En 1993 se llegó a decir (irónicamente) que no era necesario votar, que la suerte estaba echada, que los socialistas eran desbancados, sí o sí, del Gobierno de la Nación. La Vanguardia concedía al PSOE 138 escaños (8 menos que el PP), El Mundo 134 (18 menos que el PP), El Correo 119 (¡53 menos que el PP!) y El País 135 (20 menos que el PP). El resultado, empero, fue que los socialistas obtuvieron 159 escaños, 18 más que el PP.
Para no aburrir al lector he de decir que en 1996 El País le daba a José María Aznar una ventaja de 9 puntos sobre Felipe González, así como el diario ABC situaba al Partido Popular a 12 puntos, leen bien, a doce puntos del PSOE. El resultado fue una especie de empate técnico dilucidado por una escasa ventaja conservadora de tan solo trescientos mil votos: aquella amarga victoria que no fue dulce para la derrota.
En estos momentos, como de costumbre, las encuestas dan por ganador, por una diferencia parecida a lo que señalaban en 1993 o 1996, a los conservadores frente a los socialdemócratas. Las encuestas se equivocan en tanto en cuanto el voto socialista en recesión se convierte en oculto exponencialmente. Sin embargo, el voto socialista en expansión (2008) tiende a no ser oculto y las encuestas a convertirse en más fiables.
En estos momentos, una vez más, asistimos a un repliegue evidente del voto socialista y, como he dicho, tal como confiesa el histórico, a un crecimiento exponencial de su voto oculto. Como en 1993 y como en 1996 los socialistas pueden acabar mostrando en las encuestas una clara minusvaloración de su voto que aumentaría de forma relevante en las urnas.
Esto lo saben los más estudiosos analistas conservadores que, rápidamente, se ven dispuestos a señalar que las encuestas no deben relajar el voto de la derecha y que hay mucho partido aún por jugar. Llevan razón.
El PSOE es un partido determinante. El número de votantes conservadores irán a votar, como de costumbre, llueva o haga calor, les guste más o menos Gallardón, o, si cabe, tengan o no clara la existencia de un programa oculto. Sin embargo, si dos millones de votantes socialistas no van a votar el triunfo será ineludiblemente popular, mientras que si se logra que acudan a las urnas el Partido Popular no tiene nada que hacer. Es, pues, el PSOE determinante y, dependiendo de la pericia de sus líderes y cuadros, de su equipo de campaña, determinará una victoria o una derrota.
No se trata de hacer propuestas más o menos radicales para llevar a esos dos millones de socialistas a los colegios electorales, sino de hacer propuestas más bien creíbles: dependemos de nosotros mismos. Desde la honradez que otorga una campaña, las simpatías que despiertan los candidatos de la izquierda, la realidad puede ser bien distinta a la muestra que la demoscopia puede tomar de un universo cambiante.
Antonio Miguel Carmona es profesor de Economía y secretario de Economía, Comercio y Turismo del PSM-PSOE
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