A veces, tienen los poetas y la poesía el don de adelantar acontecimientos. Recuerdo que hace unos años realicé una crítica para un prestigioso suplemento cultural de un diario nacional sobre un libro, Fronteras, de la poeta malagueña Inés Montes. Entre las tendencias más vivas, internacionalmente hablando, de la poesía actual, aunque no demasiado en nuestro país, y potenciadas por las nuevos soportes tecnológicos, resurge y toma espacio la denominada “Poesía Visual”. Poesía y fotografía comparten experimentaciones y lenguajes. Es evidente. La poesía con la capacidad de sugerir metáforas, imágenes y emociones con la música de la voz y las palabras, y  la fotografía, con el poder de producir estas mismas emociones y metáforas con la exposición de una instantánea. Así, como en los inicios de la poesía y la fotografía surrealista, que fueron muy de la mano, encontraron en este libro un interregno de emoción y expresión artística en este raro trabajo. Sin embargo, lejos de las evocaciones oníricas de aquellas primeras colaboraciones de Dora Maar con Bertolt Brecht, las metáforas  aquí, van a lo concreto, aunque no eludan la ensoñación: “En tu soledad arde un cansancio arrasado de sueño” argumenta la voz poética de Inés Montes mientras la imagen retrata y detiene el momento cotidiano de las calles y sus paisajes mestizos, fronterizos.  Es parecido a lo que sucede con el reporterismo gráfico en el que la mirada del fotógrafo no está desposeída de emoción, de intención, de lirismo a veces.

La poesía de Inés Montes no es estrictamente social, su cuidado de la metáfora y la palabra no la anclan a esta tendencia, pero sí hay un compromiso con su tiempo. Con el nuestro. Volvió a confirmarlo en su siguiente entrega, ya puramente verbal, poética, el libro El Canto Inaudito, que se alzó con el Primer Premio de Poesía Himilce para escritoras de Baeza. En él la frontera era líquida, era el Mediterráneo, y la poeta se hacía eco de la voz de los sin voz, ahogados en el mar que vuelve a estar de actualidad. Dice la poeta en uno de estos textos: “Pongo en mi boca/ la sal de tus labios./Pongo en mi boca/aquel mar/que era un mar/ de fulgor ensimismado./ Aquel mar/ que ahora sangra/ la verdad de todos/ cuando ya nada/ puede ser inocente.”

Vuelven a mi sus versos esta semana en la que, la migración se viste de miradas agradecidas y asustadas a bordo de un barco, el Aquarius, y una decisión, una de las primeras, del nuevo ejecutivo del Presidente Pedro Sánchez: dar cobijo a los que han sido rechazados por la avanzada Europa, blindada a la humanidad, a la ley y a sus propios acuerdos. Esta decisión de nuestro gobierno, que a algunos nos ha enorgullecido y emocionado a partes iguales, ha puesto de manifiesto, de nuevo, los frágiles equilibrios de la Unión Europea. Vivimos en una sociedad líquida, es verdad, pero en esa liquidez no podemos abjurar de nuestras obligaciones éticas y legales, de nuestra humanidad, escudados en manoseados argumentos partidistas y que, en algunos labios, como los socios de gobierno italianos o alemanes, suenan a viejo horror fascista. Los acuerdos deben cumplirse, la solidaridad debe articularse y no se puede dejar a la frontera sur de Europa y sus países la única responsabilidad fronteriza con los seres humanos. Está en cuestión nuestra supuesta supremacía moral, económica y, mucho más allá, nuestro grado de civilización y compromiso.