España es uno de los países de todo el mundo dónde se cultivan más variedades transgénicas. Según algunos informes el 95% de la superficie cultivada con plantas transgénicas de toda la UE está en nuestro país. Eso no es ni bueno ni malo, es simplemente así. Pero ¿qué amenaza puede representar esa opción para el desarrollo de otras formas de cultivo, como el ecológico?

Los genes son los planos sobre los que se levanta la estructura de cualquier organismo vivo. Cada uno de ellos contiene una instrucción específica y cumple una misión esencial en el desarrollo y mantenimiento de dicho organismo, pues gracias a esas instrucciones las células realizan su función y permiten su desarrollo armonizado.

La ingeniería genética, aplicada al campo de la investigación en el cultivo de alimentos, es el procedimiento empleado para modificar mediante técnicas de laboratorio esos planos, alterando la información y obligando a las células a desobedecer el código genético original dando lugar a una nueva variedad de planta: una planta transgénica.

Las plantas transgénicas son aquellas cuya semilla ha sido manipulada en el laboratorio para incorporar propiedades ajenas a su variedad original, ya sea para mejorar su aspecto o para ofrecer una mayor resistencia a los plaguicidas con los que se fumigan los cultivos: plaguicidas que después son ofrecidos al agricultor por la misma empresa que les sirve la simiente transgénica.

El 95% de la superficie cultivada con plantas transgénicas de toda la UE está en nuestro país

En algunas variedades de cereal como el maíz o de leguminosas como la soja, el aumento de las variedades transgénicas ha crecido tanto en los últimos años que los agricultores apenas tienen opción de cultivo fuera del ecológico. El problema es que, aunque las multinacionales del sector defiendan lo contrario, la coexistencia entre cultivos transgénicos y cultivos convencionales y ecológicos es imposible pues la contaminación genética es inevitable.

Por eso la proliferación del cultivo de variedades transgénicas está poniendo en grave riesgo la producción agrícola certificada como orgánica o ecológica, un sector emergente con una alta demanda de mercado. Sin embargo el cultivo ecológico podría desaparecer en poco tiempo si la administración no pone en marcha mecanismos legales que defiendan los derechos de los cultivadores a que sus campos no sean contaminados por polinizaciones cruzadas de variedades transgénicas.

Y por supuesto también hay que defender el derecho de los consumidores a aplicar el principio de precaución y eludir los alimentos con transgénicos, aunque nadie haya podido demostrar que su ingesta resulte una amenaza para la salud.

Se trata de no olvidar que cuando se siembra un campo al aire libre con semillas manipuladas genéticamente se está integrando el resultado del laboratorio en la naturaleza y los efectos pueden ser imprevisibles, ya que las plantas pueden transferir las alteraciones en su código genético a las variedades silvestres, alterando de manera impredecible el equilibrio de los ecosistemas y dando lugar a fenómenos tan inquietantes como indeseables.