Ignoro si Carles Puigdemont se instalará finalmente en el inmenso palacete de Waterloo, en un lujoso barrio residencial  a pocos kilómetros de Bruselas, y así podrá hacer realidad su sueño de presidir la Generalitat de Cataluña desde la capital de Bélgica. Si tal cosa llegase a suceder, el ahora aparentemente indiscutido e indiscutible líder del independentismo catalán conseguiría algo que parecía y a mí me parece todavía completamente imposible: la cuadratura del círculo.

Ni el más imaginativo de los guionistas de una serie televisiva de política-ficción hubiese podido escribir un guión equiparable al complicado relato del tan traído y llevado proceso de transición nacional de Cataluña, iniciado en 2012 por el entonces presidente de la Generalitat Artur Mas. Por si no bastara simplemente con dar un sucinto repaso a lo que ha sucedido durante estos últimos cinco largos años, este por ahora último episodio -algo que, por muy raro que nos parezca, puede llegar a convertirse en realidad- entra de lleno en el terreno del delirio. Un delirio propio de un megalómano sin escrúpulos, capaz de anteponer sus exclusivos deseos e intereses personales a los intereses legítimos no solo del conjunto de la sociedad que pretende representar y defender sino incluso a los deseos e intereses de su propio proyecto político.

Resulta delirante que alguien pretenda gobernar Cataluña desde Bruselas. Pero para mí es aún mucho más delirante que esta pretensión sea compartida por la mayor parte de los diputados del Parlamento catalán, los setenta que conforman la actual mayoría absoluta, con el apoyo de cerca de la mitad de la ciudadanía de Cataluña, según los resultados de las elecciones autonómicas del pasado 21 de diciembre. Los delirios personales de un megalómano pueden ser explicables por muchas razones, pero que estos delirios sean asumidos, compartidos y defendidos por un número tan elevado de personas de toda edad y condición es, al menos a mi modo de ver, un fenómeno irracional e incomprensible.

Ni el más imaginativo de los guionistas de una serie televisiva de política-ficción hubiese podido escribir un guión equiparable al complicado relato del tan traído y llevado proceso de transición nacional de Cataluña

Sigo sin comprender ni compartir la sinrazón de la inacción política sistemática del Gobierno de Mariano Rajoy respecto al grave conflicto de Estado planteado por el secesionismo catalán. Del mismo modo que el abuso y la desproporción en el uso de la fuerza en la represión policial del referéndum independentista ilegal del pasado 1 de octubre contribuyó en gran medida al voto secesionista del 21D, algo muy parecido sucede con el evidente abuso en la utilización de medidas judiciales tan excepcionales como deberían ser las órdenes de prisión preventiva y provisional a ciudadanos no condenados, que contrastan con la absoluta libertad de movimientos de otros ciudadanos ya condenados pero que están a la espera de un último recurso judicial.

La injustificable e intolerable inacción política del Gobierno de Mariano Rajoy, que es mucho más grave aún cuando se trata del bombero pirómano que prendió el fuego y luego se nos muestra incapaz de apagarlo, ha dado paso al uso y abuso de medidas judiciales y policiales que siguen avivando el fuego. Pero todo esto no es ni podrá ser nunca la justificación de ningún delirio como el de quien pretende gobernar Cataluña desde Waterloo, aunque este delirio sea compartido por más de dos millones de personas.