Zeus se transformó en cisne para seducir a Leda. Si hoy el gerifalte de los dioses embaucara a las modelos de Vogue con esos tejemanejes animalistas, Ada Colau lo desahuciaría del lago musical de Chaikovski a escopetazos, le retorcería el pescuezo después y lo echaría por último a la cazuela del programa de Susanna Griso, con una pastillita de avecrem de gratificación. Los tiempos cambian. De ahí que Zeus no se haya transformado en toro esta vez para raptar a Europa. Zeus se ha travestido de Steve Bannon. Y aquí lo tenemos con su flequillo respingón, sus mejillas macizas y un propósito de hierro entre las cejas: secuestrar a Europa para que, vitoreado por el ultra Viktor Orbán, cuyo autoritarismo en blanco y negro seduce a Pablo Casado, nos la encontremos mañana en una cuneta de los telediarios con un tiro en la nuca y una égloga silvestre de violetas de sangre.

Bannon, después de empingorotar a Trump a su mediocre Olimpo de banderas y gorra de béisbol, cogió en Manhattan la última carabela de Colón y ha venido a devolvernos el cumplido del genovés. Del Nuevo Mundo nos trae unas patatas fritas de Wisconsin dentro de un cucurucho del Ku Klux Klan. Le han agradecido el detallazo Wilders, Marine Le Pen, Salvini, Rafael Bardají —exconsejero de Aznar y miembro del Comité Ejecutivo Nacional de Vox— y todos los criptonazis que en Austria, Alemania o Suecia se enjugan las lágrimas de una imaginaria pureza perdida en una esvástica de trapo.

“Del Nuevo Mundo nos trae unas patatas fritas de Wisconsin dentro de un cucurucho del Ku Klux Klan”

A uno le inquieta este Zeus de Norfolk que, con toda seriedad, atribuye la quiebra de Lehman Brothers —y el apocalipsis que siguió— a unos mozalbetes que hace más de medio siglo compartían en Woodstock el amor universal de un porro. Para Bannon, según intenta argüir en su documental Generation Zero, los que estaban al frente de la economía en 2008, cuando el mundo estalló, eran aquellos niñatos irresponsables y drogatas que habían sobrevivido escondidos debajo de las chaquetas de Wall Street.

Precisamente a causa de su simplismo, idéntico al “España nos roba”, este tipo de argumentos cala en amplios sectores de la opinión pública. No es extraño, pues, que a consecuencia del fabuloso enriquecimiento de una élite a costa de la penuria de la mayoría la estrella de David haya vuelto a brillar en el cielo de Europa. Pero ahora los culpables de la escasez de empleos dignos, y hasta de la destrucción de la Atlántida, son los inmigrantes, los refugiados y los musulmanes, los tres unidos en un propósito común, según las falacias ultras: okupar el continente, exprimir hasta la última gota el estado de bienestar y arrancar de cuajo las raíces culturales de Europa.

“Precisamente a causa de su simplismo este tipo de argumentos cala en amplios sectores de la opinión pública”

Pues bien, en estas andábamos cuando en Bruselas desembarcó Steve Bannon. Al igual que Le Pen, él también quiere una Europa que eche el cierre a las fronteras. Y una Europa cada vez más insolidaria. Y una Europa cada vez más débil en lo económico, quizá para que doblemos la espalda en las plantaciones algodoneras del tío Sam, mientras Jean-Claude Juncker entona el Go down, Moses de los esclavos.

Con ese propósito el Zeus de Norfolk ha injertado en el callejero de Bruselas el Movimiento, una fundación que pretende unificar a todos los partidos nacionalpopulistas del Viejo Continente surgidos a raíz de la globalización y, sobre todo, a raíz de la crisis económica que dejó a Italia colgada de un espagueti, a Francia sin égalité y muy poca fraternité, a Grecia jugando al escondite con la troika entre las columnas del Partenón, al Reino Unido en un brexit de hooligans cebados con prejuicios y fish and chips, y a España, ay, en un flashback de posguerra, bisnieta otra vez de las gachas de harina de almortas.

Este ha sido estiércol del que han brotado las plantas carnívoras del populismo. Y, para convertirlas en baobabs y provocar un tsunami en las elecciones europeas, ha llegado Bannon en la última carabela de Colón. Algunos expertos en política internacional desprecian o reducen su posible influencia en los partidos nacionalpopulistas europeos. Creo que se equivocan. Hoy el populismo es una amenaza que no puede combatirse solo con palabras. Se combate remodelando el sistema económico para que la riqueza se reparta de forma más justa, higienizando la democracia y el poder judicial y promoviendo la participación en proyectos verdaderamente comunes. No será fácil, pero en ello nos va la supervivencia. Precisamente por eso sería imprudente subestimar a Bannon, el que antaño fue el ideólogo de la vulgata de Trump y hogaño aspira a erigirse en el George Soros del populismo europeo de derechas. Un tipo a quien no le desagrada que lo comparen con Lucifer puede, desde luego, conseguirlo. Solo espera una señal para sacar el infierno que lleva dentro.