Reconozco que me divierte haberme convertido en la obsesión personal del académico Luis María Ansón. Nunca he ocultado mis discrepancias ideológicas, deontológicas e intelectuales con él, aunque siempre le he reconocido habilidad en el manejo del lenguaje, sobretodo en la media tinta y la insinuación, y una vasta cultura. Le tengo eso que me inculcaron desde muy joven el “mos maiorum”, el respeto a los mayores, razón por la que me entendí siempre mejor con los maestros del 50 y del 60 que con los de mi propia generación; algunos de ellos siguen afortunadamente en activo, interlocutores y amigos, como Pilar Paz Pasamar, Francisca Aguirre, o Antonio Hernández, y otros desaparecidos, desafortunadamente, como el maestro del 27,  Alberti-ya he contado muchas veces cómo y cuándo lo traté y tuve su amistad-, José Hierro, Claudio Rodríguez, Félix Grande, entre un largo etcétera. Ya escribí detenidamente sobre el tema Federico García Lorca y Juan Ramírez de Lucas, y mis opiniones divergentes de Ansón, en un artículo aparecido en este mismo diario con el título Las Obsesiones del Académico Ansón, a él remito a los interesados, para disipar dudas sobre la materia, pero como “ya vuelve el español”-entiéndase Ansón- “donde solía”, aunque esta vez no me nombre directamente pero sí el tema, aceptemos el envite, ya que el señor académico está juguetón.

Hace unos días, en su columna semanal, en un artículo llamado “Arcadi off the record”, arrancaba con una estupenda frase en la que dice: “El periodista es el administrador de la vanidad ajena”. Nunca he entendido la labor periodística, ni niguna otra, salvo la procesal tal vez, por su propia función y naturaleza, como un ejercicio de inquisición, pero debe ser que yo nací en las postrimerías del Franquismo, en el 74, me eduqué en democracia, y hay a quien se le nota los usos y costumbres de un régimen anterior y sus privilegios. Es curioso que hable de la “vanidad ajena” cuando la mitad del artículo lo dedica a recoger los elogios que le hace el señor Arcadi Espada, en lo que parece una declaración de amor, si no fuese porque los vanidosos sólo aman el reflejo de sí mismos en la superficie de los espejos. Claro está que, una cosa es hacer de Torquemada de la presunta vanidad ajena, y otra muy distinta, administrar la propia. Y conste que, a cierta edad, uno debiera saber que la vanidad es un veneno peor que el mercurio, o una bestia que siempre necesita más alimento y que, finalmente, acaba devorando a su supuesto dueño. Me sorprende también que, un señor miembro de la Real Academia de la Lengua, use para parecer más “cool” u “”Outsider”, a la vejez viruela, el anglicismo “Off the record”, en vez de, como debiera ser preceptivo en alguien que  “limpia, fija y da esplendor” a nuestro idioma, buscar un término de nuestra lengua y decir “fuera de la grabación”, si se quiere la literalidad traslativa, o “fuera de la confidencia”, si se quiere un sentido más real del concepto. Pero al fin y al cabo es sabido que no siempre los sillones de la Academia se han otorgado por méritos literarios o intelectuales, sino por cuotas de poder y conveniencia mediática, cuotas que el señor Ansón echa en falta, según parece, y su presunta incontestabilidad lo confirma. Tiene razón cuando dice: “La profesión se degrada. El periodismo de la insidia triunfa, pero da asco.El problema es que la degradación no es sólo cuestión de las nuevas generaciones, hay jóvenes periodistas dejándose la vida en misiones de conflicto bélico, humanitario, o perdiendo su puesto de trabajo por no plegarse al poder.  También hay viejas glorias, que llevan muchos años vendiéndose al poder establecido, por intereses, dinero, relevancia, prebendas, o vanidad. Como dijo el filósofo inglés, “el peor disfraz del vicio es el de la virtud”. Asegura también el señor Ansón: “Solo una vez fracturé el off the record, cuando gente interesada empezó a difundir, tras el fallecimiento de Juan Ramírez de Lucas, que los Sonetos del amor oscuro de García Lorca estaban escritos para el crítico de arquitectura de ABC.” Pues bien, la gente interesada éramos, efectivamente, un escritor como yo, con unos documentos autentificados por expertos calígrafos, y un grupo de periodistas de reputada profesionalidad, del diario El País, su director entonces, Javier Moreno, y dos de los integrantes de la dirección, Luis Magán y Amelia Castilla que, efectivamente, teníamos todo el interés de que se conociera este pedazo de historia sustraído, se cumpliese las últimas voluntades de Juan Ramírez de Lucas, y no se perdiera una documentación que estuvo a punto de destruirse por la pacatería de alguno y gracias a ser publicada la noticia no acabó en el fuego de una chimenea. Si hacemos caso a los “off The record”, en la profesión periodística se dice que ése que fracturó usted con Ramírez de Lucas, no ha sido su única deslealtad “off The record”. Lo que usted asegura, casa bastante con lo que yo cuento en mi novela testimonio Los Amores Oscuros, y en las confidencias que le hice sobre mi investigación en un almuerzo privado con usted y que disiente bastante en lo que mis fuentes, algunas vivas, por cierto, aseguran de su reunión en ABC con Ramírez de Lucas y los gritos y argumentos que se oían en todo el edificio.

Sobre las confidencias y chismología varia, se comentan muchos off the record suyos, siendo jurado del concurso de Miss España, por ejemplo, muy interesantes,  siendo jurado del Premio Planeta, siendo jurado del Príncipe de Asturias, entre otros, por no hablar de las certezas manifestadas de su puño y letra, a menudo en sus artículos, normalmente con aquellos que ya muertos no le pueden contestar, como con el asunto de su salida de ABC, con las negociaciones con Asencio y Lara con el tema de La Razón, y así podríamos enumerar larguísimos off the records, presuntamente fracturados. Tiene razón el académico que hay mucho periodista que se dedica hoy “al chisme y al bulo”, pero también lo es que eso no es nuevo, y que no es cuestión generacional. Sentar cátedra y creer que, sin pruebas tangibles, por ser vos quien sois, ya no se debe poner en duda, es un ejercicio de soberbia y falta de objetividad claros. Mis pruebas son una carta, un poema inédito, dedicatorias y dibujos, que son mis avales, y tan poco fiables que uno de los especialistas internacionales en Lorca como es el catedrático Christopher Maurer, de la universidad de Boston, no ha cesado de trabajar en el asunto desde que dimos la noticia, señalando su importancia. Las suyas, una confidencia con un señor, ya difunto, que no puede desdecirle. Sólo recordarle, amigo Ansón, que los griegos perdonaban todo salvo una cosa, imperdonable hasta para los dioses: El pecado de Hibris; el pecado de soberbia. Yo humildemente le ratifico mi respeto por sus muchos años de trabajo y experiencia, y su derecho a la disensión, a opinar, a su propia hipótesis, y a divertirse. También debe respetar que sea puesto en tela de juicio incluso a no ser creído. En cualquier caso, y aunque yo prefiera evitar la suerte de espadas, aunque no me importe dar unos cuantos pases de pecho, aquí le espero, si fuera necesario de nuevo, para recibirle a puerta gayola.