Es sabido que la política suele hacer extraños compañeros de cama. Sabemos también que en política están los adversarios y los enemigos, y que entre estos últimos a menudo figuran algunos supuestos compañeros de militancia. Ahora sabemos asimismo que una formación política puede llegar a su extinción por la vía del suicidio, sea éste o no inducido. Tenemos un ejemplo paradigmático de ello en la ya anunciada y proclamada disolución de la histórica Convergència Democràtica de Catalunya (CDC), reconvertida estos últimos años en el Partit Demòcrata Europeu Català (PDECat) y/o Junts per Catalunya (JxCat), sometida definitivamente a los ucases dictados desde su refugio de Waterloo por el expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont.

El fulminante proceso de depuración de las candidaturas que JxCat presentará en los próximas elecciones generales y europeas, con una contundencia solo comparable a las célebres pugnas estalinistas, ha dejado sin posibilidad alguna de elección a los representantes más significados de los sectores moderados y pactistas, entre ellos algunos con gran experiencia y prestigio como diputados -son, entre otros, los casos de Carles Campuzano y Jordi Xuclà- o personas que, como la entonces todavía secretaria general del PDECat, Marta Pascal, así como los ya mencionados, tuvieron un papel decisivo en el apoyo de todos los miembros de su grupo parlamentario a la moción de censura con la que Pedro Sánchez consiguió sustituir a Mariano Rajoy como presidente del Gobierno de España. Carles Puigdemont y su poderoso grupo de influencia política les ha hecho pagar muy cara su osadía de entonces, cuando se atrevieron a desobedecerle: les ha cerrado por completo la puerta a cualquier posibilidad de elección o reelección, y en realidad les ha echado de la vida política activa, o al menos esto es lo que ha pretendido hacer.

Desde su refugio belga de Waterloo, en conexión directa y permanente no solo con su sucesor vicario en la Presidencia de la Generalitat, Quim Torra, sino también con otros destacados miembros del gobierno autonómico -Elsa Artadi, Laura Borràs...- o del grupo de JxCat en el Parlamento de Catalunya -Eduard Pujol, Josep Costa, Albert Batet...-, ha dictado la sentencia de muerte contra el sector moderado y pactista del catalanismo político. Un sector que durante muchos años fue sin duda muy mayoritario en CDC, al menos durante todo el muy prolongado liderazgo de Jordi Pujol, pero que fue quedando laminado con la deriva secesionista emprendida por su sucesor, Artur Mas. Una deriva que en gran medida fue una huida a ninguna parte emprendida con la intención de llevar a cabo una doble maniobra de distracción: de los graves escándalos de corrupción y financiación irregular del partido, comenzando por el caso del mismo Jordi Pujol y casi toda su familia, y de los drásticos recortes en políticas sociales básicos impuestos por el propio Artur Mas desde que finalmente logró hacerse con la Presidencia de la Generalitat después de los sucesivos mandatos de Pasqual Maragall y José Montilla.

El nacionalismo convergente, que al igual que el PNV desde Euskadi todavía en la actualidad, durante muchos años tuvo con frecuencia un papel determinante en la gobernación de España y contribuyó a facilitar alternancias en el gobierno desde posiciones de un centro-derecha dialogante, ha culminado ahora, con esta purga impuesta por Puigdemont, una deriva que solo puede terminar condenándole a la pura y simple irrelevancia política. Desean bloquear por completo la política española en su conjunto, impidiendo la investidura del presidente del Gobierno de España resultante de los comicios del próximo día 28 de abril, después de haber logrado bloquear y conducir a la nada más absoluta a la política catalana, con un Gobierno de la Generalitat que se ha demostrado incapaz de gobernar, sin capacidad ninguna para la gestión y solo empeñado en llevar a cabo sus gesticulaciones separatistas incesantes, dentro y fuera de nuestro país, amenizadas muy a menudo con festejos folklóricos varios regados con ratafía.

El catalanismo político, que históricamente fue siempre dialogante y pactista, queda desde ahora huérfano. No existe. Puigdemont, Torra y sus seguidores se lo han cargado. Allá cada uno de ellos con sus responsabilidades políticas. El vacío por ellos provocado no tardará mucho en ser ocupado de nuevo. De ello estoy seguro. El próximo 28 de abril, en las elecciones generales, no serán pocos los antiguos votantes convergentes que dejarán de votar a favor de las candidaturas de JxCat: algunos preferirán abstenerse, otros votarán socialista. El próximo 26 de mayo, en los comicios municipales y europeos, la derrota de JxCat será asimismo muy severa por los mismos. Entonces llegará el momento del renacimiento del catalanismo moderado, dialogante y pactista que durante tantos años representaron CDC y CiU.