Nos hicieron llorar a todos. Desde casa, compartimos las lágrimas del teniente coronel de la Guardia Civil José Hernández Mosquera y las de Jesús Reina, el comandante de la Unidad Central Operativa (UCO) cuando explicaron como Ana Julia Quezada había asfixiado al pequeño Gabriel.

Un llanto que tampoco pudieron evitar el resto de investigadores de la Benemérita, los hombres que habían intervenido en la búsqueda del niño, por la rabia de no haberlo encontrado vivo.

En la Guardia Civil hay unos equipos de investigación como existen en pocos países del mundo y, sobre todo, un nutrido grupo de personas capaces de ponerse en el lugar de las víctimas. Además, tienen la preparación para comprender que pasa por la mente de sus verdugos y están entrenados para aguantar días, semanas, meses incluso, arañando cada dato, cada brizna de información, demasiadas veces en una pelea contrarreloj para salvar a un inocente o capturar a su victimario.

Este instituto armado, fundado el 13 de mayo de 1844, ha pasado, desde aquella fecha, por numerosas trasformaciones, con la idea de ser un cuerpo profesional de seguridad en todo el Estado.

En el inicio de la guerra civil, el coronel Escobar, un hombre cabal, no apoyó en Barcelona a los golpistas porque su obligación, dijo, era luchar contra de los sublevados y en defensa del Gobierno legítimo.

Una de las etapas peores fue la derivada de la dictadura sangrienta y los años posteriores a la muerte de Francisco Franco. Sus miembros se convirtieron entonces en gente temida y temible, con la ayuda inestimable también del golpista Tejero.

Qué lejos están esas épocas de la buena imagen que ahora se afianza cada día más: la de los agentes de la Benemérita. Hombres que fueron capaces de pasar mil fatigas para rescatar en el corazón del Amazonas a una niña secuestrada en Barcelona.

Profesionales que encaran todo tipo de peligros para salvar a personas atrapadas en la nieve; que afrontan con valor todo tipo de riesgos, aunque puedan dejar temporalmente a un lado a sus familias; que intentan prevenir el terrorismo yihadista a costa de su seguridad; que buscan personas desaparecidas sin darse un respiro…

Son tipos preparados, que trabajan discretamente, sin darse bombo, asumiendo que lo hacen por y para todos. “Lloramos, somos humanos” decían los mandos de la Guardia Civil en una rueda de prensa muy dolorosa por no haber conseguido hallar con vida al pequeño Gabriel. Esas lágrimas se llevan por delante historias pasadas y malas sensaciones. Consiguen lo que ninguna operación de marketing puede lograr: hacen que sintamos que son de los nuestros.