La homofobia y el machismo suelen ir de la mano. Aquellos que tienen inoculados los gérmenes del machismo suelen padecer también la enfermedad del odio LGTBI. Veintiún siglos de educación judeocristiana, de patriarcado, que estigmatiza la libertad sexual, no se borran de un día para otro, pero es nuestra obligación que se empiece a tomar en serio en sus síntomas más cotidianos. También judicialmente. En el mismo carro en el que se llevaba a la hoguera a las mujeres acusadas de brujería se conducía también a los hombres y mujeres acusados de desviación, sodomía o lesbianismo.

En el caso de los homosexuales, además de los salvajes métodos de tortura generalizados y especializados, en lo que tiene más que ver con el sadismo extremo patológicamente entendido, se utilizaba un distintivo particular. Se les untaba de brea y se les cubría de plumas, de ahí que se siga asociando el ser gay con tener pluma, para que todo el mundo supiese de qué se les acusaba, y para que ardiesen mejor. Hoy los emplumados se realizan mediáticamente, a veces de forma supuestamente inocente, otras no tanta, y escondidos en el cobarde enmascaramiento de las redes sociales, y hay que decir también que las sentencias al respecto suelen ser bastante laxas.

Una de las últimas manifestaciones presuntamente inocentes de estos días, son las que la prensa mayoritariamente ha usado para referirse al hecho de que Gauthier Destenay, esposo del primer ministro de Luxemburgo, posase junto a las esposas del resto de los mandatarios en la cumbre de la OTAN. El hecho de que la “broma” sea el recurrente titular “La foto de las Primeras damas”, por excepcional que sea hasta el momento, no deja de ser un síntoma de que aún no están superados ciertos atavismos.

Es cierto que también muchos medios han destacado la foto con titulares más adecuados, pero pocos le han dado el cariz de normalización que debiera. Eso por no hablar que, mientras muchas de las señoras que posaban eran perfectamente intrascendentes en sus carreras, más bien mujeres florero-y tienen todo el derecho-, exmodelos, más o menos reputadas, o aristócratas, Gauthier Destenay, es un respetado arquitecto que no se ha escondido, como sí han hecho en política muchos, aún hoy, posando con las señoras, y metiendo mano luego en la oficiosa entrepierna de los señores que se les han puesto a tiro.

Si ya hablamos de las redes sociales, ese tupido maremágnum de embozados impunes, encontramos toda clase de insultos, indiscriminados, por este motivo. Baste con teclear en los buscadores más conocidos nombres como Miquel Iceta, y junto a los memes de los bailes, hay toda clase de faltas de respeto que tienen que ver con una homofobia punible, como si la condición sexual, constitucionalmente reconocida, fuese incompatible con el serio y respetable ejercicio de la función política. Comunicadores y presentadores como Jorge Javier Vázquez, por poner un ejemplo perfectamente reconocible y de éxito, soportan con estoicismo numantino toda clase de insultos, vejaciones y ridiculizaciones que, como en otros casos, debieran ser penados como delitos de odio, así lo recoge nuestra ley, por homofobia.  No puede ser que unos tweets de mejor o peor gusto o humor negro, como en el caso de Casandra Vera sobre Carrero Blanco, supongan una condena de un año de prisión, y haya quien soporte diariamente mofas, descalificaciones, e incluso amenazas por su condición sexual. Tampoco es muy comprensible que se dé una noticia sobre supuestos malos tratos entre hombres y mujeres y, como en el caso general, no se ponga el teléfono obligado de atención a las víctimas de violencia de género, o violencia doméstica.

Las sentencias, los colectivos, los observatorios, manifiestan una normalización de tolerancia a esta “Homofobia Cotidiana”, si se me permite el término, que resultan peligrosas para el crecimiento cívico de nuestra sociedad. Si se aplicase la misma contundencia a Xavier Novell, Obispo de Solsona, que, a Casandra, en lo que por cierto me parece que además de un agravio comparativo hay matices tránsfobos, tal vez el clero sería más respetuoso con el código penal, ya que no lo son con el mandamiento nuevo, ese de amaros los unos a los otros como yo os he amado, y que, hasta donde yo leo, no excluye a nadie. Mientras tanto, sube el índice de agresiones homófobas en todo el país, y tenemos que seguir oyendo comentarios, supuestamente ingeniosos, sobre plumas, aceites, y demás lugares comunes.

Yo no soy de los que se la coge con papel de fumar, pero, ¿si las bromas fuesen de negros, judíos, gitanos, seríamos tan tolerantes? A lo mejor es hora de pasar a la acción, a la desautorización general de comportamientos y comentarios que tienen en su sustrato parte de la historia más negra de nuestro país y del mundo. También una tipificación clara en el código penal para el que no se está ni tan raudo ni tan vigilante como en otros temas.