Ya sé que algunos pensarán que por ser animalista convencida y por defender la dignidad y los derechos de los seres de otras especies, esos seres sin voz que son el objeto de la inquina y de la maldad más despreciable del ser humano, me gustaría cargarme de un plumazo las ferias y las fiestas de media España, porque prácticamente en todas ellas el maltrato animal forma parte, a veces imprescindible, de la oferta “cultural” . No es el caso, lo prometo. Me encanta que la gente se divierta, me encanta la fiesta, la diversión, el asueto, la jarana y todo lo que forme parte de los aspectos lúdicos de la vida; porque, como dice Eduardo Punset, una revolución que tenemos pendiente los humanos es la de aunar conocimiento y diversión, que no son incompatibles, como nos enseñan, sino lo contrario. Aunque bien es verdad que tenemos pendientes muchas “revoluciones” más.

Me encantan las fiestas y me encanta que la gente se lo pase bien y disfrute; pero odio la idea de que para que la gente disfrute se necesite torturar, dañar, linchar, degollar y asesinar a seres vivos, sensibles y llenos de dignidad, aunque algunos no la sepan apreciar. De hecho, ya quisieran muchos de los que se llaman humanos tener el corazón y la dignidad de muchos de los que llamamos “animales”. Quien haya vivido o viva con alguno de ellos sabe muy bien lo que digo y a qué me refiero. El hecho de que sean de otra especie evolutiva no nos otorga patente de corso para hacerles daño, sino al contrario, tendríamos que protegerles, no sólo porque dependemos de ellos, sino por puro sentido de la moral.

Es una verdad innegable que en España llevamos en las venas, como poco, la insensibilidad, y cuando no el desprecio o la inquina más feroz contra los animales. Somos, para el resto del mundo el país que se vende como el de las corridas de toros como fiesta nacional, el país que declara como “cultura” la tortura. Son muchos siglos de adoctrinamiento en el miserable antropocentrismo cristiano que nos lleva a considerarnos los reyes de una absurda “creación” que no existe, que es un relato mítico y lleno de ignorancia, de irracionalidad y de superstición. Pero ahora, en el siglo XXI, ya no hay excusa ni justificación alguna. Ya no existe, supuestamente, analfabetismo, y ya tenemos a nuestro alcance, todos, mucha información.

Ya quisieran muchos de los que se llaman humanos tener el corazón y la dignidad de muchos de los que llamamos “animales”

Y supongo que no hace falta ser un lumbreras para llegar a percibir con claridad la estrecha interrelación entre dogmatismo y crueldad, entre religiosidad y maltrato animal. De hecho, ya digo, en casi todas las fiestas españolas, que suelen ser en loor a algún santo de la cristiandad, tienen un papel protagonista la agonía y la muerte de algún animal. No iban a ser menos la Feria de Abril de Sevilla y la fiesta andaluza de la Virgen del Rocío, unas fiestas tan halagadas y tan populares. Aunque no conlleven espectáculos sangrientos, finalmente también se convierten en antros de crueldad. Muchos caballos, mulas y bueyes mueren en el intento. Las fotos, todos los años, de la ermita del Rocío rodeada por caballos muertos por hambre, sed y agotamiento, que dejan “olvidados” jalonando a la virgen, son realmente terribles y muestran una miserable y siniestra realidad, mucho más allá del folclore y de la jarana desmedida que es lo único que se suele publicitar.

Entre 2007 y 2017 han muerto en el Rocío más de 130 animales, simplemente por cansancio extremo o por sed y hambre. El domingo pasado moría un caballo en la feria sevillana tras un día entero sin comer ni beber, colapsado por el agotamiento. Ocurre todos los años. El Partido Animalista PACMA lleva años denunciando las muertes de caballos en estos días de fiesta por “sometimiento, extenuación y deshidratación”, e incluso llega a proponer que se utilicen calesas sin animales para transportar a las personas en esos días agotadores. Aunque, ¿cómo se van a preocupar de que no mueran caballos si las protagonistas de la feria son las veintitres corridas en las que se torturarán y asesinarán más de sesenta toros que no han nacido, como ningún ser vivo, para morir de esa terrible manera?

Mueren al año en España casi ochenta mil toros en el esperpento de las corridas. Como digo, parece que lleváramos los españoles en nuestro ADN el odio, la crueldad y la insensibilidad. Parece que somos incapaces de divertirnos sin despreciar, burlar, torturar o asesinar a un indefenso, da igual la especie; porque quien es capaz de torturar, de matar o de presenciar la tortura y la muerte de un animal no humano lo es de hacer lo mismo ante un animal humano. De hecho, está comprobado que la mayoría de asesinos de personas antes son asesinos de animales.

Un país, una civilización se puede juzgar por la forma en que trata a sus animales, decía Mahatma Gandhi. Que no nos extrañen los abusos, las corrupciones, los robos impunes y todo lo demás Así vamos. Porque, finalmente, todo está interrelacionado.