Forma parte de una polémica típica y clásica, defendida especialmente por los adeptos al pensamiento único cuando algo les es desfavorable, considerar que nada es absoluto y que cada uno interpreta la realidad según su propia perspectiva; de tal manera que se bloquea la posibilidad de la consideración   objetiva y veraz de las cosas. Porque, si bien es cierto que un hecho puede contemplarse desde distintos enfoques y diversas percepciones emocionales, sí existe la verdad imparcial, que es, como dijo Aristóteles, la realidad. Y nada mejor para ello que acudir a la historia.

La educación en la primera infancia es primordial en este sentido, porque todo lo que nos cuentan hasta los seis años se conforma en el armazón subsconsciente de nuestro sistema de creencias, por lo cual para algunos es muy importante adoctrinar a los niños en esas ideas que pretenden que sean la verdad en la conciencia colectiva, aunque no lo sea, y así perpetuar las mentiras que les interesan. Siendo niños y sin herramientas de defensa intelectual nos cuentan que los animales son seres inferiores y sin derechos, nos cuentan que los reyes magos existen y nos regalan juguetes, que es buena la obediencia ciega y es mala la libertad, nos cuentan que los vaqueros americanos eran los buenos y los indios aborígenes eran muy malos. Nos cuentan que el descubrimiento de América fue una hazaña épica y grandiosa de los españoles, y que la colonización llevó el progreso a los pueblos precolombinos, que los indígenas americanos eran salvajes paganos a los que había que cristianizar y alejar de la herejía.

Recuerdo muy bien la ilustración de la página de un libro de mi E.G.B que mostraba a un fraile con una cruz en una mano y en la otra mano una espada apoyada sobre la cabeza de un indio con un taparrabos de plumas de colores, arrodillado en signo de sumisión, simbolizando la evangelización; es decir, la coacción y la imposición forzada de unas ideas que no eran las suyas, de un dios que no era el suyo, de unas creencias que les eran absolutamente ajenas, y que no necesitaban para nada; porque su espiritualidad y su sentido de lo trascendente eran increíblemente ricos.

El objetivo era hacerse con un inmenso botín, un enorme continente, someter a sus pueblos, despojarles de sus culturas e imponerles la cristiandad, que para asustar y meter culpas y miedos la cristiandad va como anillo al dedo. Y todo ello para arrebatarles sus riquezas. Lo sintetizó muy bien Eduardo Galeano en Las venas abiertas de América Latina, cuando escribió que “Vinieron. Ellos tenían la biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: cierren los ojos y recen. Y cuando abrimos los ojos ellos tenían la tierra y nosotros sólo teníamos la biblia”.

Casi siete siglos después de aquello, algunos, los más patriotras, por descontado, han decidido limpiar el buen nombre de la marca España y de sus épicas gestas. Una fundación llamada Civilización Hispánica cuyo principal ideólogo es un exsecretario general de Medio Ambiente del Gobierno Aznar, paretende lanzar una mega campaña de ofensiva contra las ideas críticas hacia lo que llaman Hispanidad, y defender el concepto de “la grandeza de la civilización Hispánica”. Hablan de “leyenda negra”, y pretenden reivindicar lo que llaman “españolidad y sus virtudes” a través de películas, actuaciones en redes sociales, videojuegos, y un “lobby moral que sirva para incrementar la autoestima del mundo hispánico”. Quieren, en definitiva, lavar la cara de un país que si está históricamente “sucio” es por ellos y por sus predecesores en actitudes, en cerrazones y en ideas.

“Vinieron. Ellos tenían la biblia y nosotros teníamos la tierra. Y nos dijeron: cierren los ojos y recen. Y cuando abrimos los ojos ellos tenían la tierra y nosotros sólo teníamos la biblia”

Pues, como antes mencionaba, nada mejor que acudir a la historia y a los hechos. A partir de 1492 se produjo el que los investigadores de la materia consideran el mayor genocidio de la historia de la humanidad, eso que ellos llaman “hispanidad”; fueron alrededor de diez millones de muertos en los años subsiguientes a que Colón pusiera sus pies en esas limpias y nobles tierras. Se asesinaron a millones de personas, se violaron a millones de mujeres, se les arrebató sus tierras, sus oros y platas; se les arrebató su cultura, sus creencias, su identidad. Y hubo un genocidio subsiguiente por el que nadie, tampoco, ha pedido perdón. Millones de africanos fueron capturados cuando la mano de obra aborigen empezó a fallar. Se les embarcaba en galeras y galeones encadenados de pies y manos, se les detenía en la isla La Española donde eran cristianizados o asesinados. Tratados como bestias, han sido esclavos, como sabemos, hasta hace no mucho.

No es la imagen de España la que hay que lavar. España no es la responsable del, repito, mayor genocidio de la historia. Los reyes católicos, los banqueros de Génova y la Iglesia católica, es decir, monarquía, banca e Iglesia, que tanto monta, fueron y son los responsables de esos magnicidios cuyas consecuencias llegan al día de hoy. Lo que hay que lavar es la indecencia y la desfachatez de esos herederos ideológicos de esa terrible cruzada, es decir, de esa derecha rancia y casposa española que se arroga esa euforia patria que no es otra cosa más que incultura, soberbia y amor, no a la patria, sino al poder, a su ombligo y al dinero.

Mi patria no es un rincón del mundo, es el mundo entero, dijo Séneca hace más de veinte siglos.