Desde que Pedro Sánchez ha anunciado que adelanta las elecciones generales al 28 de abril la vorágine electoral ha empezado sin ninguna demora. Nos esperan dos meses duros, dos meses en los que nos llegarán mensajes de todo tipo, muchos de ellos engañosos, en una guerra en la que todas las organizaciones políticas querrán conseguir la victoria, algunas buscando el progreso del país y otras buscando impedirle, y otras buscando, directamente y sin escrúpulo alguno, someterle a situaciones totalitarias y antidemocráticas, imponiendo el regreso a la Edad Media como modelo a seguir. Y acabaremos aturdidos y confundidos porque las opciones políticas que tenemos no están del todo claras.

Los desinformados, o analfabetos políticos en palabras de Bertolt Brecht, lo tienen fácil porque tienden a creerse muy fácilmente a los manipuladores, y dudan, quizás, menos que el resto. Votan sin pensarlo mucho o directamente ni votan. Ellos suelen hacer bueno ese eslogan que difunde astutamente la derecha de “¿para qué votar si todos son iguales?” para compartir con el resto sus propios abusos y desmanes y, con ello, minimizarlos.

Los votantes de derechas, o de extrema derecha, lo tienen clarísimo; salga el sol por donde salga van a votar, aunque, literalmente, les vaya la vida en ello. Recordemos los casos de ancianos recientemente fallecidos en asilos que “votaban” en manos de las monjitas correspondientes, tan angelicales ellas; o recordamos imágenes de monjas llevando a ancianitos en sillas de ruedas, algunos demenciados, con el voto previamente preparado. En fin, que ya sabemos que las derechas se unen como piñas a la hora de conseguir sus propósitos.

Otra cosa es, en esta ocasión, a quién se va a votar. El voto conservador está dividido, aunque, en esencia, los programas electorales y las inquietudes políticas y sociales de los tres partidos en cuestión, Vox, Ciudadanos y PP, son muy similares y muy, muy fáciles de entrever y presagiar: privatizaciones, desprecio a lo público, patriotismo y nacionalismo a ultranza, no vaya a ser que Cataluña o los inmigrantes, o la izquierda marxista-leninista acaben con España; caza y corridas de toros por doquier, que hay que matar, y si no se puede a las personas, pues matemos a los animales, que hay que enaltecer la crueldad, no vaya a ser que la plebe se habitúe a la sensibilidad y a la compasión, y les de por pensar y por ser humanistas; y por supuesto, machismo y misoginia; y las mujeres a sus puestos,  a parir y a callar, que para eso son un apéndice del hombre, como dice la biblia.

Es decir, mucha rabia y mucho odio.  Y, por descontado, mucho odio a Pedro Sánchez porque les arrebató el poder, no por otra cosa. En esa tesitura, los discursos y los mensajes de la derecha que oiremos repetidamente hasta el 28 de abril serán seguramente cantos de sirena para los votantes conservadores y para los desinformados, y verdadero veneno ideológico para la salud democrática de este país, y probablemente para la salud mental de todos los receptores de sus arengas y sus inquinas.

La izquierda lo tiene complicado y nada fácil ante tanta artillería pesada. Las encuestas vaticinan un gran descenso de Podemos, y, aunque PSOE obtuviera buenos resultados quizás no lleguen a ser suficientes ante el pacto de las tres derechas. La jugada de Errejón fue un verdadero disparate que seguramente va a costar muy caro a la izquierda. La permanencia de Susana Díaz en el PSOE tras el fracaso de las elecciones andaluzas es, me consta, algo que desanima enormemente a los votantes socialistas. Algunos no votarán y otros votarán a Podemos, y otros lo harán a otras opciones menos convencionales, como PACMA, el único partido animalista en España, cuyo ascenso se presagia, muy afortunadamente.

Algo realmente preocupante es el posible traspaso de votos del PSOE a Ciudadanos, en la falsa idea que nos malvenden de que son centristas; muy al contrario, C,s es un partido que lleva el neoliberalismo al extremo, y que trabaja, por tanto, para rendir vasallaje al poder económico, despreciando los derechos y el bienestar de los ciudadanos. Es evidente que son el lobo disfrazado de cordero.

Mi voto, es evidente, es progresista, y tengo muy claro que quiero una España justa, que respete los Derechos Humanos, democrática, decente, por supuesto laica, aunque estemos a años luz, y muy alejada del franquismo, que es lo que nos espera, o algo ideológicamente muy parecido, si la derecha, las tres extremas derechas consiguen el poder.

En esa tesitura el voto útil quizás sea simplemente el voto que se ejerce. El voto perdido es un fracaso de la democracia y es un regalo para la derecha, que se ve siempre beneficiada por los votantes progresistas que dejan de votar. Pero, sea como sea, en estas próximas Elecciones la importancia de votar se multiplica por mil; porque el precio de no votar progreso supondría un retroceso de consecuencias insospechadas, y el país caería en manos de verdaderos fanáticos de “arriba españa”, como bien se vio en Colón, que despreciarían a los ciudadanos, a sus libertades y a sus derechos. Y porque, como dijo el escritor y editor norteamericano George Jean Nathan, “los malos gobernantes no son elegidos por los ciudadanos malos, sino por los ciudadanos buenos que no van a votar”.