Eran muchos los ciudadanos de Cataluña que creían que era imposible que la situación social, política, institucional, económica y sobre todo convivencial pudiera seguir empeorando. No obstante, lo cierto es que, lamentablemente, esta situación continúa empeorando día a día.

Después de cerca de medio año de una disparatada, insólita y poco menos que interminable sucesión de intentos fallidos de investiduras de quien debía suceder a Carles Puigdemont como presidente de la Generalitat, todas ellas legalmente inviables por muchos conceptos, la definitiva elección de Quim Torra con los votos de JXCat y ERC y la abstención cómplice de la CUP parecía que podía poner fin a tanto dislate, y con ello hacer decaer automática e inmediatamente la aplicación del artículo 155 de la Constitución que hizo que Cataluña pasase de golpe y porrazo de una preindependencia virtual y frustrada a la realidad de una preautonomía tutelada y gobernada desde el Gobierno de España. Pero no ha sido así, por desgracia. Más allá del escándalo que la investidura de Quim Torra ha provocado tanto en Cataluña y en el resto de España como en la opinión pública internacional y en gran número de gobiernos extranjeros, tras conocerse innumerables textos de Torra que ilustran sobre su ideología inequívocamente supremacista, xenófoba, racista e hispanofóbica, pasan y pasan los días y en Cataluña seguimos sin tener un nuevo Gobierno de la Generalitat, un Gobierno efectivo, viable y real. Y todo ello porque, en un enésimo intento de llevar la confrontación con el Estado español al límite, el ya presidente Quim Torra pretende que formen parte de este gobierno cuatro exconsejeros del anterior Gobierno presidido por Carles Puigdemont que se hallan en situación de prisión provisional -Josep Rull y Jordi Turull- o huidos de la justicia española, en Bélgica -Antoni Comín y Josep Puig.

¿Qué voluntad de diálogo expresa esta nueva apuesta por la provocación pura y simple, por el mero afán de la confrontación sistemática? ¿Cómo se compadece esta actitud con la reiterada una y otra vez por representantes muy destacados de ERC -comenzando por su propio líder Oriol Junqueras, él también en prisión provisional-, reclamando la puesta en marcha inmediata de un nuevo Gobierno de la Generalitat efectivo y viable?

¿Qué voluntad de diálogo expresa esta nueva apuesta por la provocación pura y simple, por el mero afán de la confrontación sistemática? 

La situación catalana empeora cada día. La convivencia ciudadana está ya en mínimos. Los enfrentamientos verbales entre unos y otros sectores empiezan a dar pasos preocupantes hacia la violencia física. ¿Es esto lo que realmente se busca y se desea? ¿Es esta la forma de expresar voluntad real de diálogo? ¿Es esta la manera de contribuir a un cierto retorno a la normalidad convivencial, o cuanto menos coexistencial? ¿Es este el modo de rebajar la tensión y abrir la puerta a una mejora de la lamentable, y en mi opinión injusta e injustificada, situación de los dirigentes independentistas en prisión provisional?

¿A quién favorece el incremento del deterioro de la situación social, política, institucional, económica y sobre todo convivencial en Cataluña? ¿Hoy peor que ayer pero mejor que mañana? ¿Quién es partidario de aquello tan perverso de “cuanto peor, mejor”?