Ya sé que lo que voy a decir es muy políticamente incorrecto para muchos españoles, sobre todo para muchos españoles hombres. Quizás me ocurra, salvando las distancias, lo mismo que a Noam Chomsky, quien dice de sí mismo que “nunca ha sido consciente de otra opción que no sea la de cuestionarse todo”. Ya sé que el fútbol es un deporte que arrastra a las masas. Quizás sea el fútbol el nuevo opio del pueblo, o, por mejor decir, uno de tantos opios del pueblo. Pan y circo, pan y toros, pan y fútbol, sería, probablemente, el esquema hecho símil de un concepto, la manipulación, que es fácil percibir como el principal fundamento de los grandes espectáculos de masas.

En lugar de fomentar, de divulgar y de subvencionar, desde el Estado, actividades relacionadas con el conocimiento, con el arte, con la cultura o con la ciencia, se fomentan y se financian grandes espectáculos que van encaminados a embrutecer al consumidor y que, si inducen a algo es a combatir el criticismo y a anular la capacidad de cuestionarse la realidad, es decir, a no usar las neuronas y a idiotizar al personal. Y colocan en compartimentos estancos el ocio y la cultura, como si pasarlo bien fuera algo directamente proporcional a la insensibilidad, a la rudeza o a la ignorancia. Muy al contrario, según bien dice Eduardo Punset, la humanidad tiene una revolución pendiente, esa que nos lleve a entender que la cultura o el aprendizaje y el placer están, en realidad, íntimamente relacionados.

Nunca me ha gustado el fútbol, siempre me ha parecido una estupidez el mirar a un grupo de hombres que ganan trillones de euros por dar patadas a un balón; y siempre me ha parecido una necedad ese fanatismo futbolero que lleva a algunos a casi depender emocionalmente del éxito o el fracaso de su equipo en el último partido celebrado, obviando cualquier otra cosa de su alrededor. Y no es que no me guste el deporte, sino todo lo contrario. Me encanta el deporte. Pero el fútbol más que deporte es una merienda de negros, o de blancos, que no tendría trascendencia si no fuera subvencionada tan profusamente con dinero público, y si no marcara unas directrices tan tremendamente injustas, disparatadas y desproporcionadas entre los jugadores y la población en general por, repito, dar patadas a un balón.

Hay que ser muy estúpidos para devastar a aquellos que nos lo dan todo a cambio de casi nada

Pero desde hace unos años tengo noticias de unos hechos horribles y repulsivos, relacionados con el fútbol, que son ahora para mí un gran argumento para alejarme todo lo posible de ese mundo que rechazo, ya digo, de plano. Ningún deporte, ningún espectáculo de masas, ninguna actividad humana, en realidad, deberían ocasionar la muerte indiscriminada de miles de animales indefensos e inocentes. Me parece una verdadera monstruosidad que en los países en los que se celebran los mundiales de fútbol se asesinen a miles, quizás millones de perros y gatos unos meses o semanas antes de que comience el espectáculo.

En los últimos años se han visto imágenes terribles de perros y gatos masacrados previos espectáculos futboleros. En relación a este mundial de fútbol, ya en enero un diputado ruso denunció la matanza de miles de perros callejeros de cara al mundial que ahora se está celebrando. Alertado por las denuncias de organizaciones de defensa de los animales, el jefe del comité de Protección Ambiental de la Cámara Baja de Rusia, Vladimir Burmatov, acusó a determinadas autoridades, centrales y regionales, de dar órdenes de tirotear a todos los animales “sin casa”. De tal manera que el espectáculo de fútbol del que ahora están disfrutando millones de personas en el planeta lleva adosado a su cargo el asesinato de miles de animales en situación indefensa y precaria. Yo no sé a los demás, a mí me duele y, sobre todo, me asusta vivir en un mundo tan inhumano y tan terrible.

Y me duele porque constato, una vez más, la frialdad y la inconsciencia humanas. Y no sé a los demás, a mí me parece monstruoso el hecho de que, tras un torneo supuestamente deportivo, lo cual pongo, por supuesto, en duda, exista tanta barbarie y tanta y terrible insensibilidad. Me cuesta creer que la especie humana sea tan malévola y, a la vez, tan estúpida. Porque hay que ser muy estúpidos para devastar a aquellos que nos lo dan todo a cambio de casi nada, y hay que ser muy mezquinos para aniquilar a seres tan desprotegidos de las garras humanas, tan vulnerables, tan bondadosos y tan inocentes. Me cuesta creerlo, la verdad.

Y vuelvo a percibir esa soberbia suprema de aquellos que se consideran superiores al resto; esa soberbia infinita de quienes, en base a prejuicios, irracionalidad y dogmas, se creen con derecho a someter, despreciar o asesinar a los que no forman parte de su especie, de su raza, de su sexo, de su grupo. Porque, finalmente, todo es lo mismo, aunque muy poco digan sobre ello los que a precio de oro nos venden su “moral” y su supuesta “espiritualidad”.

Ojalá sirva un poco esta reflexión para tomar consciencia y conciencia al respecto de estas barbaridades que acompañan a este “deporte” y exigir a los gobiernos y organizadores de estos macroeventos “deportivos” que no viertan, en el proceso, tanta sangre inocente, porque ninguna vida merece tanto desprecio y tanta crueldad.