Lo advertía hace solo pocos días uno de los politólogos catalanes más lúcidos, Gabriel Colomé, analizando en una entrevista la actual situación político-social de Cataluña: “Los independentistas irritados por el “procés” se refugiarán en la violencia”. El propio Gabriel Colomé -sin duda alguna, uno de los mejores conocedores de la actual Cataluña real, es decir la no virtual, que aúna en sus escritos el rigor académico, la amenidad divulgativa y el profundo conocimiento empírico de la sociedad catalana- ha tratado esta cuestión en su libro, de reciente publicación, La Cataluña insurgente.

Algunos nos lo temíamos desde hace ya mucho tiempo, casi ya desde los mismos comienzos del tan traído y llevado “procés”, esto es desde hace ya seis interminables años de incesante desasosiego. Lo que entonces temíamos, y que cuando nos atrevíamos a expresar en público nuestro temor éramos menospreciados e incluso insultados, comienza a ser ya, por desgracia, algo real y tangible, aunque por suerte todavía se produzca en algunos episodios relativamente escasos y/o de una violencia considerada aún como de baja intensidad.

Aunque lo haga asumiendo ya desde un buen principio ser tildado de de nuevo de alarmista, e incluso con epítetos mucho peores, reitero mi preocupación reiteradamente expresada durante todos estos últimos años: si no se le pone remedio de inmediato y con firmeza, el conflicto político-social existente ahora en Cataluña puede acabar desembocando en un enfrentamiento social violento. Me gustaría mucho equivocarme, si finalmente constatase mi error lo reconocería con muchísimo gusto, pero considero que mi deber cívico como demócrata y como catalanista desde que tengo uso de razon, así como mi obligación moral como periodista y analista político, es advertir de la existencia de este grave riesgo.

La sociedad catalana actual se ha convertido en un espejo partido en mil pedazos y con un enfrentamiento que trasciende concepciones partidistas, ideológicas o política

Al plantear un objetivo absolutamente irrealizable, al menos a corto o a medio plazo, y convencer a una parte muy importante de la ciudadanía catalana de su viabilidad, los principales dirigentes del movimiento independentista -no solo los políticos sino también los sociales, sindicales, económicos, intelectuales y mediáticos- asumieron un desafío que comportaba riesgos ciertos. Algunos de estos riesgos se han convertido ya, por desgracia, en realidades tangibles. No se trata solo de la existencia de un notable número de dirigentes políticos y sociales encarcelados, huidos de la justicia, encausados, con elevadas fianzas o con bienes embargados. Tampoco se trata tan solo de un creciente deterioro económico, de una pérdida de prestigio internacional de Cataluña y sobre todo de Barcelona, su capital y gran marca a nivel mundial. Incluso más allá de todo esto, el conflicto interno abierto en el seno de la ciudadanía de Cataluña aún es mucho más grave, dañino y preocupante.

La sociedad catalana actual, convertida en un espejo partido en mil pedazos y con un enfrentamiento que trasciende concepciones partidistas, ideológicas o políticas para entrar de lleno en una lucha entre unos sentimientos identitarios excluyentes entre sí, entre identificaciones emocionales contrapuestas, vive uno de aquellos momentos históricos decisivos, que pueden provocar o evitar una catástrofe social. Porque entre los graves e importantes riesgos asumidos por los dirigentes independentistas desde el mismo inicio del “procés” figuraba ya el de la más que probable frustración colectiva que podrían generar si, como era de esperar y estamos constatando ya, sus ilusorios compromisos quedaban en eso y provocaban al menos entre parte de sus siempre muy entusiastas seguidores la consiguiente irritación. Y tras la frustración y la irritación suele venir la violencia.

Por ahora la violencia social sigue siendo, por suerte, escasa y de intensidad baja. Pero se han producido ya muchos, demasiados episodios de violencia, y no solo verbal sino física, por parte de extremistas radicales de un signo y otro. La amenaza es ya más que evidente, porque se ha convertido en una realidad tan desgraciada como lamentable. Una realidad que por el momento tiene su expresión más visible en los autodenominados Comités de Defensa de la República (CDR), cuya simple existencia, y en concreto sus métodos de actuación, deberían ser públicamente condenados con contundencia por todos los ciudadanos de Cataluña demócratas.

El huevo de la serpiente está ya aquí. Evitemos que se reproduzca. Nos va en ello no ya una convivencia que parece por ahora imposible pero sí al menos una coexistencia libre, ordenada y pacífica.