Cuentan que don Estanislau Figueras i Moragas, aquel político catalán culto, progresista y federalista que fue el efímero primer presidente de la I República Española -tan efímero que ocupó aquel cargo tan solo durante cinco meses-, se despidió de los miembros de su gobierno de un modo particularmente rotundo.

Ocurrió en el Consejo de Ministros del día 9 de junio de 1873, tras una agotadora y una vez más infructuosa sesión en la que no hubo manera alguna de lograr algún tipo de acuerdo que permitiera al menos lograr la aprobación de alguna medida que intentara resolver alguno de los problemas que aquejaban entonces a España. Los problemas de nuestro país eran muchos ya en aquellos tiempos, tras la renuncia al trono del rey Amadeo de Saboya y con España viviendo en un clima de grave agitación social, una inestabilidad institucional alarmante, tensiones territoriales, un buen número de crisis ministeriales y sucesivos intentos de golpes de estado. Cuentan que, ante una situación política como aquella y harto ya de todo y de todos, el presidente Figueras dio por acabada la sesión con una contundencia insólita al dirigirse de este modo a sus ministros: “Señores, voy a serles franco: estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Dicho esto, don Estanislau se fue a su domicilio y ya no volvieron a verle por Madrid hasta muchos meses después, porque se largó a la mañana siguiente en tren a París y aquello obligó a elegir de inmediato a un nuevo presidente de la República, cargo que correspondió entonces a otro político catalán, también culto, progresista y federalista, el también barcelonés Francesc Pi i Margall.

Estoy hasta los mismísimos de unos políticos que no solo demuestran su ineptitud absoluta para la resolución de conflictos sino que con excesiva frecuencia nos escandalizan

Recordaba este hecho histórico al leer el vibrante comentario que Carles Francino leyó en su programa de la Cadena Ser, La ventana, del que me he permitido copiar el título. Porque cada vez somos más los que estamos “hasta los mismísimos”, como dice mi estimado colega Francino. En particular los ciudadanos de Cataluña, como él y como yo, pero también los ciudadanos del resto de España, y si me apuran los del resto de Europa e incluso los del resto del mundo mundial, hemos llegado ya hasta al puro hartazgo de una situación como la que venimos viviendo aquí desde hace ya seis largos, interminables e insoportables años. También yo, como Francino y como tantas otras personas de toda edad y condición, “estoy de banderas -del color que sean- y de patrias -y ahora de himnos- hasta los mismísimos”. Más aún, yo estoy ya hasta los mismísimos a la manera del bueno y tan poco comprendido don Estanislau Figueras, porque también yo, “señores, les voy a ser muy franco: “Estoy hasta los cojones de todos nosotros”.

Estoy hasta los mismísimos ante la persistencia e insistencia de la existencia de esa losa inmensa que para todos nosotros representa la incesante sucesión de supuestas e incomprensibles pantallas de una pretendida hoja de ruta de algo que dieron en denominar “procés”, pero que en realidad no es más que un inacabable juego de desatinos y despropósitos por parte de unos y de otros, ya sea desde Madrid o desde Barcelona, luego también desde Bruselas y ahora parece que asimismo desde Ginebra.

Estoy hasta los mismísimos de unos políticos que, en todos estos lugares y quién sabe si tal vez también en alguno más, no solo demuestran su ineptitud absoluta para la resolución de conflictos sino que con excesiva frecuencia nos escandalizan a causa de su inagotable capacidad para la creación de nuevos problemas.

Estoy hasta los mismísimos de una gran parte de la ciudadanía que, ya sea en Cataluña o en cualquier otro lugar de España, demasiado a menudo antepone sus legítimos sentimientos identitarios y sus no menos legítimas emociones patrióticas a cualquier ánimo o voluntad de distensión y moderación.

Estoy hasta los mismísimos de tantos y tantos colegas periodistas que, en todo tipo de medios de comunicación, tanto en Cataluña como en el resto de España, ejercen una y otra vez de bomberos pirómanos, azuzando el fuego del enfrentamiento civil y la confrontación.

Estoy hasta los mismísimos de todos nosotros, comenzando por mí mismo, porque llevo tantos y tantos años dedicados a intentar promover el diálogo y el acuerdo, la distensión y la moderación, el entendimiento y la concordia, en un buen número de artículos -muchos de ellos publicados precisamente en EL PLURAL- y también en algunas tertulias políticas de radio y televisión -las cada vez más pocas a las que voces dialogantes y moderadas tenemos acceso. 

Sí, estoy hasta los mismísimos de todos nosotros. Cada vez comprendo más a mi siempre admirado y recordado amigo Salvador Espriu, y por ello comparto hoy con ustedes los duros versos de su “Inici de càntic en el temple”:

Oh, que cansat estic de la meva

covarda, vella, tan salvatge terra,

i com m’agradaria allunyar-me’n,

nord enllà,

on diuen que la gent és neta,

i noble, culta, rica, lliure,

desvetllada i feliç!

Aleshores, a la congregació, els germans dirien,

desaprovant: “Com l’ocell que deixa el niu,

així l’home que se’n va del seu indret”,

mentre jo, ja ben lluny, em riuria

de la llei i de l’antiga saviesa

d’aquest meu àrid poble.

Però no he de seguir mai el meu somni

i em quedaré aquí fins a la mort.

Car sóc també molt covard i salvatge

i estimo a més amb un

desesperat dolor

aquesta meva pobra, bruta, trista, dissortada pàtria.

Unos versos que otro poeta catalán, José Corredor-Maheos, vertió así al castellano:

 

¡Oh, qué cansado estoy

de mi cobarde, vieja, tan salvaje tierra,

y cómo me gustaría alejarme,

hacia el norte,

donde dicen que la gente es limpia

y noble, culta, rica, libre,

despierta y feliz!

Entonces, en la congregación, los hermanos dirían,

desaprobando: “Como el pájaro que deja el nido,

así el hombre que abandona su lugar”,

mientras yo, bien lejos, me reiría

de la ley y de la antigua sabiduría

de mi árido pueblo.

Pero no he de realizar nunca mi sueño

y aquí me quedaré hasta la muerte.

Pues soy también muy cobarde y salvaje

y amo, además,

con desesperado dolor,

a ésta mi pobre,

sucia, triste, desdichada patria.