Para Sostres, las camareras de los hoteles tienen una vida secreta. No son trabajadoras honradas que curran mil horas para llevar un sueldo digno a casa. En realidad, en la descripción que la pluma del columnista de El Mundo hace de ellas, se trata de sibilinas buscadoras de hombres solteros con alto poder adquisitivo. Realiza un pormenorizado análisis de los dos tipos de camarera cazadora - también dice que algunas son buenas -, para terminar concluyendo que están las que diréctamente se prostituyen informando del precio por sus servicios con carácter previo al acto carnal, y las que tras realizarlo amenazan con denunciarte por violación. Otra vez, ese Sostres ilustrado y viajado llega a las páginas del periódico para avisarnos, como si de una completa guía se tratase, de los riesgos que nos acechan cuando alguien entra a cambiar las sábanas de nuestra habitación en un hotel cualquiera del mundo. Una nueva clase de depredador, que se esconde tras el carro de las toallas con el oscuro objetivo de quedarse con nuestro patrimonio. Qué sencillo es escribir una columna, haciendo genuflexiones a la calumnia.

Dice Sostres, para presentar su espacio habitual, que “escribir es meterse en problemas”. A mí me parece más correcto decir que este señor busca los problemas para que alguien lea lo que escribe. Sólo así se explica como pueden ponerse negro sobre blanco semejantes barbaridades, implicando a colectivos enteros, y casi siempre en femenino. La duda que me asalta al terminar esta columna es sencilla, ya que el amigo Salvador parece hablar con conocimiento de causa. Según la lógica de Sostres, una de sus camareras podría haber visto algo en la persona de Strauss-Kahn. Dinero y poder, que son el móvil necesario según el columnista. La pregunta que me hago es: ¿Por qué se fijaría una de estas mujeres en Sostres? Misterio.

Ion Antolín Llorente es periodista y blogger. En Twitter @ionantolin