Antes del descubrimiento de América, cuando las naves se aproximaban a la línea que marcaba los límites en las cartas de navegación, el almirante ordenaba desde el puente virar a babor o estribor pues, según se entendía entonces, más allá había monstruos. Esa parábola nos puede servir para extraer una enseñanza moral respecto a la situación medioambiental en la que nos encontramos.

Hemos llegado a un punto en el que las cartas de navegación del desarrollo son incapaces de predecir el devenir de nuestra travesía y el almirante, desde el puente de la razón, que es el de la ciencia, debe dar la orden urgente de virar.

Durante los últimos días se están presentando numerosos y reputados informes sobre los efectos del cambio climático o sobre la aceleración en la pérdida de biodiversidad y la degradación de los suelos, como los elaborados por la Plataforma Intergubernamental en Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos (IPBES) en su congreso celebrado esta semana en Colombia.

Según esos estudios se confirma que estamos avanzando hacia los monstruos. Así pues, lo más sensato sería hacer caso a los investigadores y sus predicciones y virar. Cambiar el rumbo hacia una nueva ruta: la del desarrollo sostenible y la economía circular.

La ciencia, que es la brújula que debería guiarnos a la hora de tomar cualquier decisión, alerta sobre los riesgos de seguir el rumbo marcado hasta ahora. Algo que ya presagiaba la bióloga y escritora Rachel L. Carson hace más de 50 años en su famoso libro “La Primavera Silenciosa”, para muchos el texto iniciático del ecologismo moderno.

Decía Carson a mediados de los años sesenta del pasado siglo: “Nos encontramos ahora en una encrucijada, pero ambos caminos no son igualmente bellos. El que nos ha traído hasta aquí es de una facilidad que decepciona; una carretera de primerísimo orden por la que hemos progresado a gran velocidad, pero a cuyo fin está el desastre. La opción sensata es tomar el sendero, más tranquilo y menos frecuentado, que nos permitirá alcanzar como meta la conservación de nuestra tierra”.

Ese sendero, ese otro camino que nos aleje de los monstruos es el de la sustitución de las energías fósiles por las fuentes renovables y el impulso decidido a políticas fiscales que fomenten el ahorro y la eficiencia. El de la reducción de los residuos y el reciclaje de sus materiales, el del uso responsable del agua basado en el ahorro, el conocimiento y el empleo de las nuevas tecnologías de reutilización y regeneración de las aguas residuales.

El de la movilidad eléctrica, mucho más razonable y razonada que la basada en la quema de petróleo: una fuente agotada y responsable en buena medida del aumento de emisiones que están provocando el calentamiento global. El del consumo sensato, el de la producción más limpia. El de una nueva ciudadanía que incorpore el respeto al medio ambiente a sus hábitos cotidianos, a sus vidas y sus negocios.

Son muchas las empresas que están realizando cambios en sus procesos productivos para reducir su impacto ambiental. Y es preciso atender a esos gestos, reconocerlos y estimular a las compañías a que avancen por esa senda, que es la que nos ha de llevar a todos hacia el uso circular de los recursos naturales y el autoabastecimiento.

De nada vale mantener una oposición frontal y no dialogante con la industria, un diálogo de sordos, pues sin esos cambios, sin esa adaptación que podemos constatar día a día, aunque de una manera mucho más lenta de lo que muchos querríamos, no habrá viraje posible de la nave. El desarrollo sostenible basado en la economía circular es el rumbo adecuado. Debemos virar hacia él urgentemente.