Una vez que ha quedado demostrado y comprobado que el independentismo catalán sigue contando con un muy amplio apoyo en las urnas, ahora del 47,5%, pero que siguen siendo ligeramente más numerosos los ciudadanos de Cataluña contrarios a la apuesta secesionista.

Nada queda ya de aquella supuesta proclama de la independencia y de puesta en marcha de la República Catalana, parece llegada la hora del regreso al realismo para el conjunto de las fuerzas separatistas, y en concreto para Junts per Catalunya (JxCat), liderada desde el extranjero por el huido expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont, y también para Esquerra Republicana de Catalunya (ERC), cuyo máximo dirigente, el exvicepresidente Oriol Junqueras, por ahora sigue todavía en situación de prisión preventiva provisional en la cárcel de Estremera.

El deseable, absolutamente imprescindible y cada vez más urgente regreso a la realidad por parte de las dos grandes fuerzas independentistas -no así por parte de la CUP, abiertamente antisistema y casi siempre fiel a estos postulados tan radicales- no será nada fácil. No lo es ya y no lo será tampoco en el futuro más inmediato, pero acabará imponiéndose por la fuerza de los hechos y, conviene recordarlo, por la fuerza potentísima del Estado de derecho. Una fuerza tan menospreciada por casi todos los dirigentes secesionistas pero que se está demostrando tan contundente como eficaz, aunque políticamente sea incapaz de encontrar una solución real al grave conflicto institucional, político, económico y social planteado estos últimos años en Cataluña.

El primer obstáculo a superar para este retorno a la realidad es el ajuste de cuentas que se está produciendo entre JxCat y ERC. Por ahora es un ajuste de cuentas larvado y sordo, de movimientos bajos y oscuros, pero más pronto que tarde acabará siendo público y puede llegar a ser de grave fractura interna.

Carles Puigdemont no perdona ni perdonará jamás a ERC que algunos de sus dirigentes, con Gabriel Rufián a la cabeza, pero también con Marta Rovira en los despachos y con la connivencia entusiasta de la muchachada de la CUP y hasta de un par de jóvenes alcaldes y diputados convergentes ávidos de protagonismo, le impidieran lo que ya había sido anunciado: la disolución del Parlamento catalán y la inmediata convocatoria de elecciones autonómicas anticipadas. Con dichas medidas Puigdemont hubiese evitado la ya anunciada aplicación del artículo 155 de la Constitución que comportaba la intervención de la Generalitat, y muy poco después, el anuncio de la convocatoria de elecciones autonómicas por parte del presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy.

De golpe y porrazo, por aquella disputa sobre quién era capaz de una mayor radicalidad entre las dos principales fuerzas secesionistas, se pasó entonces de una supuesta pero irreal preindependencia de Cataluña a una muy concreta y real preautonomía, con un fracaso político rotundo que constituyó un gran retroceso para el conjunto del catalanismo político.

Por su parte, ERC, que sin duda se equivocó al enfrentarse a Puigdemont cuando todas las encuestas le vaticinaban un triunfo electoral, no perdona ni perdonará nunca a Puigdemont su huida secreta a Bruselas, sin comunicárselo ni tan siquiera a su exvicepresidente Junqueras, ni el aprovechamiento mediático que ha hecho y sigue haciendo de su placentera estancia en la capital belga, mientras muchos otros miembros de su antiguo gobierno de la Generalitat fueron encarcelados y todavía hoy dos de ellos, el citado Oriol Junqueras y el exconsejero de Interior, el convergente Joaquim Forn, siguen aún en prisión provisional preventiva, al igual que los presidentes de las dos principales organizaciones sociales independentistas, Jordi Sánchez, de la autoproclamada Assemblea Nacional Catalana, y Jordi Cuixart, de Òmnium Cultural.

Aquel grave error de ERC, que Puigdemont supo instrumentalizar en su favor a través de su huida a Bruselas, con todo cuanto ello le supuso de gran presencia mediática y de indiscutible liderazgo personal de un supuesto pero irreal “legitimismo”, explica sobradamente que, en contra de todo lo previsto en las encuestas hasta entonces, JxCat se impusiera a ERC tanto en número de votos como de escaños en las elecciones del pasado 21 de diciembre. Aunque fuese a costa de la victoria, también en votos y en escaños, de un partido como Ciutadans (C’s), no solo antiindependentista y antinacionalista catalán sino, al menos en muchos aspectos, anticatalanista.

Aquellos polvos trajeron estos lodos. Los ajustes de cuentas entre las dos grandes fuerzas independentistas, e incluso en el interior de cada una de ellas, impiden por ahora el retorno a la realidad, el regreso al pragmatismo y al realismo. Más pronto que tarde este retorno a la realidad se producirá. Ignoro quién será el vencedor y cuál será el coste político y social de todo ello. Tras la profunda escisión provocada en el conjunto de la ciudadanía catalana por un estúpido conflicto de identidades, ahora le llega al independentismo su propio conflicto interno. Un ajuste de cuentas nunca es bueno. Este tampoco lo será. Pero es lo que se impone cuando unos y otros se empeñan en prescindir de los moderados.