“Una ventana abierta a la esperanza”. De este modo me definía un veterano político catalanista la llegada de Pedro Sánchez a la Presidencia del Gobierno, en especial desde la perspectiva del conflicto institucional y político que desde hace ya seis largos años vivimos en Cataluña. Y es cierto: después de tanto tiempo perdido en una confrontación que a todos nos ha perjudicado tanto, con este inesperado cambio de gobierno en España se abre la posibilidad de un diálogo que nunca se ha iniciado y que ahora es defendido por unos y otros, en el conjunto de España y también en Cataluña… aunque no en Berlín ni tampoco en las terminales o sucursales berlinesas instaladas en tierras catalanas.

Después de tantos años de obstinada y contumaz cerrazón, de tanto solipsismo político, ha bastado con la clara derrota política de Mariano Rajoy y del PP, con su inmediata sustitución por Pedro Sánchez y el PSOE, para que se adviertiera un cambio de talante en la política española, y en concreto en relación con el conflicto independentista catalán. Un conflicto enquistado a causa de la intransigencia de las partes enfrentadas, con una sucesión interminable de ilegalidades e irregularidades cometidas por parte del secesionismo catalán y con la demostración permanente de la ineptitud política como única respuesta del Gobierno del PP.

Contemplar el reto independentista como si se tratase de un conflicto entre Cataluña y el conjunto de España, o entre el Gobierno de la Generalitat y el Gobierno de España, es un error político monumental. El verdadero conflicto, y de ahí precisamente su extrema gravedad y la enorme dificultad de su resolución, es interno, es básicamente catalán y entre catalanes. Más aún: se trata de un conflicto más social que político, más identitario que ideológico, mucho más emocional que racional, que confronta a unos catalanes con otros, y solo como consecuencia de esta confrontación interna se produce el conflicto político e institucional que deriva en un gran problema de Estado.

Contemplar el reto independentista como si se tratase de un conflicto entre Cataluña y el conjunto de España, o entre el Gobierno de la Generalitat y el Gobierno de España, es un error

Solo una descompresión o distensión externa puede rebajar la confrontación interna, sin la cual no hay ni habrá posibilidad alguna para hallar una solución a este conflicto. Porque es imprescindible un acuerdo político y social previo en Cataluña para que el diálogo institucional avance hacia una transacción que haga posible un pacto que recomponga los destrozos causados por tantos y tantos años de desencuentros.

Llega la hora de la búsqueda del mínimo común denominador en Cataluña, la búsqueda de lo que constituya el consenso político del conjunto de la catalanidad democrática, que supere el insistente empate entre dos Cataluñas, una partidaria y la otra contraria a la independencia, que acabe con este empate de Cataluña consigo misma. Es la hora de recuperar la unidad social perdida, de recomponer el espejo catalán roto en miles y miles de pedazos. Ha llegado la hora de dejar de hacerse trampas a uno mismo jugando al solitario o de jugar al póker yendo de farol, de dejar de creer en un ilusorio e imposible máximo común múltiplo y apostar de una vez por todas por el mínimo común denominador, esto es por el consenso.