No se puede decir que los fascistas ya están aquí porque, la realidad, es que no se fueron nunca. Tal vez si las sociedades democráticamente maduras hubiesen pactado, incluso constitucionalmente, que aquellos que no respetan las cartas magnas ni los Derechos Humanos puedan concurrir a elecciones de ningún tipo, nos habríamos ahorrado bochornos y peligros como los que estamos presenciando. Dirigentes como Trump, Putin, Bolsonaro, Matteo Salvini, entre otros,  con sus acciones políticas y declaraciones, no hacen más que denigrar la alta política, al conjunto de nuestras sociedades, y ponernos a todos al borde de un nuevo precipicio histórico. 

Si analizamos los fenómenos políticos que están sucediendo en los últimos años y meses, con el auge de populismos y figuras de extrema derecha, cuando no abiertamente filofascistas, debemos plantearnos si de verdad la cuarentena de los horrores bélicos y genocidas del siglo XX nos vacunaron o no. El mal llamado género humano, que no hace honor a su calificativo cuando mueren por miles en el Mediterráneo ante la inacción o incluso la chanza de algunos, parece repetir sus peores comportamientos ante el miedo. De nuevo una crisis económica, la que aún no hemos superado por mucho que se diga, sino con una leve tregua que va a durar poco según los pronósticos económicos que ojalá yerren, han sacado a pasear la insolidaridad, el temor y la exclusión del otro, como escudo contra nuestra propia especie.

Hay señales que ni siquiera necesitan mucha contextualización histórica para ser evidentes. La ultraderecha ha dado el campanazo en el este de Alemania hace sólo unas jornadas.  Ha obtenido sus mejores resultados históricos en unas elecciones regionales al quedar como segunda fuerza, con uno de cada cuatro votos, en los comicios celebrados en Sajonia y Brandeburgo. Los conservadores y los socialdemócratas, respectivamente, han conseguido aguantar como fuerzas más votadas en ambos Länder, pero encajando fuertes pérdidas. “No se va a poder hacer más política esquivándonos. Hemos venido para quedarnos", aseguró en Brandeburgo, Andreas Kalbitz el líder de AfD, nombre en alemán de este ultraderechista partido “Alternativa por Alemania. Con uno de cada cuatro votos en los dos estados -y los que esperan obtener este octubre en Turingia, donde los sondeos les otorgan un respaldo similar- AfD demuestra que es un partido más que consolidado en el este de Alemania. Si analizamos las declaraciones de este líder, observaremos que son prácticamente idénticas al del español Santiago Abascal que, ya en varias ocasiones, ha confesado que su modelo no es el de la francesa Marine Le Pen, sino este de Alternativa por Alemania. Tienen en común la nostalgia por una mitología patria nacional, que convierte a los migrantes extranjeros en enemigos, a las mujeres maltratadas en verdugas de sus inocentes maltratadores, y a los homosexuales en enfermos a los que hay que reconducir.

Se habla poco en nuestra prensa de cómo durante los últimos meses se han organizado en Alemania pequeños corpúsculos ligados a la ascensión  de este nuevo partido, casi paramilitares, que hacen objeto de agresiones, palizas y acoso de colectivos extranjeros y LGTBI en la moderna nación germana. Esta alarma ha coordinado al resto de fuerzas en un país en el que saben que el dictador y genocida Hitler llegó ganando unas elecciones. Afortunadamente, no hay discusión posible entre los demócratas germanos. Los acuerdos han llegado entre supuestos rivales como son los conservadores del patrido Unión Cristianodemócrata (CDU) de Merkel y los Socialdemócratas (SPD) de Olaf Scholz. El objetivo claro: que la ultraderecha no alcance ningún cargo de poder ejecutivo. Claro mensaje para las democracias europeas que no van a calar en países como el nuestro donde el conservador partido popular aún no ha condenado los crímenes del franquismo.

A pesar de que Ciudadanos de Rivera se niegue a la plasmación electoral de la foto de Colón, a la triple entente de PP-Vox-Ciudadanos, lo están haciendo de facto blanqueando al PP corrupto de Esperanza Aguirre, Ignacio González  y Cristina Cifuentes, en Madrid, o gobiernos tricéfalos como el de Andalucía. Pablo Casado se empeña en una especie de CEDA con los de Rivera y con los de Abascal, que al fin y al cabo han crecido larvados dentro de PP, en una suerte de perversa “Alternativa por España”.  Esa posibilidad de coalición con los ultraderechistas debería avergonzar a los que se proclaman constitucionalistas pero, ya sabemos que, envolverse en la bandera del país, a veces con aguilucho, y respetar la Constitución, son cosas distintas. Entre tanto, la izquierda española sigue dándose de hostias, en un ejercicio repetido desde la Segunda República de cainismo patológico. De nuevo debatimos sobre el sexo de los ángeles, y sus ministerios, mientras los enemigos de la Democracia no es que estén a las puertas, como en Bizancio, sino que están ya dentro.