Vivimos una evidente deconstrucción europea. Fenómenos como el todavía interrogante Brexit, o la falta de aplicación de acuerdos comunes como los concernientes al problema de la inmigración lo subrayan cada día. Aquel sueño ilusionante de una Europa fuerte y unida no hace más que diluirse, sobre todo después de los problemas de la crisis mundial que sufrimos y cuyos coletazos han dejado heridas hondas por mucho que se cacaree la “recuperación económica”. Uno de los males crónicos, una verdadera carcoma para que la construcción avance y no la demolición controlada de Europa, su deconstrucción, es la definición de una vez por todas de los parámetros de soberanía de los estados miembros y su obligatoriedad de cumplimiento y reconocimiento. Esto allanaría muchos caminos y desharía entuertos como los provocados por la decisión de los tribunales alemanes con respecto al prófugo Carles Puigdemont. Se supone que es básico el reconocimiento de las legalidades vigentes en todos los estados miembros, el respeto por la legalidad común, y la asunción de que estamos entre iguales. Así deberíamos funcionar pero, ante las tibias actitudes de los países europeos, con decisiones salomónicas o incomprensibles, como las que estamos viviendo con los huidos de la justicia del procés independentista catalán, y el ilógico incumplimiento o inutilidad de la euroorden de detención, no hacen más que abundar en esto. 

Hace ya muchos meses, y cuando este circo de muchas pistas empezó, oí a varios amigos jueces, experimentados, en una cena privada, pronunciarse al respecto. Comentaban los magistrados en la intimidad que, si los socios miembros de la unión discutían y no reconocían la paridad, la igualdad de las peticiones judiciales españolas, mejor resultaría retirar la euroorden y dejar en tierra de nadie a los libertarios a la fuga; Es decir, si Bélgica o Alemania no reconocen a los altos tribunales españoles como iguales, y respetan sus peticiones como a la recíproca, no tiene sentido el marco europeo. Se adelantaron a los acontecimientos. Al Tribunal Supremo no le ha gustado absolutamente nada la decisión de los tribunales alemanes sobre Puigdemont de extraditarlo sólo por malversación y no por el delito de rebelión. El magistrado Pablo Llarena, que acaba de cerrar la instrucción del Procés, está barajando dos opciones ante la decisión alemana. Una sería reclamar la extradición completa al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, última instancia a la que podría acudir, y otra sería retirar directamente la euroorden dejando sólo activa la orden de detención en territorio español. De desactivarse totalmente la euroorden, el expresidente catalán podría moverse sin ninguna limitación por el extranjero, aunque no podría pisar suelo español, donde sí seguiría activa la orden de detención. Puigdemont estaría como mínimo 20 años fuera del país, el tiempo que tarda en prescribir el delito de rebelión.

La decisión de la justicia alemana se ha producido apenas 24 horas después de que el juez del Supremo Pablo Llarena terminara la instrucción de la causa del procés y haya declarado en rebeldía a los procesados que se encuentran huidos, incluido el expresident de la Generalitat, que serán investigados en otra pieza separada. El magistrado acordó la conclusión del sumario de la causa del procés respecto de los procesados no fugados, a quienes da quince días para su comparecencia en el tribunal competente para enjuiciarlos en el Supremo. Lo sensato sería pensar que el Tribunal de Justicia de la Unión Europea enmendara el entuerto y la plana a la judicatura germana pero, teniendo en cuenta de que este es el corralito particular de negocios de Ángela Merkel, no debemos esperar demasiado. Tal vez esta sea otra de las carcomas que pudren los cimientos de la Unión Europea: la evidencia de que el eje francoalemán, más alemán que franco, decide de manera particular y caprichosa sin que exista un verdadero interés común por la cohesión territorial y política de Europa, más allá de los puramente económicos intereses germanos. Mal asunto. Deberemos mantener la posibilidad a la recíproca, ante tal falta de respeto institucional y teniendo en cuenta que, Alemania, Francia, Italia, por hablar de algunos estados miembros, también tienen sus propios problemas de secesionismo. Todo esto, sin embargo, no hace más que alimentar el aire de réquiem, de misa de difuntos por el proyecto europeo, por una cuestión de falta de seriedad, de respeto, de interés, de competencia o, más bien de incompetencia, de una vieja Europa desordenadamente en desconcierto.