Dicen que a principios de semana cambia la meteorología, y debemos decir adiós al buen tiempo. Viene el frío, y las borrascas, y parece una metáfora interesante para “la tormenta perfecta” que parece se está conformando sobre nuestro horizonte económico más cercano.  No, no me gusta la economía. La cultura es mi sustento y mi materia predilecta, pero, los que vivimos del tejido creativo y cultural sabemos que, al ya maltratado ámbito de la creación, las crisis suelen segarlos como la guadaña más cruel. Ya lo vivimos en la última, en 2008, casi no nos hemos recuperado aún, y los signos apuntan a otra por venir todavía peor, alimentada por irresponsables e incapaces al frente de la mayoría de los gobiernos internacionales, empezando por el indescriptible bufón al frente de la presidencia de los EEUU, Donald Trump, que está decidido, con sus vendettas de niño malcriado, a desatar el infierno económico sobre todos.

La primera reacción ha sido la del sector olivarero, representado por Asaja, COAG, UPA y Cooperativas Agroalimentarias. Se han manifestado en Madrid para denunciar la “crítica” situación que atraviesan más 250.000 familias de productores por las pérdidas que soportan ante la bajada de precios en origen del aceite de oliva y ante la propuesta de Trump, de imponer aranceles de un 25% a varios productos comunitarios, entre ellos al vino y al aceite de oliva.  La última vez que se tomaron medidas como esas fue en el año 30, tras el famoso Crack del 29, y la decisión, una vez más, del “Imperio Norteamericano”, sumió al mundo en una recesión que aseguran los estudiosos en historia económica, ralentizó la recuperación mundial en casi 5 años.  Trump no es de leer; es más de Tweeter, tribuna y megáfono perfecto, y sin filtro, de su necedad sin límites. Indigno representante de un país fundamental en la Historia contemporánea que ha caído en la trampa de un populismo desaforado y zafio, que está empezando, con su pugna personalista y postiza contra China y Europa, a generar problemas también a los  productores norteamericanos, los agricultores de la soja, por ejemplo, que han visto cómo ya no pueden vender su producción al gigante oriental. En el pecado llevan la penitencia pues, fue el llamado “cinturón bíblico” norteamericano, mayoritariamente rural y agrícola, el artífice de la pesadilla de ver a este engendro político al frente de la Casa Blanca.

El Fondo Monetario Internacional ha abierto esta semana pasada una nueva etapa en sus siete décadas de historia con el estreno de Kristalina Georgieva al mando de la institución, en sustitución de Christine Lagarde. Economista búlgara de 66 años, curtida en la alta jerarquía de la Comisión Europea, el Banco Mundial y ahora el FMI. Georgieva arranca su mandato en un momento muy delicado para la economía mundial. “Prevemos que el 90% del mundo crezca menos en 2019. La economía mundial se encuentra en una fase de desaceleración sincronizada”, ha declarado la búlgara durante su primer discurso en Washington. Georgieva ha ilustrado el cambio de ciclo experimentado en los dos últimos años, en los que se ha pasado de un crecimiento generalizado a un frenazo que afecta al grueso de las economías mundiales. Una situación que ha atribuido “en gran medida” a las tensiones comerciales desatadas por las guerras arancelarias de Donald Trump, que “han debilitado substancialmente la actividad industrial y la inversión mundial”. A lo que hay que sumar las dudas que está generando la creciente desconfianza en el multilateralismo, derivada del auge imparable del nacionalismo. “La incertidumbre, impulsada por el comercio, pero también del Brexit  y las tensiones geopolíticas, están conteniendo el potencial económico”. Su aterrizaje marca un antes y un después en el rumbo de la institución internacional, un organismo que nunca había tenido al mando a una persona crecida bajo el Telón de Acero y educada inicialmente bajo la doctrina marxista. “Todo el mundo pierde en una guerra comercial”, ha dicho Georgieva que, no obstante, ha llamado a resolver las “preocupaciones legítimas que envuelven al comercio internacional, desde los subsidios al robo de la propiedad intelectual”, tema en el que España, y lo sé como sufridor del asunto, tiene enormes carencias

La desaceleración generalizada está yendo acompañada de un aumento de los riesgos financieros debido al elevado endeudamiento y la búsqueda desesperada de rendimientos por parte de los inversores. De producirse una nueva recaída estaría en juego la pérdida de cerca del 40% del total de la deuda en los ocho países más ricos del mundo. Un nivel superior al de la crisis financiera del 2008. Los análisis son claros, los síntomas, preocupantes, y el mayor causante es el virus de la estupidez y la desmemoria inoculado, no sólo entre los dirigentes internacionales, incapaces, de medio mundo, sino entre una ciudadanía laxa, que ha delegado demasiado tiempo sus responsabilidades, adormecidos en la comodidad o el hastío. Una vez más el mal de Casandra nos afecta: ver venir la catástrofe, y que nadie la crea. Estúpido animal el ser humano que teniendo capacidad de ver venir las cosas y ponerles remedio se empeña en cavar una tumba donde enterrarse, y enterrar a sus congéneres, en vida…