Artículo 56, Título, De la Corona. Se puede leer en la actual Constitución Española. El Rey es el Jefe del Estado, símbolo de su unidad y permanencia. [Su título es el de Rey de España…..] y podrá utilizar los demás que correspondan a la Corona. La persona del Rey es inviolable y no está sujeta a responsabilidad. Además se dice lo siguiente: “La Corona de España es hereditaria en los sucesores de S.M. Don  Juan Carlos y de Borbón.” 

El hijo de Juan Carlos es ahora el Rey de España. Felipe VI mantiene la inviolabilidad que le concede la Constitución. De esta manera todos sus actos -institucionales y personales- están protegidos. Una vez que deje de ser Rey, los actos que realice desde ese momento sí estarán sujetos a responsabilidad. Felipe VI es inviolable. Es decir: su Majestad está muy por encima de la ciudadanía en general. Resulta que, de hecho, no todos  somos iguales, aunque eso Juan Carlos ya lo dijo hace unos años, en un mensaje de Navidad, cuando comenzaba a saberse el gravísimo affaire de la infanta Cristina y su marido, Iñaki Urdangarin. 

Ella ha sostenido en todo momento que nunca supo lo que estaba sucediendo a su alrededor. Era aún la época feliz de la burbuja. Fue cuando compraron en Barcelona un palacete en el barrio de Pedralbes, para remodelarlo totalmente. Duró poco semejante esplendor, porque empezaba  a circular por doquier que esa pareja real estaba logrando millones y millones  a toda velocidad y con nula dignidad.

La primera que obtuvo, por fin, el visto bueno de la Audiencia Provincial de Baleares, fue doña Cristina. Y cuando parecía que Urgandarin iba a entrar en la cárcel, resultó que también el exjugador de balonmano habría obtenido de pronto una especie de inviolabilidad, más o menos velada, aunque muy alejada de la que tuvo su suegro y la que ahora tiene como Rey su cuñado Felipe.

Todas estas circunstancias, obligan a preguntarse si habría llegado el momento adecuado de poner en la balanza los pros y los contras del sistema monárquico español. Las ventajas son evidentes a la hora de moderar el funcionamiento regular de las Instituciones o de representar al Estado en las relaciones internacionales. Felipe VI, además, ha eliminado muchos de los lastres que acompañaron el reinado de su padre, quien, conviene recordarlo, salvó a este país en la noche del 23-F. 

Pero, la sospechosa flexibilidad que ha acompañado la concesión de la libertad sin fianza a Iñaki Urdangarin, con la única obligación de comparecer mensualmente ante la autoridad judicial en Ginebra, a la espera del fallo definitivo del caso Nóos, ha rodeado de sombras la institución. En un momento preocupante en el que se desvelan graves injerencias en el ejercicio cotidiano del Ministerio Fiscal, acaso a Felipe VI le ha faltado coraje suficiente para exigir la ausencia de cualquier parcialidad que beneficiara a su hermana o a su cuñado. Por duro que fuera.

Sea como sea, el prestigio monárquico se tambalea. Muchas de las tareas reales no son imprescindibles. Viven como viven, desde luego honradamente, gracias al dinero que perciben de los presupuestos del Estado. Pero casi siempre han aparecido en su entorno gentes no tan honorables, presuntos o no presuntos delincuentes. Ciudadanos republicanos o sencillamente demócratas votarían a favor del  fin de la Monarquía. ¿Para cuándo?