencadenante de la reprobación son las grabaciones difundidas por Público donde se escucha al ministro departir con el exjefe de la Oficina Antifraude de Cataluña, Daniel de Alfonso, sobre cómo utilizar las instituciones del Estado de forma partidista contra sus rivales políticos.

Pero la “trayectoria” de Fernández Díaz ya estaba manchada de detritus mucho antes de que le pilláramos bajando a las cloacas del Estado. Se ha pringado en varias ocasiones, mezclando churras con merinas y curas con instituciones. Ha mostrado tics racistas con la gestión de la inmigración en Ceuta y Melilla que quitarían el sueño al mismísimo Donald Trump; nos ha tratado de idiotas poniendo al aborto al mismo nivel que los asesinatos de ETA; ha puesto la formación de nuestros policías en manos de la Santa Iglesia; se ha comportado como un oligofrénico cuando nos ha contado que tiene un ángel de la guarda que le ayuda a aparcar y antes de poner medallas a policías de carne y hueso se dedicaba a condecorar a vírgenes de madera, dejando la imagen de España a la altura de una teocracia chusquera.

Fernández Díaz lleva años marcado con el estigma de la ignominia y ahora también porta el sello de la reprobación de la mayoría de los españoles a través de sus representantes políticos. Ya sabemos que todo eso le da igual, y lo mismo le da a su valedor, Mariano Rajoy, que sabiendo todo esto no dudó en maniobrar para colocarle como presidente del Congreso.

Su futuro hace tiempo que debería ser pasado, aunque en el PP están a la espera de la investidura para revelar cuál será su próximo destino. Muchos apuestan por elevarle a las alturas vaticanas y colocarle como embajador ante la Santa Sede, lo que provocaría en el ministro un éxtasis que dejaría el de Santa Teresa en un simple vahído.

Sea como sea, su destino dependerá de que Rajoy vuelva a ser presidente. Lo que queda por saber es cómo se tragará el PSOE también el sapo de Fernández Díaz, ahora que ha apoyado su reprobación. Aunque si rechazan hacer una “barricada” por la corrupción del PP, es posible que no les cueste taparse la nariz ante la “cloaca” del ministro del Interior.