En estos tiempos en los que parece más importante el tener al ser, es imprescindible parar, coger aire, reflexionar y sacar conclusiones. Porque corremos el peligroso riesgo de confundirlo absolutamente todo. 

Por ejemplo: no es lo mismo poner lazos que quitarlos. Porque poner lazos significa expresar un rechazo a unas medidas represivas contra la libertad de expresión. Los lazos amarillos poco o nada tienen que ver con la independencia de Cataluña. Por mucho que algunos se afanan en tratar de confundir a la opinión pública. Los lazos amarillos hacen referencia a una canción que contaba la historia de amor en la que los lazos representaban la perseverancia y el recuerdo vivo del amor que se anhelaba. Los lazos amarillos que inundan Cataluña significan el rechazo de gran parte de la sociedad respecto a la situación de prisión provisional, que ya va para un año en algunos casos, de personas inocentes; de referentes sociales, de líderes políticos, que llevan una larga cuenta de días lejos de sus casas. También de los exiliados y exiliadas. Por lo tanto, los lazos amarillos no solo deberían inundar Cataluña sino que deberían encontrarse en todos los territorios de España. Si es que defendemos que la política no se ventile en los juzgados. Reivindican la libertad de expresión, la condena a las medidas represivas del Estado español contra quienes piensan de manera diferente a los que todo dirigen. Poner en el mismo nivel a quienes expresan todo esto de manera pacífica y a quienes están demostrando un ejercicio de intolerancia arrancando lazos es una actitud injusta e irresponsable. Es evidente que quienes quitan los lazos amarillos no han encontrado otra manera mejor de expresar su punto de vista. Saben bien que tratar de inundar España con lazos de otro color es imposible. Incluso en Cataluña. Concretamente Albert Rivera he Inés Arrimadas están liderando una forma de entender que las opiniones que no se comparten han de ser eliminadas. 

Un modus operandi muy peligroso en un Estado supuestamente democrático. Y y es que confundir las cosas terminará saliéndole a la sociedad española que hoy carece de información que le permita formarse con criterio una opinión sobre lo que acontece en nuestro entorno. 

Del mismo modo que se intenta poner a igual nivel el asunto del doctorado de Pedro Sánchez, el caso del máster de Pablo Casado y el increíble currículo menguante del señor Rivera. Es la misma técnica que están desarrollando los medios de desinformación para confundir a la opinión pública, que carece de herramientas para poder crearse una idea bien estructurada de lo que acontece. Y es que, seamos serios: a Pedro Sánchez se le ha acusado, en primer lugar, de no tener tesis doctoral. Ya se ha demostrado que la tiene y no parece ser suficiente. Ha hecho pública la tesis, y aún así, insisten en tratar de denigrarle por este asunto. Parece ser que da igual lo que uno demuestre cuando de desprestigiar alguien se trata. Mientras tanto, Pablo Casado se libra de una imputación por encontrarse aforado (de momento). Perdóneme, pero creo que no tiene nada que ver el asunto de la tesis de Sánchez, donde no hay asunto, con el master de Pablo casado: un título obtenido sin cumplir los requisitos y los criterios mínimos establecidos, presuntamente; y obtenido Gracias a clientelismo y tratos de favor. Y son muchos los que deben dar explicaciones, como Rivera, que debería hablar sobre el hecho de que en su currículo hayan ido apareciendo una serie de cuestiones que han sido eliminadas con posterioridad, como es su presunto doctorado Y algún que otro master. 

Del mismo modo que se intenta poner a igual nivel el asunto del doctorado de Pedro Sánchez, el caso del máster de Pablo Casado y el increíble currículo menguante del señor Rivera

El problema de todo esto se me antoja el mismo: ya sea en la cuestión de los lazos amarillos o bien en las carreras universitarias de nuestros dirigentes políticos. El problema que tenemos en esta sociedad es darle mayor importancia al tener que al ser habiéndonos convertido así en la España del posture o.

Personalmente poco importa el título que uno tenga si a la hora de la verdad uno es un perfecto inútil. Lo saben bien aquellos que se encargan de seleccionar al personal que ha de trabajar hoy en día en diferentes proyectos: están empezando a requerirse una serie de cuestiones en el perfil de los candidatos que poco tienen que ver con los títulos que sean presentados. Educación, valores como capacidad de trabajar en equipo, responsabilidad, buen hacer, sinceridad, son hoy cuestiones a la alza en el mercado laboral. 

Es cierto que tener una formación específica es importante cuando se tienen tareas de responsabilidad. Sin embargo yo prefiero que los líderes políticos tengan firmes valores éticos cívicos en lugar de títulos que aportan más bien poco a nuestra sociedad. Por desgracia el nivel político está cayendo en picado: y curiosamente tenemos perfiles que responden a las generaciones mejor formadas. Ante la crisis de valores que estamos viviendo, donde la corrupción campa a sus anchas y ha destrozado el Estado de bienestar, el sistema judicial, la calidad de la información a través de los medios, la relaciones laborales, la violencia en el seno íntimo  (aumento de la violencia machista), los abusos a menores, etc. etc. son problemas que no se resuelven por el hecho de tener un master o un doctorado. Los problemas que hoy tiene la sociedad española requieren de sensibilidad, de empatía y de grandes dosis de experiencia en la asignatura de la vida real. Eso es lo que nos falta: una clase política que conozca de primera mano la realidad del día día de la mayoría social del país al que quieren representar. Y dudo mucho que Pedro Sánchez, Pablo casado, Albert Rivera o Pablo Iglesias puedan representar a la mayoría social de la España actual. Y ese es nuestro verdadero problema. Mientras están más pendientes de lo que los medios de comunicación digan sobre ellos que de las necesidades urgentes de regeneración de este país, seguiremos estando en un callejón sin salida.