Imaginaos por un momento esta portada en el periódico abriendo con este titular: "Fin de semana sangriento en España. Han aparecido los cadáveres de tres hombres asesinados en distintas ciudades del país".

Seguramente nos interesaría el asunto y continuaríamos leyendo: "El viernes pasado, a las 20:00 horas, la policía recibía el aviso de que se había encontrado muerto en su domicilio a un hombre de 30 años, L.S.N. que ha aparecido degollado en el centro de Santiago de Compostela. (...) El sábado, a las 12:00 horas vecinos de la céntrica calle de Atocha, en Madrid, alertaban a la policía de que había sido encontrado el cuerpo sin vida de M.F.S en la terraza de su domicilio, herido en múltiples partes de su cuerpo con arma blanca. (...)

Eran las cinco de la tarde cuando en Sevilla se certificaba la muerte de Antonio Sepúlveda Toledano, conocido vecino por ser quien regentaba el histórico café central, andaluz de 52 años empujado por la ventana de su vivienda que perdió la vida al caer al vacío."

Probablemente nos quedaríamos alarmados. Nos entraría el pánico al pensar que una red de asesinos anda suelta. Que nuestra vida corre peligro. ¿Qué sucede? ¡Qué miedo! Tendríamos por el momento la sensación de vivir en un país inseguro, incluso alguno haría la comparación con algún país lejano y se plantearía en qué tipo de país estamos convirtiéndonos.

Es muy probable que los telediarios nos diesen todo tipo de detalles, como hace poco sucedió con los cadáveres hallados en Pioz, Guadalajara, a manos del sobrino de la familia. De este asunto conocemos demasiados detalles, demasiado escabroso y demasiado pánico generado.

Pues bien: esto mismo estaba pensando al leer la noticia de la muerte de Marcu, una de las tres chicas muertas ayer domingo en España. Las tres han "muerto a manos de sus parejas" -presuntamente-. Es curioso cómo estos datos, cuando se trata de "muertas a manos de sus parejas", todo el lenguaje tiene a ser mucho más suave que el que se emplea para cualquier otro tipo de ASESINATO. Hagan el ejercicio de darle la vuelta a la noticia y plantear, como hice al comienzo de este artículo, que los que aparecen asesinados plagando el mapa español fueran hombres. Los titulares generarían una ola de pánico, sensación de indefensión, terror ante la idea de mafias organizadas, de asesinos solitarios... que ponen nuestra vida en juego. Estoy segura de que la sociedad estaría alarmada y exigiría al Gobierno medidas de inmediato. Imaginen que comienzan a aparecer cadáveres en sus casas, uno tras otro, tras otro, tras otro.... como en las películas americanas de asesinos en serie, donde un detective que trata de encontrar al asesino va poniendo chinchetas en un mapa. Imagine usted el mapa de españa lleno de chinchetitas que van señalando el lugar de cada asesinato. Imagine que todos los asesinatos tienen el mismo móvil. Más o menos la misma manera de proceder. Uno detrás de otro, y rozando ya los cincuenta en lo que va de año.

Estoy segura, España entraría en pánico. Se instalarían cámaras de vigilancia en todas las comunidades de vecinos, se exigiría en los Ayuntamientos mayor dotación de policía, de ambulancias... vaya usted a saber.

Sin embargo me llama la atención sinceramente que tratándose de "mujeres muertas a manos de sus parejas" el asunto pasa a engrosar un contador que no genera miedo sino pena, rabia.... no sé si me sigue usted. No genera pánico, miedo, inseguridad, no. Genera una especie de compasión con cabreo, si, pero sobre todo una especie de soniquete de fondo, que lejos de provocar reacciones de angustia e intolerancia social creciente, parece haberse convertido en un dato habitual que se encargan de dar como números en un listado de víctimas. Como hacen con las guerras lejanas o con los muertos en un atentado suicida en cualquier lugar remoto. Esas víctimas que son asesinadas por un coche bomba en Bagdad no suenan igual que los muertos del Bataclán. Hacen que no nos suenen igual. Usted lo sabe y yo lo sé. Aquí como que no pesan los muertos que parecen tener el objetivo de ser una cifra más en una injusticia de grandes dimensiones.

Con los asesinatos de las mujeres sucede lo mismo: no suenan igual. Básicamente porque no nos los cuentan igual y porque la sociedad no los ubica en el lugar que yo creo les corresponde. Cada mujer asesinada es una persona asesinada. En su casa. En un momento cualquiera, de una clase social cualquiera, a una hora cualquiera. Y para más inri a manos de una persona cercana, de su entorno. Vaya, como el sobrino que mató a sus tíos en Pioz: si nos parece tan bestial que un familiar asesine a otros, parece que no causa el mismo revuelo que un hombre asesine a cuchilladas a su mujer. (Es cierto que lo del sobrino era muy devastador, pero hablamos de muertes y de la sensación que generan en la sociedad).

Creo que las cifras demuestran que deberíamos abordar los asesinatos de mujeres como haría un detective americano en una película: con la certeza de que hay asesinos, que lo son, y que matan y actúan. Que hay que estar pendientes, como sociedad, para que no cometan el crimen. Y que para ello debemos estar todos alerta porque según parece, hay muchos asesinos sueltos.

Sí, son asesinos, y tenemos un problema con esta plaga. Tengo la sensación de que la imagen de que las mujeres son víctimas que van sumando a un contador no ayuda. Más bien habría que poner el foco en lo que sucede con tanto asesino. Y asumir que como sociedad, tenemos un problema.