No quisiera pasar por ingenuo y aún menos por iluso. Aunque también puede ser que, desesperado y desesperanzado después de tantos y tantos años de  oportunidades desaprovechadas o frustradas, me agarre al clavo ardiente de la última esperanza que para cualquier náufrago representa el más pequeño cabo lanzado al mar para socorrerle. Vaya esta metáfora marina a modo de público reconocimiento a la mejor y más completa y rigurosa crónica periodística sobre el “procés”, El naufragio. La deconstrucción del sueño independentista, un excelente libro escrito por la directora adjunta de La Vanguardia, Lola García, que ha publicado Ediciones Península.

Son solo algunos indicios. Pero comienzan a ser numerosos y de procedencias diversas. No se trata solo de la cada vez más evidente distensión política que el Gobierno socialista presidido por Pedro Sánchez viene no solo predicando sino sobre todo practicando respecto al grave conflicto político, institucional y social planteado por el secesionismo catalán. Son más bien algunos efectos que esta distensión está causando entre algunos sectores independentistas. No solo en una ERC que ha expresado ya de forma reiterada su voluntad de andar por una vía que no sea la del ya fracasado unilateralismo sino la del diálogo y el pacto. No se trata tampoco de las voces, que cada vez son más numerosas, de algunos que hasta hace muy poco tiempo eran propagandistas entusiastas de esta vía unilateral y que apuestan ahora por una asunción más o menos clara de la realidad, y por tanto de la renuncia a las urgencias históricas que nos han conducido a la situación actual, por tantas razones lamentable.

Torra y Puigdemont parecen comenzar a ser conscientes que no pueden dejar escapar la ventana de oportunidad que se ha abierto con la voluntad negociadora y pactista no solo de Pedro Sánchez

Poco o nada puede sorprendernos ya en la Catalunya de nuestros días. Cuando el Parlamento catalán permanece cerrado por vacaciones desde hace meses y a la espera de que abra de nuevo sus plenos la semana próxima, el presidente Quim Torra se ha saltado las normas más elementales del parlamentarismo y en el palacio de la Generalitat, en solitario y sin posibilidad de réplica alguna, ha presentado el plan de actuación de su gobierno. Un plan que a primera vista parece algo más realista y moderado que algunos de sus pronunciamientos más recientes. Y todo ello coincidiendo con el anuncio de la publicación, por parte de La Campana, de un libro de su inmediato antecesor en el cargo, Carles Puigdemont, “La crisi catalana”, en el que plantea una negociación que constituya una “transición constructiva” entre la situación actual y una por ahora inconcreta “fórmula final, tanto si es la independencia como si no”, votada en referéndum.

Por mucho que tanto Torra como Puigdemont son imprecisos e inconcretos en sus propuestas, e incluso aunque en ambos casos planteen salidas de más que dudoso posible encaje constitucional, lo cierto es que tanto el uno como el otro parecen comenzar a ser conscientes que no pueden dejar escapar la ventana de oportunidad que se ha abierto con la voluntad negociadora y pactista no solo de Pedro Sánchez y su gobierno sino también de la variopinta mayoría parlamentaria que por fin hizo posible la censura política a Mariano Rajoy y su sustitución por parte del líder socialista, cada día más fuerte en las encuestas a pesar de la campaña de acoso y derribo que contra él realizan tanto desde PP y C’s como desde sus potentes y siempre bien dotadas terminales mediáticas, empresariales y financieras.

Por ahora son tan solo simples indicios. Tal vez ni tan solo son indicios sino meros espejismos, ilusiones de un ingenuo e iluso como yo. Pero, al menos según mi modesto y leal entender, algo comienza a moverse en Catalunya. ¡Ya era hora!