La llegada de Maxim Huerta, hombre sensible ante el maltrato animal, al gobierno de Sánchez ha sido muy celebrada por los animalistas españoles, con una gran alegría y por fin mucha esperanza. Por primera vez en un gobierno español un ministro de Cultura y Deporte era un hombre que públicamente había mostrado su rechazo contra el maltrato; y es lógico ilusionarse con las expectativas de nuevas leyes y una nueva visión a favor de la ética y de un nuevo modelo que empezara a excluir la tortura y el maltrato injustificado y sistemático contra cualquier ser vivo. O, al menos, defender un poco los derechos animales, tan despreciados en este país nuestro.

Sin embargo, en una entrevista de La Sexta Noche, el ministro de Cultura, que ya acaba de dimitir, aseguró hace pocos días que, aunque no es aficionado a las corridas de toros, se sentía “ministro de todas las culturas”, como si la tortura lo fuera; y apeló a un diálogo con los toreros porque “no tienen por qué preocuparse”. Ante este talante, la buena impresión inicial y la ilusión de muchos se fue un poco al traste, al constatar que el nuevo ministro iba con pies de plomo para no herir susceptibilidades ni levantar polémicas. Lo cual significaba que podría ser todo más de lo mismo.

La crueldad contra los seres de otras especies es una herida abierta que proviene de la España más negra e inquisitorial. El “sacrificio” de animales es un hábito grotesco que pervive en el siglo XXI, proveniente de la conciencia más cruenta y bárbara del cristianismo, que ya no tiene que tener lugar si queremos un mundo con un mínimo de sofisticación moral. La tortura debe ser abolida, en cualquier de sus formas y contra cualquier especie. Es un imperativo que marca la evolución ética de la humanidad. Sin esa evolución, nada más podrá evolucionar, porque, como dice Milan Kundera en La insoportable levedad del ser, “...la verdadera prueba de la moralidad del hombre, la más honda, radica en su relación con los que están a su merced: los animales; y aquí fue donde se produjo la gran debacle de la humanidad, de la que derivan todas las demás debacles”. Así de importante es el tema, aunque muchos ni se enteran de la enorme importancia del asunto.

El “sacrificio” de animales es un hábito grotesco que pervive en el siglo XXI, proveniente de la conciencia más cruenta y bárbara del cristianismo

En España urge, sea cual sea el nombre del ministro, una Ley clara y justa contra el maltrato animal. Urge un control mucho más estricto del sufrimiento inhumano de los animales en la industria. Urge abolir espectáculos sangrientos en los que se tortura a seres indefensos. La tauromaquia es uno de ellos, pero ni mucho menos el único. Y si se quiere que algo cambie, pues algo habrá que cambiar. Para empezar, por ejemplo, bajar, si no finiquitar, la enorme financiación pública de los que algunos llaman “fiesta nacional” o “cultura”; financiación que sale de los bolsillos de todos, incluidos los bolsillos de los que reniegan de ella; financiación y privilegios que, por otra parte, el Partido Popular multiplicó soezmente mientras recortaba derechos básicos y fundamentales de los españoles. Ya sabemos que una sociedad insensible al dolor ajeno es una sociedad corta y zote.

Maxim Huerta se ha marchado en un gesto que le honra, porque España está sedienta de honradez y transparencia. El nuevo ministro de Cultura es José Guirao, un hombre del arte y la literatura, lo cual para mí es una alegría. Se dice de él que es un gran gestor cultural. Ignoro si el nuevo ministro posee sensibilidad animalista. Doy por hecho que alguna seguro que sí, porque suele haberla donde hay cultura. Sé muy bien que la Educación y la Cultura españolas necesitan cuidados intensivos y que el nuevo ministro tendrá mil asuntos vitales que tratar. Pero, por favor, que no se olvide del hecho de que en este país la política animalista es también un imperativo vital, y mucho más desde el retroceso tremendo que hemos sufrido al respecto con la infame política de la derecha.

Vivimos tiempos difíciles. Amar es urgente, decía el músico argentino Miguel Abuelo. Hay que empezar a salir de las ruinas de la mezquina era neoliberal. Hay que empezar a reconstruir derechos, deberes, catástrofes educativas, culturales, económicas y humanas. Y en ese camino, insisto, es prioritaria una gestión política que sea ética, compasiva y solidaria respecto de los más indefensos, incluidos los de otras especies, que son los que más lo están.