Con los psicópatas pasa lo que con los “ex”: no los conoces hasta que es inevitable. Es por esta razón que, cuando salta a la luz pública un caso como el del niño Gabriel Cruz, que nos ha conmocionado y revuelto a todos por la frialdad de la presunta autora, Ana Julia Quezada, o como el del “Chicle”, presunto asesino-todavía y hasta que se dicte sentencia- de Diana Quer,  la mayoría de familiares, amigos y conocidos aseguran que era “gente normal”, o incluso “buena gente”. Luego, claro, cuando se indaga en sus vidas y biografías, que ellos se han encargado de esconder, ocultar y adornar en su propio beneficio, suelen aparecer datos que apuntan a que esa “normalidad”, si es que eso existe, no es tal.

El problema de la psicopatía, o de los comportamientos psicopáticos, es que incluso los especialistas no se ponen de acuerdo en ellos, ni en sus rasgos, pues, lo que sí parece común a todos, es su capacidad de adaptación, manipulación, incluso de reinvención según intereses personales. En esto coinciden los dos mayores especialistas en la materia como son Hervey Checkley y Robert Hare pero es esta capacidad camaleónica, lo que hace difícil la prevención sobre sus acciones hasta que se manifiestan de forma irreversible. Hay algunos rasgos comunes en la que coinciden ambos expertos, como es una inteligencia de básica a destacada, con capacidad para la verborrea, superficialidad, desinhibición, y una vanidad narcisista que siempre busca llamar la atención. Los psicópatas tienden a crear códigos propios de comportamiento, por lo cual sólo sienten culpa al infringir sus propios reglamentos y no los códigos sociales comunes.

Sin embargo, estas personas sí tienen conocimiento de los usos sociales, los manejan bien, por lo que su comportamiento es adaptativo y pasa inadvertido para la mayoría de las personas, con una nula capacidad de empatía o de ponerse en el lugar del otro, de plantearse el dolor que causan al otro. Es lo que se llama personalidad “sádico narcisista”, o “narcisismo maligno”, aspecto que trata Checkley en su libro The Mask of Sanity: An Attempt to Clarify Some Issues About the So-Called Psychopathic Personality, por cierto, no traducido al español-me aventuro a hacerlo con el título- que sería algo así como “La Máscara de la Salud(mental): Un intento de clarificar algunos aspectos de eso llamado Personalidad Psicopática”. Me hace recordar algo sobre lo que escribía el también político, psicólogo y sexólogo inglés Havelock Ellis, en el siglo XIX, cuando aseguraba sobre la hipocresía moral de algunos políticos que “el mejor disfraz del vicio era la virtud”.

Muchos de los psicópatas, o de los comportamientos psicopáticos pasan relativamente inadvertidos. Son personas que aparecen en la sociedad como gente respetable, incluso entregadas a causas comprometidas, aunque luego se comporten como manipuladores sin escrúpulos, verdaderos maltratadores psicológicos, por lo general, y físicos cuando degeneran. Otra de las características que marcan los grandes expertos es el uso de los demás como peones de sus jugadas personales, la cosificación de los demás, y es en la gradación de su falta de empatía, en la autosatisfacción de la vanidad sin castigo en la que algunos trasgreden más alevosamente lo permisible y la ley y, cuando son detectados, generalmente, ya es con resultados funestos.

No creo que sea el momento de legislar en caliente, yo tengo mi propia opinión, como todos sobre la “prisión perpetua revisable”, y me parece que los padres afectados o temerosos de serlo, tienen el perfecto derecho a querer un mundo más seguro para sus hijos, hermanos, madres, esposas, etcétera. La reflexión más terrible que me hago es que, cada vez más, en una sociedad más líquida, más intangibles por las redes y la tecnología, parece que la psicopatía, o los comportamientos psicopáticos, se están incrementando exponencialmente ante la competitividad salvaje, la cosificación de los otros, la falta de respeto, o empatía, las posverdades en las que la verdad, la raíz y lo hondo importan cada vez menos. ¿Dónde nos llevará eso?  Ni los expertos lo saben, pero eso no sólo no consuela, sino que resulta desolador e inquietante. No es cuestión de alarmar a nadie, pero podríamos estar conviviendo con un psicópata, podría ser nuestro padre, nuestro marido, nuestra novia, nuestro vecino, y no enterarnos hasta que fuese demasiado tarde, porque en principio todos son “buena gente”, “gente normal”