Daniel Serrano tiene que pagar 480 € o "diez jornales de aceituna", por haber puesto su cara al Cristo de la Amargura. Llama la atención ver juntos dos conceptos tan distanciados en el tiempo como euros y jornales de aceituna. No sorprende, en cambio, que gobierno, religión y castigo vayan juntos. Durante siglos ha sido así, y aún hoy quedan reminiscencias en la mente de muchos políticos de la Inquisición española.

Al PP, como buen partido conservador, le gustan las tradiciones, y pocas tan arraigadas en nuestro país como la de cepillarse la libertad de expresión. La recesión democrática que estamos sufriendo en este segundo mandato de M. Rajoy, es proporcional al cada vez mayor volumen de información que los implica en actos delictivos. El mensaje que nos están enviando está tan claro como el de la cabeza de caballo que el Padrino ordenó dejar en la cama del productor de Hollywood: cuidadito con lo que publicáis, que si por hacer una broma con un personaje de ficción te caen 480 €, imagina lo que te puede pasar por meterte con el capo.  

Otra idea ancestral de la derecha española es la de que no hay nada como el tres en uno. Eso de la separación de poderes sigue siendo cosa de afrancesados. Así que es muy importante que los jueces, para que no haya que ir recordándoles constantemente que mano les da de comer, sean lo más afines posible. Más que expertos en leyes, es imprescindible que sepan interpretar el pensamiento del amo. El problema es que son tantos, que cuesta mantenerlos a todos a raya, y siempre sale uno díscolo que es capaz de meterte en la cárcel a un presidente de comunidad, a un tesorero o, incluso (paciencia que algún día pasará) al cuñado del Rey. 

Se acusa al PP de haber judicializado la política, pero en realidad lo que ha hecho es politizar la justicia. De ahí que no deba sorprendernos que el juez Llarena no tenga el mínimo reparo en reconocer que mantiene en prisión provisional a cuatro personas, porque se han retractado de sus acciones pero no de sus pensamientos. Si no les ponemos freno, no se extrañen si en breve los magistrados acaban cambiando la toga con puñetas por la túnica de fraile, y los acusados declaran vestidos con un sambenito.