“Juicios tengas y los ganes”. Esa es la frase con la que los gitanos te maldicen cuando te quieren mal porque saben que, aunque logres lo que esperas de la Justicia, pasar por un pleito es ya una maldición.  A los que hemos sufrido algún tipo de agresión en el ámbito doméstico, homófoba o sexual, entre otras, sabemos lo duro que resulta tener que comparecer delante de un juez a desnudarnos, de nuevo, y volver a pasar por lo mismo. Que la víctima tenga que demostrar que lo ha sido es una doble lesión, emocional y psicológica, por la que transitamos los que creemos en el Estado de Derecho y en los tribunales como instancia donde, con todas las garantías, hallaremos el consuelo de la ley y una sociedad moderna y civilizada.

Cuando sentencias como la de los magistrados de la repugnante “manada”, dictaminan que un caso de evidente dominación, de violencia y violación, es un “abuso sexual”, devaluando la gravedad de los hechos y del delito, ponen al sistema judicial en el alero de la inútil e indignante estupidez; de ahí al descrédito hay un solo paso. Leer, en particular, las argumentaciones del magistrado Ricardo González resultan insultantes y, desde mi humilde punto de vista, debería existir una exigencia de responsabilidades para los que, amparándose en la interpretación de la ley, siempre hacen interpretaciones ideologizadas, machistas, homófobas y reaccionarias, que no hacen más que minar la confianza de la ciudadanía en el Poder Judicial, y en las garantías de que los delitos no queden impunes. Si un médico por mala praxis causa una muerte o una lesión, un órgano colegiado lo evalúa y, de considerar probada su negligencia, le retira la licencia. ¿Qué habríamos de hacer con un Juez que lesiona a una mujer, ya violada,  y en ella a todas las mujeres, hombres, a la sociedad entera que esperamos una respuesta acorde con el grado de civilización que se nos supone?

Que el juez Ricardo González  dictamine: "No aprecio en ninguno de los vídeos y fotografías signo alguno de violencia, fuerza o brusquedad ejercida por parte de los varones sobre la mujer. No puedo interpretar en sus gestos, ni en sus palabras, en lo que me han resultado audibles, intención de burla, desprecio, humillación, mofa o jactancia de ninguna clase", es una prueba irrefutable de su miopía ética, jurídica y humana. Mucho más cuando asevera contra la chica "una desinhibición total y explícitos actos sexuales en un ambiente de jolgorio y regocijo en todos ellos y, ciertamente, menor actividad y expresividad en la denunciante", culpabilizando, en realidad a la víctima, de haber sido violada por cinco animales. Le ha faltado decir que “se lo merecía por ir sola por la calle, una mujer, vestida como una puta”.

Tengo amigos jueces, a los que quiero, admiro y con los que departo de estas y otras cuestiones. En alguna ocasión les recordé una cita de uno de los libros del ex presidente Felipe González, en el que aseguraba: “en España se han modernizado todas los estamentos, incluidas las fuerzas y cuerpos de seguridad del estado, salvo la judicatura”. A pesar de mi provocación, estuvieron de acuerdo. Conocían bien los imbricados escalones de la carrera judicial, y lo difícil que era llegar  a según qué puestos si no se contaba más que con el esfuerzo y la inteligencia, con el estudio y el trabajo, frente a los abolengos de apellidos, normalmente heredados de momentos muy poco democráticos, de nuestra reciente historia. Creo que ya es momento de encarar ese asunto. Si la justicia no es justa no es y, por lo tanto, su respeto y garantía deja de tener sentido. Si una mujer brutalmente violada, vuelve a ser violada frente a la sociedad, por unos magistrados de imparcialidad ética dudosa, a tenor de sus argumentaciones, el desvalimiento de la sociedad puede derivar en tomarse la justicia por su mano a más de uno y de una, y es un desequilibrio peligroso. No encontrar consuelo y reparación en la ley es un doble desconsuelo. Una doble agresión: Yo también he sido violado con esta sentencia.