Podría parecer el título de una película del genial Quentin Tarantino. Su visión del mundo nazi quedó brutal e irónicamente reflejada en su filme “Malditos Bastardos”. Podría ser una nueva distopía fantástica en la que por una locura espacio-temporal Europa retrocediese a los días más tristes de su historia donde el fascismo volviera a surgir. Desafortunadamente, una vez más, la realidad supera a la ficción. Hace sólo un par de meses, a final del pasado año, Dresde, capital de Sajonia, una región del este de Alemania, declaró la "emergencia nazi" por lo que consideran un “serio” problema ante el ascenso de la extrema derecha.  La ciudad, que aspira a ser capital europea de la Cultura, es desde hace tiempo un bastión de la extrema derecha y allí fue donde nació el movimiento antiislámico “Pegida”, realidad sociopolítica que ha impregnado el discurso político del país de xenofobia. Los concejales del ayuntamiento de Dresde, aprobaron una resolución en la que concluían que es necesario hacer más para atajar este problema”. Los concejales conservadores de la oposición consideraron que la decisión iba demasiado lejos, en una actitud vergonzante que nos recuerda al blanqueamiento en España que está haciendo el PP y Ciudadanos con sus homólogos ibéricos de VOX

La palabra utilizada entonces por los ediles de Dresde, en alemán es nazinotstand; que lingüística y conceptualmente es lo mismo que declarar la emergencia climática, pero con los postulados pro-nazis. “Significa que tenemos un serio problema, es decir, que la democracia abierta y plural está en peligro, declaró uno de los concejales que votó a favor de la declaración, según recoge la BBC. Mucho de esto saben en Alemania, que debería estar vacunada contra la extrema derecha, donde el incalificable Hitler llegó al poder democráticamente, hasta demoler la democracia y hacerse con el poder absoluto y criminal que ejerció. El político que hizo estas manifestaciones, perteneciente al partido izquierdista Die Party, señaló que era necesario “tomar partido” porque los políticos “no están haciendo lo suficiente” para posicionarse a sí mismos claramente respecto a la ultraderecha. Afirmó que la resolución pretendía cambiar eso y “saber con quién se está sentando”. Lo decía por los ediles del CDU de Ángela Merkel, que, escudados en los principios férreos de la democracia cristiana, y la necesidad del apoyo de este partido xenófobo para gobernar en muchos sitios, se opusieron a esta declaración.

Merkel, todo sea dicho de paso, y en contra de algunos dirigentes importantes de su propio partido, se ha manifestado siempre firme ante la emergencia de estos partidos extremos. El tiempo les ha acabado dando la razón a ella y al dirigente de izquierda. La tibieza de Annegret Kramp-Karrenbauer, la que estaba llamada a ser sucesora de la Canciller germana, ante la tentación de su partido de aliarse con Alternativa para Alemania (FDU) el partido filofascista de la locomotora europea, le costó su renuncia. Alimentado por este discurso, hemos asistido con horror en estos días a cómo uno de sus simpatizantes, Tobías R., de 43 años, asesinaba en la ciudad de Hanau a 9 personas por el mero hecho de ser de otras razas y culturas, incluyendo a una mujer embarazada. Escribió un largo panfleto de 24 páginas y grabó un vídeo en el que difunde su racismo y homofobia. Pedía abiertamente la aniquilación de pueblos enteros y consideraba que los alemanes son ciudadanos superiores que hay que proteger de los extranjeros, discurso perfectamente coincidente con los miembros de la FDU de los que se declaraba seguidor.

No nos engañemos: el nazismo no es que haya vuelto, es que nunca se fue. Sólo se solapó, se camufló avergonzado de su derrota por la democracia y se travistió de otras cosas. Agazapado ha esperado el momento idóneo de regresar sin máscara, amparándose en discursos patrióticos de cartón piedra, y soflamas moralistas para aprovechar la grandeza y permisividad del sistema democrático y demolerlo desde dentro, como ya hicieran Hitler, Mussolini o Franco. Cuando en España algunos se sorprenden del auge de VOX, nuestro particular tumor institucional, se engañan pensando que sólo les votaron los cabreados con todos los demás. En nuestro país sigue habiendo un nutrido número de nostálgicos de la dictadura, de camadas de resentidos con la democracia, esperando su momento de ajustar sus cuentas de nuevo. Han estado viviendo dentro de Alianza Popular, luego Partido Popular, que todavía hoy sigue siendo rehén de la Iglesia e incapaz de condenar el franquismo, como le ha pedido, ya avergonzada, en repetidas ocasiones Merkel, en los congresos europeos de la Democracia Cristiana. Temas como los de la eutanasia, el matrimonio igualitario, el pin parental, entre otros muchos, y el complejo de la derecha española a ser realmente moderada y de centro, les hace homologables por acción y omisión a partidos que quieren destruir los cimientos democráticos de nuestra sociedad desde el interior. Creo que hemos sido demasiado permisivos con partidos, corrientes y representantes que atacan directamente nuestros derechos, nuestra identidad, nuestra Constitución y nuestra convivencia, y habrá que hacer algo, incluyendo su ilegalización, antes de que consigan lo que ya consiguió Hitler con millones de muertos, que son nuestros y pesan sobre nuestras consciencias. Ya lo dijo el filósofo irlandés Edmund Burke, y sigue estando vigente: “para que el mal triunfe, sólo es necesario que los hombres justos no hagan nada”.