Hablar de escasez de agua mientras afuera no para de llover puede parecer contradictorio, sin embargo resulta de lo más oportuno. Es ahora, mientras las reservas de los embalses se recuperan y los ríos se desbordan, cuando podemos hablar de planificación hídrica sin la angustia que genera la amenaza de las restricciones. Porque la gestión de estas reservas va a determinar el futuro de nuestras ciudades, cada vez más pobladas y densas, en el futuro inmediato. Solo hay que atender al panorama internacional para comprobarlo.

Uno de los ejemplos más claros de hasta qué punto el acceso seguro al agua marca los límites al desarrollo urbano lo tenemos en la ciudad de Las Vegas, la mayor urbe de uno de los estados más desérticos de Norteamérica: Nevada. Este gigantesco monumento a la insensatez, a la opulencia, al derroche energético y al malgasto de agua está esquilmando hasta la última gota los exiguos acuíferos de la región donde se levanta.

El empecinamiento de sus autoridades (con el insensato presidente Trump a la cabeza) por crear unas condiciones artificialmente paradisíacas allí donde el clima dicta la ley de la supervivencia, por convertir un pedazo de desierto en un vergel en el que el agua corre a borbotones, está teniendo un alto coste ambiental para su entorno.

Hasta que ha llegado el punto en el que la naturaleza ha dicho basta y ha marcado el límite a la locura de quienes creían que el único límite lo ponía su trastornada imaginación. Las señales de alerta han empezado a dispararse, las restricciones de agua se suceden y los visitantes que acuden atraídos por su opulencia se encuentran un escenario de atrezo que se resquebraja por los cuatro costados, cada vez más inseguro y menos confortable.

En los últimos diez años algunas zonas urbanas de la gran metrópoli mejicana se han hundido más de diez metros

La capital de México es otro de los ejemplos más socorridos para representar la idea de ciudad insostenible. Más allá de los altos niveles de contaminación atmosférica que están esquilmando la salud de sus habitantes y provocan de manera directa numerosas muertes cada año, la capital federal se está hundiendo de manera irreversible ya que los acuíferos sobre los que se levanta han sido sobreexplotados y se están secando, lo que amenaza con provocar su derrumbamiento.

Los cimientos de los edificios llevan años agrietándose por los cuatro costados, el firme de las aceras y las calzadas se resquebraja y las tuberías, antaño subterráneas, afloran ahora a la superficie como esqueletos de dinosaurio.

En los últimos diez años algunas zonas urbanas de la gran metrópoli mejicana se han hundido más de diez metros (uno por año), mientras uno de los juegos más populares entre los niños de las barriadas consiste en marcar su altura en las cañerías que bajan directamente hasta el suelo para saber si crecen más rápido de lo que la tierra se hunde a sus pies.

Este mismo año la segunda ciudad más importante de Sudáfrica y uno de los principales destinos turísticos del continente africano, Johannesburgo, con cuatro millones y medio de habitantes, saltaba a la primera plana de todos los informativos del mundo al convertirse en la primera gran metrópoli que suspendía el suministro de agua potable a las viviendas.

Debido a la grave sequía que padece la región de El Cabo las autoridades sudafricanas decretaron limitar al máximo el consumo de agua urbano. El decreto de sequía suspendía el riego de parques y jardines y el abastecimiento a instalaciones deportivas. Los hoteles debían implantar las duchas rápidas (dos minutos de agua por uso) y los ciudadanos habrían de acudir a los puntos de abastecimiento señalados para obtener el cupo de agua potable asignado: veinticinco litros por persona y día, para todos los usos.

Hacer un uso responsable de las reservas de agua que nos ha aportado el paso de las últimas borrascas va a determinar el desarrollo de nuestras ciudades y la calidad de vida de sus habitantes. Gestión, gestión y gestión: esa es la clave para aprovechar este valioso legado. Una gestión basada en la colaboración, el conocimiento compartido, el uso de la mejor tecnología para la eficiencia y el trabajo en red. Esas son las principales herramientas de trabajo. Esperemos que los responsables políticos sean capaces de usarlas con sentido común.